“El que lo abandona todo por ser útil a su país, no pierde nada y gana cuanto le consagra”, dijo Simón Bolívar.
Un sentimiento de patria me invade al escuchar a unos jóvenes músicos lojanos cantar con la esperanza de pie. Tú estás ahí, patria adolorida, desguarnecida contra los que quieren verte hecha jirones y aun así altiva y entera, como las madres mejicanas que buscan sus hijos desaparecidos desde las aldeas hasta las ciudades.
Hoy te he visto patria, en el trajín cotidiano de los guayaquileños por salir al trabajo y ganarse la vida, como decía mi madre; en la búsqueda de futuro para sus comunidades y para la madre tierra de las lideresas indígenas de la amazonia; en la mirada que no esconde el miedo de los jóvenes de los sectores populares, cuyas vidas se debaten entre un futuro incierto plagado de violencia e inseguridad y la posibilidad de acceder a las universidades públicas.
Siento cerca a Dolores Cacuango, con sus enseñanzas, en un hondo grito de libertad, lucha y coraje. Me vienen a la memoria, sus palabras, Nosotros somos como los granos de quinua, si estamos solos el viento nos lleva lejos, pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento, bamboleará, pero no nos hará caer. Su voz, desde Cayambe, incitaba en su momento a la rebelión y unidad indígenas como única vía de alcanzar cambios estructurales en un país donde la desigualdad era histórica.
La desigualdad latente requiebra nuestra identidad y hace posible que los jóvenes vean a los otrora antihéroes como hombres dignos de emular. Por eso el mundo parece estar al revés. Quizás a los jóvenes les hace falta profesores como Merlí, el icónico profesor de secundaria de la serie española que recordaba a los jóvenes el valor de vivir, la esperanza depositada en la solidaridad y el esfuerzo que no da tregua ni se rinde, aunque la vida nos tire hacia atrás.
Los votos de los ciudadanos con su sentido tan propio de entender y juzgar a sus gobernantes traen a la esfera política un personaje distinto, un joven de 35 años que adelanta incluso un cambio en la forma de pensar la economía, Daniel Noboa, que desconcierta a propios y extraños cuando alcanza a posicionarse para la segunda vuelta electoral y tiene una alta posibilidad de ser el presidente de Ecuador que concluya el mandato establecido para el presidente Lasso.
Nunca supe antes de Daniel Noboa, pero su franqueza y su trabajo en territorio, puerta a puerta, me ha llamado la atención. Ciertamente, viene de un mundo de privilegios, pero encarna los valores de un mundo distinto, de una política que habla de cuestiones tangibles que tienen que ver con oportunidades de trabajo para los jóvenes —que son un importante segmento poblacional en el país— previa formación y adquisición de habilidades, una asignación de recursos estatales más eficiente, sin someter la independencia del poder judicial y una lucha decidida para volvernos un país con nuevas actitudes políticas.
Ecuador requiere un presidente que sea capaz, siguiendo a Acemoglu y Robinson, de “preservar las instituciones económicas inclusivas y crear una economía dinámica, todo lo cual reduce los beneficios económicos que uno puede garantizar como mínimo, a corto plazo, usurpando el poder político”.
Sin duda, la patria está inmersa en la inseguridad y la vocinglería de discursos populistas que apelan a volver a los viejos tiempos, olvidando que lo nuevo y lo viejo se enfrentan en el tinglado de la vida real. Pero los electores jóvenes y no tan jóvenes tienen la palabra para afrontar el futuro con originalidad y competencia.
Teniendo en cuante que podemos tomar conciencia de un destino diferente que incluya al país en las revoluciones tecnológicas, se construya ciudadanía y capital social para hacer fuerte y compacta esta democracia imperfecta.
El diálogo y la negociación que promuevan acuerdos y consensos darán cuenta de la habilidad política de Daniel Noboa para expresar “otra” manera inédita de hacer país. Desde respetar y hacer cumplir la Constitución y las leyes hasta consensuar políticas públicas que coloquen a los ciudadanos en la primera línea de preocupación del Estado. Entonces, los adelantos sociales y políticos mostrarán otro rostro de Ecuador donde las virtudes públicas a las que alude Victoria Camps, no sean ajenas a los gobernantes ni a los servidores públicos.
Así tendrá sentido, la voz del poeta Rafael Larrea, “somos la parte que crea, la que empuja montañas con los dedos y acaricia con vientos las mañanas”.
La autora es docente titular de la UMSA e internacionalista