La ansiedad continua, del brazo de la depresión, es la manifestación de alteración mental más difundida en las sociedades capitalistas. El capitalismo boliviano, que ha avanzado territorialmente a máxima velocidad desde el año 2006, no se zafa de esta constante que —ahora, en su momento de torsión y agudización de dilemas— se inflama llevando nuestro ánimo al filo del espanto.
Que un ministro de Gobierno pueda proclamar, sin temor a consecuencia alguna, que su voluntad está por encima de la ley, es indicación inequívoca del ahogamiento de las normas mínimas de la coexistencia legal y democrática, de un desarreglo raigal del funcionamiento del Estado y del sistema político en su conjunto, tanto como de un congelamiento de la capacidad de reacción social.
Tales manifestaciones se enraízan en un estado de temor colectivo que roza el pánico, empapando las estructuras sociales y los comportamientos colectivos e individuales.
La arrolladora prepotencia del funcionario, quien cree que basta etiquetar su opinión, y la del grupo de poder que compone, como “seguridad nacional”, no alcanza a disfrazar un miedo profundo a que el solo hecho de que el cautivo gobernador de Santa Cruz pise el suelo de ese departamento pueda sacudir y derrumbar la enredada gobernabilidad que subsiste penosamente.
Este ministro, conocido por haber hecho de la torpeza una profesión, en su rol de “operador político” de Arce Catacora, supone que puede justificar sus acciones con el mismo enfoque y lenguaje utilizado por las dictaduras impuestas y sostenidas el siglo anterior por la fuerza imperial dominante en esa época. Todo indica que lo ignora, igual que la mayor parte de nuestra historia anterior al año 2000.
Puede que se sienta cobijado en el antecedente dejado por el exvicepresidente García, quien afirmaba que el régimen “no rifaría su futuro por un apego formal a la norma”, refiriéndose así a la obligación de respetar la Constitución y la voluntad popular expresada en febrero de 2016 (cruel castigo: ese “desapego” marca la rodada cuesta abajo del MAS y su actual división).
El temor gubernamental al colapso de las justificaciones con que encarceló a su enemigo crece en la hora en que no le ha quedado otra que comenzar a desmontar las bases fundamentales de su llamado “modelo productivo-comunitario”, sustituyéndolas con fórmulas del recetario del gran empresariado con las que, a la desesperada, busca vías para aliviar la falta de dólares y reservas internacionales.
Pese a su atufamiento y temor, alcanza a entrever que, si no supera el estancamiento y el empuje inflacionario, se acabará la paciencia social, dando el triunfo a los ataques de Morales Ayma empeñado en demostrar que cualquier prestigio técnico económico del presidente es puro ilusionismo, contando con que la sola inercia económica y los errores políticos del Gobierno permitirán forzarlo a retirarse anticipadamente.
Los restos de aplomo y maniobrabilidad que el equipo luchoarcista quiere exhibir, se basan en la verificación de que el gobernador Camacho hace polvo, a punta de insultos y descalificaciones, a muchos de sus más próximos seguidores y a sectores que le son afines, empezando con el vicegobernador.
Tritura así la estructura y viabilidad de su grupo político, mientras la otra fuerza de oposición parlamentaria, Comunidad Ciudadana, muestra lo frágil y paradójico de su nombre, al exhibir un caudillismo convencional que ha terminado fragmentando a su bancada.
El miedo opositor a cumplir su papel, dejándole la cancha al grupo de Morales, basta por ahora para que la bancada oficialista, con menos del 40% de adherentes imponga su voluntad, convirtiendo a la sede del Legislativo en un teatro de violencia, de lo ridículo y lo grotesco; todo, por mantener a los mercenarios del Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP) en sus puestos, como supuesto reaseguro de victorias políticas y electorales.
Corona la cadena de fobias y angustias de los políticos el pavor que experimenta la ciudadanía ante un posible desboque de la economía, que termine de desfondar la capacidad adquisitiva de ingresos y salarios.
La continuidad del Gobierno depende hoy del entrecruzamiento de temores —no de proyectos, esperanzas o visiones de futuro—.
A diferencia de los opositores que se ahogan, todos, por un verdadero terror a sólo imaginarse conduciendo el país, el MAS —pese a sus propios temores, su desbarajuste interno y extravío ideológico— hará lo que esté a su alcance por prolongar su estadía en el poder y mantendrá su ventaja, mientras pueda sortear el derrumbe económico.
Si este acontece, sus enterradores surgirán, antes que otros, de sus propias filas.