Sobre la condición humana se ha dicho mucho. La escritora Irène Némirovsky, por ejemplo, nos definió hace muchas décadas como “una raza ávida, hambrienta desde hace tanto tiempo que la realidad no basta para alimentarnos”. Una reflexión que terminó con un bello remate: ”Necesitamos también lo imposible”. Sin embargo, lo cierto es que últimamente la realidad parece superar a la ficción. Las noticias, las tendencias y las polémicas que sacuden el mundo parecen no conocer ningún límite, ni siquiera el que separa lo real de lo imaginario.
Pero si la frase de Némirovsky no explica la condición de la raza humana, al menos sí que acierta con la condición de uno de sus más honorables embajadores: Luis Mateo Díez. Este escritor, recién nombrado Premio Cervantes, ha acumulado durante décadas un extenso universo de lugares y personajes tan irreales como necesarios. Con un lenguaje desbordante, alambicado y no falto de humor, ha explorado los confines de lo que no existe, un lugar en el que, también -según afirma él mismo- se ha instalado. Y es ahí, en mitad de esa maravillosa nada en la todo puede ocurrir, desde donde el escritor ha regalado a sus lectores un nuevo pedazo del asombroso mundo en el que vive: El amo de la pista (Alfaguara). Una novela genial sobre las aventuras de un joven a quien un extraño amigo de la infancia engatusa para introducirlo en todo tipo de situaciones hilarantes. Por eso, a su vez, un libro desafiante con quien lo lee, pues en todo su despliegue de acontecimientos extraordinarios se empeña en su advertencia: la línea que separa la realidad de la ficción es más fina de lo que, muchas veces, nos gustaría creer.
- Pregunta: Hace tiempo que no paran de llamarlo a usted de todas partes: el premio Cervantes, depositar su legado en la Caja de las Letras, leer el Quijote en voz alta, y ahora entrevistas para el libro... ¿Se siente un poco usted el amo de la pista?
- Respuesta: La verdad es que la novela la tenía Alfaguara hace ya muchos meses y estaba prevista para abril. En el ínterin me dan el Cervantes, así que el libro sale ahora en un momento muy propicio. En cuanto a lo del “amo de la pista”, pues no. No he tenido yo mucho complejo de arrogancia nunca y el premio tampoco me lo motiva. El premio lo que me da es mucha confianza en lo que hago. Que te hagan un reconocimiento tan importante cuando llevas ya una carrera literaria tan larga y tan prolífica, pues sí, la verdad es que lo recibo, no con un desmedido orgullo, pero sí con agradecimiento.
- Y además es el primer novelista que lo gana desde 2017. ¿Cree que faltan novelistas a los que premiar?
- No lo creo, la novela española actual está al nivel de la novela europea y la novela americana. Además, creo que se van percibiendo entre nosotros nuevas generaciones. Yo soy un escritor de obra prolífica de 82 años y he publicado muchas novelas, pero yo creo que también hay gente joven interesante haciendo aquí una muy buena novela. También debemos tener en cuenta a todo el colectivo de escritores hispanohablantes, con una lengua y una conciencia en común que tenemos de esa lengua que es el español. Eso enriquece mucho el panorama aquí y en todo el mundo.
- Aunque yo no descartaría del todo que le diesen el Cervantes también por la poesía que publicó cuando era joven.
- No (ríe), porque yo no tengo obra de poeta. Publiqué poesía en algún momento en León, en una revista de aquellos tiempos, inconformista y comprometida con esos líos que nos traíamos en aquellos años tan desgraciados. Pero no, yo solo era un poeta que escribía con los amigos. Aquello me sirvió un poco de aprendizaje, pero lo mío era la narrativa. Siempre lo ha sido, y ahí sigo.
- ¿Entonces no ha seguido con la poesía, aunque fuera para usted?
- No he vuelto a escribir un poema en la vida. Sobre todo por respeto a la poesía.
- ¿A dónde le lleva el oficio de narrador tras más de 40 libros publicados?
- El premio Cervantes me ha pillado con 82 años y con una obra muy extensa. Ahora me siento en un momento en el que quiero seguir abriendo lo que hago. No me voy a detener ni replantear nada. Y luego también veo una advertencia que yo asumo con total claridad. Se trata de que, en algún momento, sienta que me estoy repitiendo. Que escriba una novela que ya se parece a otra y que me diga, ‘oye, he llegado un poco a un punto límite y parece que no tengo mucha capacidad para seguir abriéndolo’. Eso les ha pasado a algunos de los mayores artistas: escritores, poetas, músicos... Es un riesgo que se corre, pero que no tiene por qué ser así. También hay gente que ha hecho lo mejor de su obra en el límite casi de la ancianidad. Pero bueno. La vigilancia es importante.
