¿El boom de la nueva literatura afirmó y consolidó una generación en la que no estaban todos los que eran?
Esa fue, como dijo el escritor Jorge Edwards, una interrogante que luego se pudo dilucidar con mayor calma, sobre todo cuando se tuvo que convencer de que el trabajo solitario de otros escritores que antecedieron al boom también había sido determinante para dar vida a ese fenómeno literario y editorial que tuvo lugar entre las décadas de 1960 y 1970.
Según Carlos Fuentes, los escritores del boom son los sucesores de la generación que fundó realmente la literatura latinoamericana moderna: Alejo Carpentier, Jorge Luis Borges, Juan Carlos Onetti, Miguel Ángel Asturias y otros.
Tras un largo período de apertura para la literatura latinoamericana, en la década de los 90 surgió MacOndo, una nueva corriente literaria de jóvenes escritores que se contraponía al realismo mágico y que hablaba de una Latinoamérica mucho más diversa y mágica, pero también exótica, multicolor y sobre todo moderna.
El escritor chileno Alberto Fuguet fue uno de los puntales más representativos de esa generación.
Con una nueva narrativa y mucho más urbana, el trabajo literario se trasladó hasta las periferias y ciudades latinoamericanas.
En Bolivia, uno de los escritores jóvenes que marca el camino de esa nueva narrativa y la generación MacOndo es, sin duda, Edmundo Paz Soldán.
Desde sus cuentos, Las máscaras de la nada, Dochera (Premio Juan Rulfo en 1997), Desapariciones, por citar algunos, hasta sus novelas, Días de papel, Alrededor de la torre, Río fugitivo y más, Paz
Soldán se ha mantenido entre dos mundos: el de Bolivia que, cada tanto lo visita, y Estados Unidos, su cuartel general.
En este diálogo, trataremos de aproximarnos al análisis desde su visión como escritor, pero también como intelectual que vive los arrebatos políticos, sociales y culturales de Bolivia y Latinoamérica.
—Han pasado buenos años desde la última vez que nos vimos, 1997, cuando ganaste el premio Juan Rulfo de Cuento, con “Dochera” y la entrega de tu libro, Río Fugitivo. ¿Como vives este tiempo, con sus avatares y sus transformaciones, de tu madurez intelectual y de escritor?
—Yo creo que lo más importante para un artista o un escritor es mantenerse conectado al cable de alta tensión y estar sacudiéndose y seguir creando.
Recuerdo cuando comencé a escribir cuentos breves, luego me di cuenta de que ya no podía escribir más cuentos breves. Entonces de pronto ya no sabes, la pulsión artística puede venir o no. Esto es algo misterioso. De momento tengo unos cuentos que saldrán a principios del próximo año y mi nueva novela que acabo de terminar que saldrá a fin de este año. Actualmente me encuentro en un buen momento de creación, tratando de responder a la cantidad de inquietudes que nos plantea el mundo y las sociedades.
—Desde hace mucho tiempo vives entre dos mundos: Bolivia y Estados Unidos. ¿Cómo cotejas estas dos realidades, tanto racional como desde el punto de vista de tu producción intelectual?
—Yo enseño literatura latinoamericana en Estados Unidos y eso me permite estar en constante contacto con nuestros autores en español.
Pero al mismo tiempo estoy siempre al tanto de ciertos debates actuales, como la inteligencia artificial en Estados Unidos o los avances tecnológicos.
Todo esto me permite cotejar estas temáticas, es decir, cómo podrían impactar estos temas de la tecnología en EEUU y todo lo que entra en juego cuando se habla del mismo tema en Argentina, en Bolivia o en México.
—Gran parte de tu obra refleja una temática que gira en torno a la tecnología. ¿Qué opinas de este tiempo en el que la tecnología prácticamente ha acaparado la atención de todos los sectores, incluso intelectuales, y éstos han tenido que replantear sus temáticas y diversificarlas, incluyendo la pandemia que ha cambiado el ritmo de vida de la humanidad?
