¿Qué hora es? La que usted diga, señor presidente. Cuando la democracia desaparece y el poder se concentra en una persona, todo puede ocurrir, incluso que se cambie el sentido de las manecillas del reloj por orden de la autoridad, o cosas peores.
Pero lo que sucede en Venezuela ya llega a extremos fronterizos entre la comedia y la tragedia.
El gobierno de Nicolás Maduro no quiere competidores en la carrera electoral y, por eso, ya eliminó a la principal candidata de la oposición, María Corina Machado, simplemente porque en las encuestas aparecía como una clara favorita para destronar al “chavismo” después de casi un cuarto de siglo en el poder.
Y ahora, precisamente antes de que termine el plazo para el registro de las candidaturas, aparentemente prepara un nuevo golpe, esta vez contra Corina Yoris, tocaya de la candidata eliminada, quien fue elegida para suplir a la titular por méritos profesionales, pero también por tener un “nombre” —Corina—, que se ha convertido en una suerte de símbolo de la resistencia democrática venezolana.
La rebelión de las Corinas, sin embargo, no es solo una cuestión de nombres, sino del evidente hartazgo de un país que ha experimentado tal vez el mayor retroceso de su historia bajo el gobierno de Hugo Chávez, primero, y el de Nicolás Maduro, ahora.
Venezuela ya no es el referente de riqueza —mal distribuida, pero riqueza al fin— que fue durante gran parte de la segunda mitad del siglo pasado, ni el de la continuidad y alternancia democrática, sino todo lo contrario.
En todos los informes internacionales de desarrollo humano, transparencia, seguridad ciudadana, indicadores económicos comparados, vigencia de las libertades democráticas, entre otros, Venezuela aparece hoy como el país con peores calificaciones y como un ejemplo más de que el populismo —de izquierda o de derecha— es el camino más corto al autoritarismo y al descalabro económico.
Algo similar ocurre con Nicaragua, donde los esposos Ortega Murillo hacen, para decirlo fácil, lo que les viene en gana, al extremo que en diciembre del año pasado expulsaron a la Cruz Roja Internacional, luego de haber encarcelado, asesinado e incluso desnacionalizado a la mayoría de sus adversarios políticos y haber roto para siempre con la Iglesia católica.
En Venezuela y Nicaragua sólo se elige entre los que son del partido o la familia, porque en realidad se trata de eso, nada más, de proteger los intereses partidarios o familiares, de mantener al mismo grupo en el poder y de compartir, con algunos desubicados, un supuesto espacio estratégico dentro de un nuevo orden mundial, en el que los “imperios” de referencia no necesariamente tienen miramientos democráticos.
En Bolivia las cosas no han ido tan lejos, pero por ahí se va. La gran diferencia, con Venezuela, por ejemplo, fue hasta hace poco el desempeño económico y con Nicaragua, el haber logrado evitar, con presión cívica, que la “presidencia vitalicia” se transforme en un derecho humano de Evo Morales.
Pero todavía hay riesgos y señales peligrosas. Hace poco, por ejemplo, el expresidente Carlos Mesa lanzó la propuesta de las elecciones primarias para la oposición. De inmediato los hilos del poder comenzaron a tejer la trampa. Con un extremo del hilo se reactivó inesperadamente el caso Lava Jato, que supuestamente involucra a exautoridades del período 2005-2007 y con el otro, seguramente, a escribir el borrador de alguna acusación de última hora aplicable a cualquiera de los aspirantes que no sea el oficial.
El MAS sólo ha dejado una vez el poder, por presión social y por un muy corto período de tiempo. En las últimas dos décadas nadie ha amenazado seriamente su continuidad, por lo que todavía está por verse cuál será su actitud si aparece un aspirante con serias posibilidades de cambiar la historia.
Por lo pronto no hay “Corinas”, pero los opositores bolivianos deberían estar listos para una eventualidad similar a la que dio lugar a la rebelión de las venezolanas. De lo contrario, la pregunta continuará siendo autoritaria y la respuesta no escapará a la sumisión: ¿Qué hora es? La que usted diga, señor presidente.