- ¿Se siente usted todavía con inquietudes y ambiciones?
- Yo lo que tengo en lo literario, más que una ambición, es un reto. Eso es lo que he tenido siempre. El intentar llevar al límite aquello que quieres hacer y no conformarte y no tener tampoco una mirada complaciente contigo mismo. Eso es parte de la vitalidad creadora que puedas tener y y es importante realimentarlo.
“A los malos políticos, lo que hay que hacer es no votarlos”
- Una lección que destila su libro es cómo mirar lo vivido y lo que aprendemos desde la nostalgia, sea o no sea agradable lo que nos ocurre. Me preguntaba si usted concibe la vida sin esa melancolía.
- Eso es algo que está en todas mis novelas. Hay una sensibilidad en los personajes para que el recuerdo sea un aliciente de la vida. En este caso, El amo de la pista está hecha siempre, como digo yo, en un voy y vengo: estás contando lo que pasa y el protagonista vuelve para atrás continuamente. La historia se monta también desde el contraste. Pero aun desde el recuerdo, no es una novela realista. Todo son elucubraciones un tanto fantasiosas, como los personajes: un mistificador que no se sabe de dónde viene, pero que llega y dice que habrá grandes acontecimientos, una mujer que se lo lleva en coche y luego lo despeña y lo deja tirado. Cantero está en una especie de falsa aventura en la que todo es muy imaginario.
- Cantero no deja de seguir, a su manera, los pasos de don Quijote.
- Claro, camina hacia la locura persiguiendo una quimera. Es un salvador del mundo en su condición de héroe del fracaso. En la novela de Don Quijote, cuando vuelve derrotado ya ha perdido la quimera, se la han cargado por todas partes y recobra la razón. Pero ese final es precioso porque ya en la cama es cuando recupera la razón y se muere. Es decir, que en la metáfora cervantina, la razón es la muerte y para estar vivo hay que estar loco. Hay que ser quimérico y dejar la vida en manos de la imaginación.
- Eso me recuerda también a un poema de Cernuda: La desolación de la quimera. Ahí es el propio monstruo imaginario quien se lamenta de un exceso de razón en el ser humano moderno.
- Siempre digo que tenemos un exceso de realidad. Un exceso que se alimenta a su vez de un exceso de actualidad. Estamos, en algún sentido, sometidos por estas cosas que pasan todos los días, con Pedro Sánchez diciendo me voy y no me voy, con otros insultándose porque España se rompe y con el juicio de Trump, que es un pirado, y con Putin y su guerra. Al final, descubres que las opciones más razonables están en el arte y en la imaginación. Eso no nos curará de unos malos políticos, que lo que hay que hacer con ellos es no votarlos. Este es un tiempo en el que parece que la realidad derrota a la imaginación y al arte y te hace más sumiso, lleno de inquietudes vanas. Todos estos acontecimientos son efímeros y se debe cultivar otra cosa: los espacios interiores. Por eso escribo novelas.
“El diablo es maravilloso”
- ¿Entonces no se inspira en la realidad cuando escribe?
- En esta novela hay ciertos componentes de fábula y de parábola, pero yo no hago un arte realista ni un arte testimonial. No sé, me encanta que la gente escriba una gran novela sobre el fenómeno trans, sobre el feminismo, sobre la desgracia de Ucrania. Esa es la realidad. Pero yo pienso que eso lo tenemos ya más que contado en los medios de comunicación, y parece que a la novela se le puede pedir un poco más. Pero bueno, eso cada cual lo administra como puede.
- Respecto a eso, le he oído en varias entrevistas asegurar que ha hecho usted un pacto con el diablo para vivir más en la ficción que en la realidad. ¿Lo recomienda?
- El diablo es maravilloso. El diablo es uno de los seres inexistentes más atractivos que existen. Yo he hecho un pacto con él para que me dé la vida de la ficción, un poco como escribió Bulgákov en El maestro y Margarita. Para mí es más importante la ficción que la vida. Vivo más en lo que escribo, en lo que leo. Yo repito mucho esa frase de Irène Némirovsky, una escritora extraordinaria con una historia muy triste. Ella escribió que “toda gran novela es un callejón lleno de gente desconocida” y me encanta. ¿Qué pasa con las novelas? Que ves otras vidas y conoces a mucha gente. Así aprendes mucho de los seres humanos, porque te emocionas con ellos y eso no es inocuo.