Escenas apocalípticas surcan incesantes y veloces por medios y redes sociales imprimiendo horror en las pupilas y en la conciencia de los usuarios, sean quienes sean. Se integran en una saga de largometrajes anuales sobre la base de la cual Bolivia ocupa el tercer lugar en el mundo en materia de incendios, luciéndose como un hueco en hundimiento sostenido. Imágenes satelitales y fotografías aéreas tiñen de rojo Bolivia en el centro del espacio de Sudamérica. Se sobreponen a un fondo negro resultante de la pavorosa combinación de los inmensos despojos carbonizados por el fuego consumiéndolo todo y del humo expandiéndose sin contención posible en todas direcciones. Lo hace elevándose hacia el cielo, cual advertencia cósmica de la inagotable potencia destructiva de los seres que no se detienen a considerar que son, al mismo tiempo, victimarios y víctimas, pues el impacto de sus actos también sobre ellos y sus allegados cae. O lo hacen y no les importa, tremenda constatación del grado de afectación del sentido de humanidad revelado por la renuncia al más natural de los instintos: el de sobrevivencia.
En tal escenario yacen los restos de vida animal y vegetal aniquilados o agonizantes; la fauna decidida a no sucumbir sin intentar la escapatoria, huyendo despavorida, la desesperación contenida o desatada en llanto inconsolable de los pobladores inocentes e indefensos, cuya impotencia les lleva a la apelación última, único recurso para no dejarse morir de una sola vez: a clamar a Dios por su misericordia, rogándole por lluvias torrenciales: “Cristo del cielo, ¡agua tatay!”, en rogativa silenciosa o a gritos, individual o comunitaria. Y en paralelo, dramática demostración de la terrible unidad del bien y el mal en la realidad, fuera y dentro de cada uno, por un lado los grupos de bomberos voluntarios, equipados tan sólo con su corazón y su experiencia, dejando claro cuánto bien se puede hacer, frente a los otros, incendiando la floresta desde vehículos terrestres, acuáticos y aéreos, munidos de equipos que vomitan las llamas por sus bocas, dejando claro cuánto mal se puede hacer.
Décadas pasaron desde que los “chaqueos” eran acciones ordinarias del calendario agrícola ejecutadas por los agricultores, sin provocación de alarma alguna. Salvo casos raros, indeseados. La situación cambió en el siglo XXI. Dice una publicación digital de 2021 del Instituto de Investigaciones Socio Económicas (IISEC) de la Universidad Católica Boliviana “San Pablo” que los incendios en Bolivia se han incrementado desde inicios del milenio, con un promedio de 3.7 millones de Has anuales entre 2001 y 2020. Señala que en 2019 la cifra llegó a cinco millones. Por su parte, Conservation Strategy Fund, en el reporte “Impacto de los incendios en Bolivia: un análisis nacional” de diciembre de 2023, presenta datos que evidencian que “Bolivia ha experimentado un desafío angustiante en los últimos años: los incendios forestales. Estos eventos devastadores no sólo dejan cicatrices en el paisaje, sino también en la vida de las personas y en la rica biodiversidad del país”. La información revela que en 7 de los 9 departamentos (menos Oruro y Potosí), desde 2010 se producen incendios forestales, siendo los más afectados Santa Cruz y Beni, con una pérdida acumulada a 2022, de 1.209.706 y 221.550 ha de bosque, respectivamente.
En un podcast difundido hace una semana, Jhanisse Vaca Daza, cofundadora de “Ríos de Pie”, señala sin medias tintas las causas y autores de los incendios que año tras año devoran la flora y la fauna bolivianas, asfixiando a la población. Identifica el trasfondo geopolítico del desastre: “Bolivia está en un lugar perfecto para el narcotráfico por las rutas que tenemos. Para tener rutas más rápidas a otros países, necesitas limpiar bosque, para eso lo más rápido es un incendio (…) El narcotráfico en Venezuela genera fondos que no se pueden lavar fácilmente, y esos fondos terminan yendo a Irán (…) un autoritarismo que ha sido encontrado y expuesto (…) financiando grupos terroristas como Hezbollah”. Añade que por esas rutas circula todo el comercio ilegal. Termina identificando la concurrencia de ciertos intereses económicos locales: agroindustria, soya, carne de res. Cierra el recuento con los grupos que avasallan tierras en el oriente, conformados por futuros votantes del MAS. “Y no hay un aparato judicial que pueda tomar cartas en el asunto, no hay una institucionalidad que aplique lo que decida la asamblea legislativa …”.
Lo aseverado por Jhanisse Vaca pone el dedo en la llaga, ratificando que Bolivia ya no es un Estado, es una tierra de nadie donde campea el crimen ligado al bloque antioccidental. Los ineptos, corruptos, depredadores de las niñas y de la naturaleza e impostores que hundieron la economía del país, que demolieron su institucionalidad, ellos mismos, son los incendiarios. Apagar el fuego que devora a Bolivia implica sacarlos del poder. En 2025 hay que hacerlo, para que, parafraseando al himno de Santa Cruz, volvamos a estar bajo el cielo más puro de América.
La autora es abogada