El pasado fin de semana, el público cochabambino, especialmente mamás, se llenó de risas con la presencia de Roberto “Chichi” Kim y Pablo Osorio. Chichi Kim ofreció un show de humor dedicado a las madres, deleitando al público con su estilo único y contagioso carisma. Desde sus inicios accidentales en la televisión hasta su consolidación en el stand up, Chichi Kim ha demostrado que el buen humor y la perseverancia pueden transformar vidas y abrir puertas inesperadas.
—Cuentas con una larga y exitosa carrera en la televisión. ¿Podrías contarnos cómo te iniciaste en este medio y qué te motivó a seguir este camino?
—En realidad, mi ingreso a la televisión fue un accidente. Empecé haciendo teatro desde el colegio, alrededor de 1989. Cuando ingresé a la universidad en 1993, estaba en la Escuela Militar de Ingeniería (EMI). Por hobby, un amigo y yo nos unimos al cuerpo de baile de danza moderna de la Universidad Católica. Luego, en 1994, me trasladé a la UPSA en Santa Cruz, donde no había danza, pero sí teatro. Me involucré en el teatro y, cuando se inauguró la Escuela Nacional de Teatro, me inscribí.
Un día, acompañé a un amigo a un casting para un programa de televisión educativa. No tenía intención de participar, pero al final me convencieron. Hice el casting y, para mi sorpresa, me seleccionaron como conductor del programa. Estaba en la universidad y necesitaba dinero, así que acepté el trabajo. Interpreté 16 personajes y me gustó mucho la experiencia.
Más tarde, me mudé a Buenos Aires por amor, donde hice publicidad, películas cortas y teatro con un grupo de coreanos. Al regresar, mi amigo me contactó para reemplazar a un actor en una obra.
La obra fue un éxito, lo que llevó a participar en el Festival Internacional de Teatro, donde nos fue muy bien, pasando de una función a ocho.
Durante una de las entrevistas con Maxi Correa, me invitaron a La batidora. Aunque mis compañeros no asistieron, yo fui puntual y participé en el programa. A pesar de mi falta de experiencia, me divertí y me desenvolví bien. Dos días después, me ofrecieron trabajar allí, descubriendo que mi participación había sido una especie de casting en vivo.
Mi principal desafío fue no haber estudiado Comunicación ni haber tenido experiencia en televisión. Decidí actuar como si fuera un conductor de televisión, aprovechando mis habilidades actorales.
Con el tiempo, adopté un estilo propio basado en la comedia del silencio, utilizando expresiones y gestos para comunicarme.
Así, me integré con el equipo y nos hicimos muy amigos. Ahora, llevo casi 18 o 19 años trabajando en televisión, una carrera que comenzó por accidente, pero que me ha dado muchas satisfacciones.
—¿Cuáles han sido algunos de los momentos más memorables o significativos de tu carrera en televisión?
—Creo que los momentos más memorables que he tenido en la televisión han sido los inicios y los finales. Todos mis comienzos han sido como una casualidad, aunque como dice el maestro de Kung Fu Panda: “No hay casualidades”. Mis inicios siempre han sido increíbles, sorpresivos y agradables, siempre me he encontrado en lugares donde me llevo bien con todos. En cuanto a los finales, para mí nunca han sido tristes; al contrario, siempre los he visto como nuevos comienzos. Entiendo que cuando una etapa se cierra, otra se abre, y nunca me he sentido triste cuando un programa termina o cuando me sacan, porque sé que algo nuevo está por venir. Creo que es importante ser consciente de que todo cambio, aunque a veces traumático, es bueno. Esta perspectiva me ha llenado de energía positiva.
He vivido muchas anécdotas en la televisión: caídas, golpes, momentos divertidos. La televisión me ha abierto muchas puertas, permitiéndome conocer muchos lugares y personas increíbles. Gracias a la tele, he recorrido toda Bolivia y he conocido a personajes que muchos considerarían inalcanzables, como Carlos Baute, con quien llegué a entablar una amistad.
También ha habido equivocaciones típicas, como confundirme de marca, pero cada momento en televisión ha sido especial para mí.
—Además, eres muy conocido por tu trabajo como comediante. ¿Qué te inspiró a dedicarte al humor y cómo desarrollaste tu estilo único?
