Durante los últimos días, el incremento de algunos elementos básicos de la canasta familiar, sobre todo el de los alimentos, ha causado cierto grado de reacción de la población boliviana, que ha oscilado entre la alarma ante una posible explosión inflacionaria y lo caricaturesco, tal el caso del incremento exponencial del tomate, cuyas secuelas llegan incluso a la tradicional llajua cochabambina.
Sin embargo, dejando de lado extremos, es necesario asumir una posición más crítica y madura de la situación, buscar las razones de la inestabilidad de los precios de ciertos productos y darles soluciones tanto a corto como a largo plazo, sin alarmismos, pero también sin restarle importancia al tema.
El Instituto Nacional de Estadística refiere que el incremento está asociado a tres factores principalmente, como los fenómenos climáticos, la inflación importada y el “contrabando a la inversa”. Esto es, han subido los precios en países vecinos y ahora los comercializadores prefieren llevar los alimentos a estos sitios donde les pagan mejor.
Un reciente informe de la FAO refiere que en mayo de este año hubo un incremento de 0,9 por ciento en los precios de los alimentos. Ya en el área más regional, los efectos causados por el fenómeno de El Niño, dice el INE, han causado incrementos en países limítrofes como Argentina, Perú, Brasil y Chile, lo que afectó en el país, ya que esta situación no es aislada y sólo de Bolivia.
De allí, que una de las medidas más inmediatas, anunciadas entre otras siete medidas, sea el reforzamiento del control de fronteras, garantizar la seguridad alimentaria nacional y disipar el señalado “contrabando a la inversa”.
Al cierre de esta edición, se reunía también un gabinete extraordinario, cuyas determinaciones iremos desglosando en próximas ediciones, aunque es de esperar, que su agenda de prioridades también estará este control de fronteras, el combate a la especulación, el incentivo a la producción nacional y otras medidas a más largo plazo.
Pero ya que de control de alimentos en fronteras hablamos, dejamos la pregunta: ¿Por qué no se hace lo mismo cuando el caso es inverso y los productos foráneos son más baratos que los del país y miles de productores nacionales ven podrirse sus cosechas al verse superados en precios por la papa peruana, las manzanas chilenas o las frutas y lácteos de Argentina? Lo urgente es resolver el encarecimiento de los alimentos, pero habrá que pensar también después en el contrabando “no inverso”.
Indudablemente, habrá que diseñar políticas que hagan un control más efectivo de ambos lados, que garanticen la seguridad alimentaria interna, pero que también protejan a nuestros productores, que son, finalmente, quienes nos dan de comer.