A veces ocurre que los sueños se cumplen, debió pensar Carlos Alcaraz sobre el polvo de ladrillo de la pista Philippe Chatrier, la principal del recinto Bois de Boulogne, donde cayó rendido de emoción, después culminar el torneo de Roland Garros con una victoria, otra, épica, tras casi cuatro horas y media de pulso con el alemán Alexander Zverev (6-3, 2-6, 5-7, 6-1 y 6-2).
El jugador más joven en ganar títulos del Grand Slam en tres superficies diferentes, en hierba, cemento y ahora tierra, solo se apresuró, solo aceleró para acudir al palco de su equipo, a compartir otro gran éxito en su carrera con su familia y con los que día a día comparten el trabajo y la puesta a punto de un tenista con pinta de hacerse un hueco espacioso en la historia.
Carlos I ‘Príncipe de la tierra’, apodó el propio Roland Garros al tenista español de El Palmar, que con 21 años ya acumula tres torneos magnos y que se situó en el segundo lugar de la clasificación mundial, solo por detrás del italiano Jannik Sinner, al que dejó a medio camino en París en otro choque legendario en semifinales.