Don Antonio Saravia se ha pronunciado denunciando la inmoralidad de los subsidios en Bolivia (Brújula Digital, 17|02|24). Concuerdo con él, en líneas generales, en que los subsidios pueden generan distorsiones en los mercados y algunos podrían ser negativos y concuerdo también en rechazar todo manejo discrecional de las subvenciones. Sin embargo, los subsidios son medios ampliamente utilizados por los gobiernos para lograr ciertas metas económicas y/o sociales y siguen siendo útiles porque logran, en muchos casos, los objetivos para los que se aplicaron.
Celebro que Saravia, al reconocer los potenciales peligros que acompañan una subvención (que no siempre se materializan) y cuestionar decisiones económicas en términos morales, acepte que la economía no es una ciencia exacta y que los economistas y políticos al mando del Gobierno se guían por sus percepciones (e intereses) para adoptar determinadas teorías que sugieren ciertas políticas de inversión, gasto, recaudación, etc.
Pero su cuestionamiento moral a las subvenciones en Bolivia es de antología: “¿Cómo justifica moralmente un Gobierno el cobrar impuestos (…) incurrir en permanentes déficits fiscales (…) hipotecar nuestro futuro (…) socavar la estabilidad macroeconómica (…) para subsidiar industrias que ellos decidan deben ser subsidiadas?”. Termina sentenciando: “los subsidios nos hacen vivir en burbujas que inevitablemente se pinchan desencadenando crisis severas que siempre las paga la gente de a pie”.
La realidad es que las economías, avanzadas o no, han usado ventajosamente subsidios para mejorar el bienestar en tanto que otras las aplican abiertamente para beneficiar a grupos de poder. Como ejemplos, ofrezco los siguientes:
- Los subsidios agrícolas más elevados para los principales productos básicos se ofrecen en Noruega, Suiza e Islandia, con subvenciones medias de alrededor del 65 a 75% del valor de la producción, y en el Japón y Corea, con tasas de ayuda del 60 a 65%.
- La industria más subsidiada del mundo es la de China. Los subsidios totales a combustibles fósiles fueron los más altos del mundo, con 2,2 billones de dólares en 2022, equivalente al 12,5% del PIB total del país, según el FMI (23 de noviembre, 2023).
- Los subsidios globales a los combustibles fósiles aumentaron a un récord de siete billones de dólares el año pasado, el mismo año en que las grandes petroleras obtuvieron un récord de cuatro billones de dólares de ingresos. Mientras el mundo lucha por limitar el calentamiento global a 1,5°C, los subsidios al petróleo, carbón y gas natural están costando un 7,1% del PIB mundial. Eso es casi el doble del gasto anual del mundo en educación (4,3% del PIB mundial) y dos tercios de lo que se gasta en salud (10,9%), (FMI 24 de agosto, 2023).
- El Gobierno de Estados Unidos subsidia fuertemente a su sector agrícola. También subsidia a productores de petróleo y energía, ciertas viviendas, fabricantes de automóviles y parte de la atención médica (Medicare). Ayuda más a corporaciones de altos ingresos que a agricultores pobres; la mayor parte se destina a grandes empresas agrícolas: 50 personas en Forbes 400 (los 400 estadounidenses más ricos) recibieron subsidios agrícolas (18 de abril, 2022).
- A nivel mundial, las seis empresas con mayores subsidios (en miles de millones de dólares) son Boeing (15,4), Intel (8,4), Ford Motors (7,7), General Motors (7,5), Micron Technology (6,8), y Alcoa (5,7).
- El FMI muestra que los grandes bancos siguen beneficiándose de subsidios públicos implícitos creados por la expectativa de que el Gobierno los apoyará si tienen problemas financieros. En 2012, el subsidio implícito otorgado a los bancos de importancia sistémica mundial representó hasta 70.000 millones de dólares en Estados Unidos y hasta 300.000 millones de dólares en la zona del euro, según las estimaciones.
En síntesis, los datos evidencian que la magnitud y los beneficiarios de los subsidios varían ampliamente. Si de mayor inmoralidad se trata —entendida como “cargar a los más pobres con los platos rotos” — los subsidios en Estados Unidos ganarían por amplio margen dada la enorme magnitud de las subvenciones otorgadas a personas, naturales y jurídicas, ya multimillonarias.
Pero no es correcto decir que “los subsidios son inmorales”; los inmorales son los políticos y sus asesores que diseñan las políticas y elaboran las normas para beneficiarse o para beneficiar a sus adherentes. En nuestro caso específico, la inmoralidad recae en quienes dictaron normas con el claro fin de “fidelizar políticamente” a grupos sociales y económicos. Para muestra basta un botón: en 2012 desarrollaron e implementaron el B-Sisa (¿a qué costo?), como “el registro informático de todos los automotores del país para conocer quién compra el combustible, en qué cantidad y en qué punto del territorio, con el fin de evitar el acopio, el almacenaje ilegal, el contrabando de gasolina y diésel, y de excluir del servicio a vehículos indocumentados”.
Desde entonces, y en más de una oportunidad, se ha demostrado que el sistema registra esa información, pero, en realidad, desde hace 10 años más de medio millón de “chutos” cargan diariamente combustibles, cisternas llenas lo sacan al exterior y a nadie se le mueve un pelo cuando, apenas iniciada la actual crisis del dólar en 2023, un diputado chutero sacó al extranjero 50 millones de dólares “de su patrimonio”. También son inmorales quienes, contando con los medios para conocer con detalle el movimiento de los combustibles, incumplieron su deber de defender al Estado —y a la sociedad— al no identificar ni sancionar públicamente a quienes cometen esos abusos y siguen acumulando fortunas sucias.
No, los subsidios no son inmorales, ni en el norte ni en el sur. Los inmorales son los políticos y quienes los asesoran e inducen a abusar del poder para beneficios particulares bajo discursos y máscaras de eficiencia económica, desarrollo o de justicia social para los más pobres.