Los señores de la guerra en Tel Aviv jamás imaginaron que el rechazo mundial a sus bombardeos sobre Gaza tendría como estímulo esencial al más humano de los sentimientos humanos: la compasión. Los otros discursos son tangenciales. Por ello no sirve buscar causas políticas, religiosas o racistas para detener el estallido juvenil.
Nunca, como ahora, los estudiantes han demostrado por qué Violeta Parra los describe como el “jardín de nuestra alegría”. Cuando un muchacho californiano muestra las manos ensangrentadas antes de recibir su título —arriesgando su futuro profesional— un escolar de Jabalia siente que alguien entiende su dolor.
“No se asustan de animal ni de policía; no les asustan las balas ni el ladrar de la jauría”. Aquella frase que retrata las protestas latinoamericanas en los años 70 se puede trasladar fácilmente para poner como pie de foto a todas esas imágenes, de costa a costa.
Estudiantes de diferentes procedencias, de clase, de color, musulmanes, judíos, católicos, ateos unieron sus manos en un largo cordón para decir basta: “Palestina libre, desde el mar hasta el río”.
Escribía Violeta en Santiago y coreaba Mercedes en Buenos Aires: “Me gustan los estudiantes que marchan sobre las ruinas, con las banderas en alto va toda la estudiantina.
Son químicos y doctores, cirujanos y dentistas”. Este abril volvieron a flamear las banderas, muchos colores acompañando al negro-blanco-verde y rojo palestino. Aunque las autoridades de la Universidad del Sur de California prohibieron dar su discurso a la mejor alumna, por ser palestina, sus compañeros se encargaron de amplificar su voz. En este 2024 se suman a la protesta decenas de profesores, muchos de ellos descendientes de sobrevivientes del Holocausto.
“Me gustan los estudiantes que rugen como los vientos cuando les meten al oído sotanas y regimientos”. A pesar de toda la propaganda para acusarlos de “antisemitismo”, de “agitadores externos”, ocuparon los campus en Columbia, Nueva York, en la UCLA (Universidad de California en Los Ángeles), en Boston, en Minnesota. El ejemplo de los universitarios en Estados Unidos cundió en otros centros universitarios de Europa, que ya habían acompañado otras protestas contra Israel.
El movimiento estudiantil pidiendo el alto de fuego en Gaza y la suspensión de las relaciones directas o indirectas con el Estado de Israel provocaron reacciones, a veces violentas, para restarles valor. Sin embargo, en la mayoría de los casos, los estudiantes eran conscientes que se exponían a la expulsión o a perder una plaza por un motivo mayor: la solidaridad con las familias palestinas que han enterrado más de 35 mil muertos, una tercera parte niños menores y adolescentes.
La repercusión de la protesta fue un sacudón para otros sectores que guardan silencio. Como escribió Violeta: “Me gustan los estudiantes que no hacen sordo mudo cuando se presenta el hecho”. A los pocos días, la representación palestina lograba un nuevo triunfo diplomático en Naciones Unidas en el camino al reconocimiento total como Estado.
En Bolivia, la decadencia del tejido social también se expresa en las universidades públicas. Las dirigencias estudiantiles están sumidas en la generalizada corrupción con representantes envejecidos y clientelares.
Ni siquiera han recordado que justamente hace medio siglo, en abril de 1974, se consolidaba la resistencia a la dictadura de Hugo Banzer con la creación del Comité Interfacultativo. Los estudiantes, arriesgando seguridad y profesión, salieron a reclamar sus derechos y la autonomía.
Fue uno de los movimientos rebeldes más hermosos que testificamos. Era pacífico. En el atrio de la Universidad Mayor de San Andrés, en La Paz, los chicos tocaban guitarra, las chicas vestidas con coloridas minifaldas prendían flores a los policías, quizá inspiradas en ese otro gran gesto de ese año: la Revolución de los claveles en Portugal.
La rebelión juvenil motivó el golpe de Estado de Gary Prado y otros militares institucionalistas en un intento de cambiar el destino del país. Poco después, Banzer endureció el régimen y sacó a los políticos civiles de su gabinete.
Entonces, la protesta boliviana fue una inspiración para otros universitarios en la región, donde se asentaban una a una las dictaduras en Uruguay, Chile, Argentina. El Comité Interfacultativo resistió las embestidas hasta conseguir junto a los trabajadores la apertura democrática en 1982.
Ojalá alguna federación universitaria recoja esa memoria y una a los bolivianos con los estudiantes del resto del mundo que piden paz para Palestina.