Hasta hace poco, la contradicción que guiaba la lucha política en Bolivia era izquierda-derecha, en tanto construcciones ideológicas y modelos de organización estatal y construcción nacional. Eran cuerpos ideológicos que, antagónicamente, respondían a intereses de clase y, en función de ello, se establecían políticas institucionales, sociales y económicas aplicables en el país. Esa contradicción se agotó porque la derecha recaló en un neoliberalismo apátrida e injusto y las utopías y referencias de la izquierda fracasaron. Ambos, derecha e izquierda, distorsionaron su esencia en corrientes populistas y estatistas que diluyeron su antagonismo y su lucha se redujo a la lucha del poder por el poder. Adiós utopías y diferencias.
Ese proceso de populismo degenerado y con fachada popular, no se interesó por el desarrollo nacional y el fortalecimiento institucional; actuó de forma opaca, sin transparencia y erosionó la democracia de la que se valieron, no sólo para acceder al poder sino también para mantenerse en él, interpretando, incluso torpe y arbitrariamente, preceptos constitucionales y pretendieron establecer que la reelección indefinida era un derecho humano. En ese proceso de autoritarismo la oposición democrática quedó desorganizada y sin capacidad de reacción, generando una imagen de incapacidad ante la opinión pública.
La situación se complica más cuando el régimen usa la legalidad constitucional para erosionar la democracia en una perspectiva dictatorial, pero pocos reaccionan ante esta situación porque no perciben la dictadura como algo evidente, sino como algo potencial y se aferran a la idea de que aún vivimos en democracia, a pesar de todas sus imperfecciones, lo que dificulta establecer como contradicción principal la lucha de la democracia contra la dictadura.
Es posible que, a futuro, esa contradicción sea más evidente, pero en las circunstancias actuales y, a fin de despertar la conciencia ciudadana, tal vez sea mejor hacer énfasis en la necesidad de reconstruir nuestro país. Frente a la plaga destructiva que ha significado el MAS hay que contraponer, desde la ciudadanía democrática, la necesidad de la reconstrucción nacional.
El MAS, en sus casi 20 años de gobierno, ha destruido toda la institucionalidad estatal. No dejaron piedra sobre piedra institucional. Ni la Constitución les sirve de guía para gobernar y avanzar hacia el desarrollo nacional. La kakistocracia enquistada en todas las reparticiones del Estado ha destruido la calidad de la gestión. Todas las autoridades estatales son interinas, salvo una que otra con cierto grado de legitimidad, pero sin protagonismo real.
La economía agoniza, destrozaron toda la capacidad productiva industrial y la agricultura es incipiente, salvo la agroindustria del oriente; no hay empleo de calidad y la informalidad campea, la deuda externa se ha incrementado, el déficit público es crónico, no hay reserva monetaria y el oro ha desaparecido; no hay gas ni gasolina y estamos raspando la olla; los bosques han sido quemados, los ríos contaminados; los servicios de salud y educación son precarios y de pésima calidad; la corrupción, el narcotráfico y el contrabando campean.
Incluso las organizaciones sociales han sido divididas, debilitadas y prebendalizadas. Lo último es la destrucción de la justicia con la prórroga inconstitucional de sus máximas autoridades. No dejaron, ni están dejando, nada en pie y lo peor es que buscan someternos y destruir hasta nuestras esperanzas por una vida mejor.
Frente a esta barbarie destructiva de la patria y sin dejar de denunciar el carácter autocrático del régimen actual, es vital contraponer la esperanza de reconstrucción nacional que siente las bases para luchar contra la pobreza y el subdesarrollo. Reconstruir nuestro país con base en un republicanismo democrático que consolide el Estado de derecho, las autonomías y revalorice la diversidad social, cultural y territorial; que despliegue un modelo económico sustentable que sincere la economía y responda a las necesidades de una silenciosa y sostenida transformación productiva basada en las economías emergentes (verde, naranja, creativa, etc.) que tienen exigencias digitales, científicas y tecnológicas diferentes del fracasado modelo socio comunitario de producción extractivista.
Reconstruir nuestro país sobre bases éticas, morales y democráticas debe ser el eje motivador de nuestra lucha política frente a la autocracia destructiva que se ha instalado en el gobierno.
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Los Tiempos y la Plataforma UNO fomentan el debate plural, pero no comparten necesariamente los puntos de vista del autor.