La afirmación del título corresponde a la filósofa estadounidense, de origen ruso, Alissa Zinovievna, prolífica escritora, defensora de la razón y la libertad. Publicó sus obras con el seudónimo Ayn Rand. En un fragmento de su novela La rebelión de Atlas (1957), en una escalofriante predicción, deja entrever cuándo y en qué extremos una sociedad puede estar condenada.
Desglosando esa parte fundamental de la novela, podemos identificar cinco aspectos claves en la vida y la salud de cualquier sociedad y cuando suceden, la sociedad está condenada. A saber:
- Cuando se advierte que los que verdaderamente producen tienen que pedir permiso a los que no producen nada.
- Cuando se comprueba que el dinero fluye a chorros, no precisamente a partir de la producción y venta de bienes y servicios, sino más bien a partir de favores y contactos.
- Cuando se percibe que la prosperidad y el enriquecimiento no tiene origen en el trabajo o la producción, sino en la influencia y el soborno.
- Cuando se advierte que las leyes no han sido concebidas para defender al ciudadano honesto. Las leyes, más bien, condenan a los honestos y resguardan a los corruptos.
- Cuando nos convencemos de que la honradez, más que una virtud, es un gran sacrificio.
Pues bien, cuando suceden estas cinco cosas juntas, Ayn Rand considera que la sociedad está condenada. Ahora, claro, metafóricamente hablando, cuando hay condena, también hay sentencia. ¿Cuál sería, entonces, esa sentencia?
En términos dantescos, la sentencia sería el infierno. En otros términos, el fracaso: el fracaso como sociedad donde cualquier proyecto de Estado es inviable.
En ese horizonte, veamos ahora nuestra realidad. ¿Somos una sociedad condenada? Examinémonos, en consecuencia, en los cinco parámetros de Ayn Rand.
En las condiciones actuales, de intenso corporativismo, los que producen deben pedir permiso a dirigentes sindicales, que no producen nada. A éstos, que están en el poder y la burocracia estatal —bajo la perniciosa lógica corporativa—, se les debe pedir autorización para producir todo, hasta para lo más mínimo. Además, si no hay un “reconocimiento”, no hay autorización. Esto es patético en nuestra sociedad.
Asimismo, podemos observar que, en gran porcentaje, el dinero fluye con más intensidad en los ámbitos especulativos —con “favores” especiales— que en la producción y venta de bienes y servicios. Los productores que realizan todo el sacrificio jamás logran las utilidades de los rescatistas y especuladores. La producción, por tanto, no es la principal actividad para generar excedente y prosperidad.
De igual manera, el trabajo no es la principal fuente de acumulación material. Quienes están forjando grandes fortunas ahora son los que trafican “influencias” a través de sobornos. El soborno es, entonces, el mejor camino para el rápido enriquecimiento. Ahí están, primero, los nuevos “ricos rosados”, que forjó la revolución del 52. Ahora, en el Estado Plurinacional, los “nuevos ricos azules”, esa élite cleptocrática que, desde la burocracia estatal y con el discurso indígena-nacionalista, está forjando enormes fortunas. No trabajan, no producen, pero se enriquecen descarada y descomunalmente.
Tampoco la justicia y las leyes están al servicio del ciudadano común. Las elites políticas someten a su antojo a la justicia. Los ejemplos son interminables. El más truculento y atroz es el caso del ex Fondo Indígena. Condenaron y acabaron con la vida del que denunció el desfalco del siglo. Los autores del millonario robo, todos sobreseídos, ostentando, sin desparpajo, sus fortunas malhabidas. Es esa justicia al servicio de los poderosos. Ahí está, por otro lado, el caso de Ernesto Fidel, el supuesto hijo de Evo Morales. El poder lo hizo desaparecer. Hay certificado de nacimiento, pero no de defunción. Es esa justicia al servicio de los corruptos.
Sí así protegemos, estimulamos e incentivamos la corrupción; obviamente, ser honrado es un gran sacrificio. Parece que se debe aceptar todo esto con la mayor naturalidad y resignación. Acá, inexorablemente, la mayoría sigue el ejemplo de los corruptos gobernantes. ¿Así, hay alguna esperanza?
La realidad material y objetiva nos acerca a la predicción escalofriante de Ayn Rand: somos una sociedad condenada. Todos los gobernantes, a su turno, han contribuido enormemente en esta tragedia. Los políticos tradicionales, como los extintos Paz Estensoro y Banzer; asimismo, Paz Zamora, Sánchez de Lozada, Carlos Mesa, Tuto Quiroga y otros “neoliberales” tienen gran cuota de responsabilidad.
Ahora, quien convirtió en apocalíptica esa condena fue Evo Morales y su partido. El mayor y más nefasto proceso de desinstitucionalización se inicia precisamente luego de que asumen el poder.
Así, ¿qué futuro tienen las generaciones que vienen?