—En realidad, no sé exactamente de dónde viene mi humor. Siempre me he considerado una persona de buen humor, aunque no siempre fue así. Solía estar deprimido, con psicodepresión, hasta que descubrí la meditación, el taichí, el yoga, el aikido y las enseñanzas de Mantak Chia. Un día, decidí ser positivo, comprendiendo que los problemas siempre existirán, pero lo único que puedo cambiar es mi forma de verlos y afrontarlos. En lugar de enfocarme en los problemas, ahora pienso en las soluciones y me relajo, entendiendo que la vida es así y que todo tiene solución, excepto la muerte.
La comedia surgió de manera natural. En el teatro, solía escribir y actuar en obras, tanto cómicas como dramáticas. Incluso en las obras infantiles que escribí, siempre incluía un toque de humor. Creo que el humor es algo innato en mí, una forma de disfrutar y hacer que los demás disfruten también.
Mi carrera como comediante comenzó de manera más específica cuando me llamaron para el programa Fuera de chiste. Me pidieron que reemplazara a Daniel Pese como conductor. Al principio, dudé porque nunca había hecho monólogos, pero al final acepté. Investigué cómo escribir monólogos de comedia, vi videos y escribí seis monólogos. Resultaron ser un éxito y me pidieron que hiciera más. Así, estuve un año y medio en el programa, haciendo monólogos y adaptaciones humorísticas de cuentos clásicos.
Hace unos seis años, después de terminar una relación seria, me sentía deprimido. Fue entonces cuando mi amigo Pedro Álvarez Balú me invitó a un taller de stand up. Aunque al principio no estaba muy convencido, decidí asistir para despejarme. Empecé a hablar de mis experiencias como asiático en Bolivia, las diferencias entre coreanos, chinos y japoneses, y así nació mi material de stand up. Al principio, nos iba bien en Meraki con los open mics, pero la pandemia interrumpió todo.
Durante la pandemia, Ariel Vargas me invitó a hacer shows por streaming en el snack Tía Ñola. Eso me permitió improvisar y ajustar mis rutinas sin la presión del público en vivo. Con el tiempo, empecé a ganar confianza y mi comedia evolucionó.
Luego, Coco Chisaka, de Zona de Humor, me invitó a hacer un show con ellos, lo que resultó en una gira por Estados Unidos. Poco después, Seca Teatro me invitó a unirme a otros comediantes reconocidos. Comencé a actuar con Roma Mani, El Pezón y los Tralalá, comediantes que admiraba desde niño. Empezamos a hacer giras y shows en varios locales de Santa Cruz y otros lugares de Bolivia.
—La comedia puede ser un desafío en cuanto a mantener la frescura y la relevancia. ¿Cómo haces para mantener tu humor actualizado y resonante con diferentes audiencias?
—En realidad, siempre observé a los comediantes que hablaban sobre diversos temas y noté que la clave del stand up es que el material sea original y propio. Se molestan mucho cuando alguien copia, ya que tener una voz propia es fundamental. Además, noté que muchos comediantes tienden a quejarse de cosas, ya sea de hombres, mujeres, política, etc. Yo no soy así. Me gusta que mi humor sea más general y divertido. También me daba cuenta de que a veces el público traía niños, así que mi humor se volvió más anecdótico, basado en situaciones reales pero adaptadas para ser graciosas.
Mis historias suelen centrarse en mis propias desgracias: accidentes, infidelidades, viajes fallidos. Trato de hacer que mis experiencias sean agradables para todos, y eso me llevó aproximadamente dos años de ensayo y error. Probaba material en diferentes lugares como El Urubó, el Plan 3000, Cochabamba, La Paz, Potosí, y así descubrí qué funcionaba y qué no. Durante las giras con Zona de Humor y Seca Teatro, tuve la oportunidad de probar mi material en diversos lugares, ajustándolo según la respuesta del público.
Creo que el secreto del buen humor es que si yo me divierto, la gente también se divierte. Esto es lo que siempre trato de enseñar a los nuevos comediantes cuando doy charlas o consejos. Hay una conexión profunda entre el artista y el público, y si uno está nervioso, eso se transmite y puede incomodar a los espectadores. Por eso, es esencial compartir una verdad, aunque sea una verdad mezclada con ficción. El público decide escuchar y creer esa historia, y mi verdad es simple: divirtámonos juntos. Si yo me divierto, ustedes también lo harán. Lo que imagino, ustedes también lo imaginarán.