La transformación del antiguo matadero en Cochabamba, construido hace un siglo para el sacrificio y procesamiento de ganado, en un centro de arte es un testimonio vivo de la evolución urbana y cultural de la ciudad. En 2004, un equipo de gestores culturales y artistas liderados por Fernando García y Angélika Heckl, decidieron rescatar esta edificación histórica, que en sus años de actividad estuvo estrechamente ligado a las tradiciones taurinas de la región.
El matadero, inaugurado en 1924 por la sociedad Morató-Sarmiento-Tapias, desempeñó un papel importante en la vida económica y social de la ciudad durante décadas. Situado entre el río Rocha y la Colina de la Coronilla, el lugar cumplía una función esencial en el procesamiento de carne y en la actividad curtidora de la zona.
La Plaza de San Sebastián, cercana al matadero, era el epicentro de festividades populares y corridas de toros, que atraían a multitudes y definían la identidad del vecindario.
Con el paso del tiempo, el barrio que rodeaba al matadero experimentó transformaciones significativas. La apertura de nuevas calles, la construcción de una línea de tranvía y la llegada de nuevos equipamientos urbanos, como mercados y escuelas, redefinieron el paisaje urbano y la dinámica social del área.
Durante los 67 años de funcionamiento, desde 1924 hasta 1992, el matadero desempeñó un papel central en la vida económica y social del barrio circundante, proporcionando empleo e ingresos a la comunidad y sirviendo como escenario de eventos y tradiciones arraigadas.
El registro de derribe de ganado revela la magnitud de la actividad en el matadero, con millones de animales sacrificados para alimentar a la población de Cochabamba. Este flujo constante de ganado no solo alimentaba a la ciudad, también generaba una red de actividades comerciales que se desarrollaban en torno al matadero, desde puestos de comida hasta curtiembres.
Sin embargo, la vida en el matadero no estaba exenta de peligros y supersticiones. Los testimonios de los vecinos revelan accidentes frecuentes, como escapes de ganado y situaciones caóticas que a veces requerían la intervención de las autoridades sanitarias. Además, las creencias populares y las prácticas tradicionales agregaban una capa adicional de complejidad a la cultura del matadero. Desde el consumo ritual de sangre y suero animal hasta la creencia en las propiedades curativas de ciertos subproductos, el matadero era un lugar donde lo sagrado y lo profano se entrelazaban en la vida cotidiana.
La influencia del matadero se extendió incluso más allá de su función alimentaria y económica. Durante un período oscuro, el espacio fue utilizado como lugar de tortura. De ahí que Paolo Agazzi decidiese filmar, todavía con el matadero en funcionamiento, algunas escenas de “Los hermanos Cartagena” relativas a torturas allí mismo, en el lugar de los hechos. Se representaba en una de las escenas la tortura de un dirigente obrero, por grupos paramilitares, durante la dictadura de Luis García Meza Tejada. Posteriormente una actividad denominada “80” puso en escena en este lugar y otros ambientes la atmósfera opresiva de los espacios de tortura tal y como los vivieron en aquella época.
Finalmente, en 1992, la presión de los vecinos y la creciente conciencia sobre los riesgos para la salud y el medio ambiente llevaron al cierre del matadero. La comunidad, liderada por su junta vecinal, solicitó la creación de un centro deportivo y cultural en el sitio, marcando el fin de una era y el comienzo de una nueva fase en la evolución del barrio.
Abandono y propósito
El período posterior al cierre, en 1992, marcó un tiempo de abandono y deterioro para el histórico edificio, convirtiéndose gradualmente en un espacio relegado al almacenamiento de muebles viejos y objetos en desuso, contribuyendo a su degradación arquitectónica.
Sin embargo, en 2004, un punto de inflexión ocurrió con la celebración del II Concurso Bienal de Arte Contemporáneo (II Conart 2004) en el antiguo matadero. Bajo el liderazgo de la artista Angelika Heckl y el respaldo de la oficial mayor de cultura Jenny Rivero, un grupo de artistas contemporáneos vio en el matadero un espacio sugerente y lleno de posibilidades para la expresión artística y la interacción social.
