Quienes trabajamos el futuro no podemos ser ingenuos ni inocentes, pues cuando realizamos propuestas de desarrollo frente a titulares cotidianos, que son cuando menos deprimentes, lo hacemos como una necesidad y un compromiso para vivir diferente. La celebración del Bicentenario de la Independencia se convierte así en una referencia, más allá de una fecha en el calendario.
Para llegar al 6 de agosto de 2025 debemos imponernos metas mínimas que nos permitan alcanzar el progreso nacional inclusivo. Hemos compartido en Chuquisaca que el Bicentenario empezó “ayer”, para no desperdiciar el tiempo descubriendo que éste debe servir para enamorar e involucrar a Bolivia con una actitud y un compromiso de reconciliación; en él, los chuquisaqueños tienen la iniciativa para recomponer su propio futuro sobre la base estratégica del turismo histórico, patrimonial, productivo y humano, y tomando el potencial de los Cintis, Camargo, el singani y sus haciendas históricas, empezar a articular a su gente y a su territorio.
En esa lógica y lanzando ideas, Sucre tendría que ser anfitrión de todas las pre/promociones para que los estudiantes recorran los espacios históricos donde nació la patria. Sería una oportunidad extraordinaria de formación cívica y de reconocimiento humano a quienes nos legaron independencia y libertad.
La constatación del valor del Bicentenario me llevó a estudiar cuáles podrían ser las tareas que necesitarían políticas públicas para concretarse con algún grado de eficacia. Encuentro cuatro, insoslayables:
1. Incorporar a los jóvenes menores de 30 años, que representan el 60% de la población. Quien quiera tener algún grado de resultados positivos en lo que se proponga, tendrá que incorporar este provocador bono demográfico.
2. Abrirnos al turismo, sin vergüenza, con osadía, logrando la declaración que el turismo se convierta en política pública de prioridad nacional. Hemos conocido que el gobernador de Tarija, Oscar Montes, ha visitado Paraguay y en un encuentro con el presidente Abdo Benítez, ambos han coincido en su importancia. Ese es el camino.
3. Exportar o morir, encontrando mercados internacionales para productos no tradicionales que compitan en precios y calidad, como el singani, vino, café, chocolate, orégano, miel, arándanos, artesanía de maderas, tejidos tradicionales, orfebrería, almendras, manufacturas, sumados a los productos tradicionales. El Estado boliviano no puede seguir en el absurdo de negar que muestro mercado interno es muy pequeño para nuestra capacidad productiva, limitando la posibilidad del desarrollo responsable. Esta exigencia mundial requiere potenciar la combinación productiva de inteligencia, tierra, capital y trabajo, como lo están haciendo las sociedades competitivas.
4. Vivir en ciudades. Los procesos migratorios que mueven al mundo, y que se han acelerado en Bolivia por la pandemia, el cambio climático y la inexistencia de políticas públicas de ocupación territorial, han llevado a la expulsión de la gente de las zonas rurales. La presión sobre las ciudades capitales, y principalmente sobre Santa Cruz de la Sierra, obliga a desarrollar estrategias público/privadas que ayuden a resolver lo que el Estado ha demostrado no puede hacerlo solo, en materia de transporte, crecimiento urbano, vivienda, energía, salud, educación, ocio productivo, requiriendo del esfuerzo privado responsable para lograr la ciudad de los 15 minutos que se impone en el mundo.
Ninguna de estas situaciones puede resolverse solamente desde el sector público o privado, o desde ambos sectores confrontados. La importancia del Bicentenario y el nivel de consciencia con el que lo enfrentemos podrán ayudarnos con las respuestas.
Estamos necesitando que emerja la Generación del Bicentenario, republicana, productiva, disruptiva, bullanguera, iconoclasta… Y cada día que pasa, es un día menos…