El anuncio sobre la fecha de las próximas elecciones presidenciales —17 de agosto 2025—, levanta la bandera de la carrera electoral, en un contexto no sólo de grave crisis económica, sino también de aguda crisis democrática, institucional, ética y moral. El panorama, respecto a un cambio sustancial en la política que recupere la ilusión de los bolivianos, es sombrío.
Es de duda e incertidumbre, por las características de clase política. De esa élite política, en palabras de Gaetano Mosca, que detenta el poder y define el futuro y el destino de los países. Hay sociedades con mayor desarrollo, riqueza y prosperidad, incluso sin materias primas. En estas, esa élite, tiene la convicción de que la política es, fundamentalmente, un servicio. En cambio, en las sociedades donde la clase política está conformada por la peor gente, lo que se observa, más bien, es corrupción, atraso, subdesarrollo y pobreza.
Para referirme, a la particular clase política boliviana, en varias ocasiones utilice el término “execrable”, para resumir sus características despreciables y detestables. Son políticos de “alcantarilla”. Sean azules, verdes, amarillos rosados y, de izquierda o derecha; son todos ellos viscerales.
Para respaldar estas controversiales afirmaciones, veamos las evidencias sobre el accionar de la clase política en Bolivia, en las últimas cuatro décadas. Nos remitiremos a los inicios de la recuperación de la democracia. Concretamente, al inicio del ciclo de la “democracia pactada”. La clase política de este ciclo, después de varios lustros de dictadura, reafirmo la práctica de utilizar al Estado, como fuente de enriquecimiento.
En esa lógica, los acuerdos realizados para elegir gobiernos, en cinco gestiones constitucionales, desde 1985 hasta 2002, nunca fueron programáticos y con un norte de visión de país. Estos pactos se pervierten rápidamente, convirtiéndose, en esencia, en acuerdos prebendales, de apoyo a cambio de cuotas en el Estado. Los líderes políticos tradicionales imponían, en esos acuerdos, sus mezquinos intereses. Los pactos nacen, entonces, con males congénitos.
A esa lógica prebendal de cuoteo y repartija del Estado, se añaden otros tres terribles males. En orden de prelación: la corrupción, el clientelismo y el patrimonialismo.
Muy pronto, entonces, con esos males a cuestas, estos pactos conocerán su ocaso. No sin antes propiciar y construir el escenario ideal para la toma del poder de Evo Morales y el Movimiento al Socialismo (MAS). Ellos, abonan el camino.
Luego, en oposición, durante cinco elecciones y gestiones constitucionales, incapaces de competir con el partido de gobierno, se constituyen en una oposición funcional. Su falta de visión y pobres decisiones, contribuirán, inocentemente, con la estrategia de reproducción del poder. Son cómplices de la inédita concentración de poder en manos de una persona y su partido. También, de los desvíos autoritarios, el despilfarro y la megacorrupción.
La incapacidad de asimilar las experiencias pedagógicas del pasado les impide concebir proyectos políticos serios para enfrentar al MAS, con posibilidades competitivas. Seguramente, otra vez irán fraccionados y divididos, cuando la experiencia recomienda conformar un gran bloque opositor. Si así fuese, estuvieran repitiendo cinco veces el mismo error. Su necedad es patética.
En el otro flanco, tenemos a la clase política que gobierna el país desde hace 18 años. Tomaron el poder con la promesa de grandes cambios, para imponer una “nueva forma de hacer política”, desterrando a la corrupción y todos esos males arraigados en los anteriores gobernantes. Más temprano que tarde se embriagaran con el poder y, literalmente, se emborracharan con la bonanza económica.
Evaluando, ahora en el tiempo, el “proceso de cambio” resultó siendo una falacia. El tiempo nos permite ahora apreciar con nitidez toda esa falsedad. Detrás de ese montaje y teatro, está una voraz élite cleptocrática que, con el discurso izquierdista de cambio y narrativa indígena, ha controlado y dilapidado el mayor excedente económico que tuvo la historia. El poder fue a parar a manos de falsos izquierdistas. El ejercicio y la concentración de poder develará su esencia. Comienzan a cometer, al margen de la Constitución que ellos mismos aprobaron, una serie de tropelías, abusos y arbitrariedades. Pierden la decencia y, sin escrúpulos, comienzan a robar a manos llenas. Mienten, ocultan y niegan todo. Son izquierdistas de doble moral, critican al imperio, empero, en sus hábitos, son militantes del consumo capitalista y admiradores de sus principales marcas. Predican la sobriedad mientras que, con la plata del pueblo, viven en la opulencia con descomunales privilegios. Si bien, en el último tiempo se dividieron las dos alas, “evistas” o “arcistas”, son exactamente iguales. Comparten las mismas miserias y patologías.
Vean ustedes, la calidad de nuestra execrable clase política. Unos peores que otros. El denominador común, en todos ellos, es la “profunda vocación cleptómana”. Es incontenible en ellos ese voraz apetito de acumular fortunas con recursos fiscales. La política es concebida por todos ellos como un negocio. De donde se debe salir rico en el menor tiempo posible.
En ese panorama, mientras no exista un verdadero cambio en la composición de nuestra clase política, las elecciones no abrigan ninguna esperanza.
El autor es profesor de la carrera de Ciencia Política de la Universidad Mayor de San Simón