El evento fue más que una exhibición de arte; fue un catalizador para la transformación del antiguo matadero en un centro cultural. Con la participación de artistas de nueve países y la presentación de obras innovadoras, el matadero emergió como un lugar emblemático para el arte contemporáneo en Bolivia.
Este renacimiento cultural del matadero no se detuvo con el Conart. En los años siguientes, el lugar se convirtió en sede de diversos eventos culturales, incluido el Festival de Teatro Bertolt Brecht, demostrando su versatilidad y capacidad para albergar una amplia gama de expresiones artísticas.
El proyecto mARTadero, que surgió de esta iniciativa cultural, se propuso como una plataforma para la promoción del arte contemporáneo y el desarrollo comunitario en el barrio de Villa Coronilla.
Proyecto mARTadero
El proyecto mARTadero surgió en un contexto de desafíos y limitaciones, pero también de una visión compartida por un equipo comprometido con la revitalización cultural y social de Cochabamba. A pesar de los recursos limitados y el estado deplorable del antiguo matadero, el equipo arquitectónico y de gestión cultural se unió en la creencia de que el lugar podía ser transformado en un centro cultural dinámico.
El primer modelo conceptual del proyecto se basó en tres pilares fundamentales: el espacio, la gestión cultural y los principios rectores. La gestión cultural se planteó como un equipo profesional multidisciplinario con experiencia en la promoción intercultural, capaz de operar a nivel local, nacional e internacional. Se adoptaron principios de innovación, investigación, experimentación, integración e interculturalidad para guiar todas las actividades y proyectos impulsados por el proyecto.
A pesar de las condiciones adversas, el equipo se comprometió a trabajar con intensidad para convertir el antiguo matadero en un espacio cultural de referencia. Se realizaron esfuerzos para limpiar y despejar el lugar, mientras se desarrollaba un proyecto riguroso para solicitar su concesión como centro cultural al Concejo Municipal.
La Asociación NADA (Nodo Asociativo para el Desarrollo de las Artes) se convirtió en el motor impulsor del proyecto, reuniendo a artistas, grupos y eventos artísticos bajo una misma visión de promover el desarrollo humano a través de las artes y la cultura.
Además, se creó la Fundación Imagen para gestionar administrativamente el proyecto, garantizando su viabilidad y sostenibilidad a largo plazo. La interdisciplinariedad y las alianzas interinstitucionales fueron fundamentales para asegurar el éxito del proyecto y la participación activa de la comunidad.
Desde que se le concedió la cesión de uso del antiguo matadero, el equipo se comprometió a rescatar, conservar y poner en valor este bien patrimonial. La ubicación estratégica del proyecto permitió utilizar la identidad histórica del lugar como base para su recualificación y revitalización. Los nombres de los distintos espacios dentro del mARTadero mantienen la esencia de lo que fue antes, conectando el pasado con el presente del lugar.
“La integración de la memoria histórica del lugar es absolutamente continua porque en general todas las actividades tienen un eco del pasado, del sitio y del barrio. Tanto la historia del matadero como la historia de Villa Coronilla están muy presentes en las actividades, en la señalética, en los nombres de las salas porque nosotros entendemos que la cultura es un continuo entre pasado, presente, futuro. El pasado es el legado, la herencia que recibimos, el presente es la capacidad de celebrar la vida y de encontrarnos, generar actividades culturales y disfrutar juntos y el futuro es proyectar esos futuros deseables que queremos a través de proyectos que lo faciliten”, señala García.
El proyecto mARTadero se destaca por su independencia y autogestión, siendo un espacio colectivo y progresivo que busca ser un prototipo de creatividad y mejora para su entorno. Con una amplia gama de actividades y programas, este espacio es una incubadora de procesos de creación que benefician a toda la comunidad, contribuyendo significativamente al desarrollo humano y socioeconómico.
El mARTadero promueve la participación activa de artistas y ciudadanos en la producción cultural. Desde talleres infantiles hasta residencias artísticas, el proyecto aborda diversas necesidades y aspiraciones de la comunidad, convirtiéndose en un espacio de encuentro e intercambio.