—Hay dos temas que me interesan y que forman parte de mis libros más recientes. En uno de mis cuentos se habla de la inteligencia artificial, la intención de crear una iglesia de la inteligencia artificial, porque dice que, si el ser humano siempre está creando sus dioses, a su imagen y semejanza, pues en el momento actual es a la inteligencia artificial a la que le rendimos pleitesía.
Todo esto me interesa porque, al mismo tiempo que nosotros usamos la tecnología, a través de las máquinas, estas mismas máquinas también nos están programando a través de las nuevas tecnologías.
Y el otro tema que me interesa de una manera amplia es el desequilibrio de nuestros ecosistemas, que me comenzó a interesar un poco antes de la pandemia, de hecho, en uno de mis libros, Los días de la peste, abordo estas temáticas.
Un poco como autocrítica, si bien en una primera parte de mi obra reflejo el tema humano, y no había mucho interés en lo que pasaba con este esquema más amplio de vida y nuestra relación con el medioambiente y nuestra relación con los animales.
—Siempre se ha dicho que el intelectual, más allá de comprometerse con algunos temas importantes de nuestra realidad, debería casarse con ellos. ¿Crees que los escritores o intelectuales como tú tienen que estar comprometidos con una realidad pura y dura, desde lo medioambiental, social, cultural y político? No como activistas, sino como críticos e influentes.
—Mientras ese compromiso no sea panfletario, me parece que sí. Es decir, uno puede ser muy buen activista de diferentes causas, pero eso no siempre se traduce en un buen cuento o en una buena novela. Yo creo que hay diferencias, es decir, con una sociedad con tanta problemática económica, cómo se podría destinar fondos para salvar al cóndor andino, cuando quizás hay tanta gente que vive en la indigencia o en la pobreza.
Yo creo que lo más importante para un escritor es mantener las antenas bien puestas. Yo creo que el arte no te da respuestas, te da acertijos.
—En la década de los 90 surge una corriente literaria, de la que tú formaste parte, MacOndo, una generación que marcó una línea importante en la literatura. ¿Cómo ves actualmente esa generación que se constituyó en un parteaguas entre el realismo mágico y una literatura más diversa y moderna, descrita desde una realidad exótica, por decirlo de alguna manera?
—La literatura nunca se detiene. Después de mi generación han aparecido generaciones muy interesantes que están haciendo cosas muy interesantes. Es una generación que está más en diálogo con los géneros populares, como el género del horror. Estoy pensando en escritoras como la argentina Mariana Enriquez, o la ecuatoriana Mónica Ojeda, la boliviana Giovanna Rivero, que han trabajado el género del horror, pero también conectando con otros temas, como es el caso de Enriquez, que está trabajando en el tema de la dictadura en la Argentina, con una influencia de Stephen King, por decirlo de alguna manera.
—Pasando a otro tema, ¿crees que todo poder es fáctico o tiene que ser en todos los casos fáctico?
—Si tú tienes Estados débiles o una institucionalidad débil, también son fácilmente corrompibles. Si ves lo que está pasando en Ecuador, donde las grandes mafias o los cárteles han penetrado, están mostrando su poder y no hay forma ni institucionalidad posible que se enfrente a ese poder. Si un gobernante, día a día, va socavando el respeto a la ley, está contribuyendo a crear esa institución que es muy fácilmente corrompible, y que va ser campo para que cualquier mafia penetre.
—¿Cómo ves esta Bolivia que a veces padece el mito de Sísifo, avanzamos un trecho y de nueva cuenta caemos rodando? ¿Eres optimista con respecto a lo que pueda suceder con el país?
—Soy optimista a largo plazo y pesimista a corto plazo.
—¿Qué tendría que pasar a corto y a largo plazo?
—Soy optimista a largo plazo porque creo en las nuevas generaciones que están viendo este presente y seguramente sacarán el mensaje correcto para hacer lo que se necesita hacer.
A corto plazo no soy optimista, porque la crisis económica no es de solución fácil, pero tampoco creo que se tenga un plan “B” que te diga: si esto no está funcionando vamos a aplicar este otro.