Cuando las dedicadas propietarias de la librería Lectura me preguntaron si me animaba a tener una conversación con Eduardo Sacheri —quien llegaba a la FIL de La Paz gracias a sus gestiones—, respondí inmediatamente que sí. Había leído un par de novelas del autor, uno que otro cuento, y me constaba que era un magnífico guionista. Luego vino la consigna: Robert Brockmann (con quien compartiríamos mesa), hablaría de historia y literatura con el escritor, yo de cine y fútbol... Me sorprendía entonces la fe descomedida que aquellas mujeres me habían depositado. Como mi “sí” a la charla había sido tan rotundo, no había vuelta atrás.
Respiré profundo mientras pensaba: he visto La odisea de los giles, la película de 2019 basada en la novela de Sacheri, La noche de la Usina. Una comedia dramática sobre la crisis económica en Argentina a principios de los 2000, cuando ocurrieron el malhadado corralito y la devaluación (llevo meses pensando que algún cineasta boliviano debería comprar los derechos del film y nacionalizar el guion). Y me he sumergido ocho veces en El secreto de sus ojos —cuyo argumento salió de su novela La pregunta de sus ojos—, a la que mucho antes de que la Academia resolviera otorgarle el Óscar a “mejor película extranjera”, yo ya había considerado la mejor película latinoamericana de los últimos tiempos.
Y en ese proceso de autoconvencimiento de que mi presencia en la plática no sería tan osada, repetí para mis adentros que a pesar de no ser experta en fútbol, como lo es Eduardo Sacheri, quien lo juega, lo grita, lo inhala y lo escribe, comprendía el fervor irracional, masoquista y épico frente a una cancha con el equipo de uno, sin importar de qué deporte se trate ni en qué lugar se esté (llevo veinticinco años entre el sudor frío y la transpiración febril frente a los partidos de los Lakers en la NBA).
El novelista participaría en varios foros y debía conocer a sus interlocutores previamente. La embajada argentina reunió a un grupo de cineastas, historiadores, futboleros, escritores y groupies que más que un intercambio de palabras con el autor, rogaban por una selfie... choripán en mano. Con un ánimo parecido irrumpí en la esquina del jardín en la que Eduardo se resguardaba de las conversas forzadas bajo un árbol de ramas invernales que le raspaban la calva sin que le importara. Y le entregué el libro Clásico literario: The Strongest vs. Bolívar. Presumí que lo apreciaría, estando en el mismo lugar de quienes habían trascendido la cancha para escribir los cuentos de esa entrañable antología.
El bonaerense, profesor de historia e hincha desquiciado de Independiente, ha logrado un maridaje entre la literatura, la historia y el fútbol, al que siempre le encuentra un espacio. En ocasiones, el fútbol parece no ser sólo un guiño sino un estilo. La narración en algunos de sus textos se vuelve frenética. No hay puntos, no hay guiones que anuncien diálogo, no hay pausas. Como si jugara con la voz de un relator de fútbol.
Ya lado a lado en la sala Jaime Mendoza, de una feria de cemento que no se calienta ni con los miles de ejemplares primorosamente expuestos por tantas librerías, le hablo de aquello. El autor confiesa que hay algo de relato radial, pero que su lenguaje es más bien cortazariano. De Julio Cortázar, nos cuenta, aprendió que se puede escribir de lo cotidiano.
Como su personalidad segura (casi cínica) y su sentido del humor me lo permiten, invoco al escritor español Antonio Gala, quien decía —a propósito de las adaptaciones de novelas suyas al cine— que entregar la obra propia a un productor, era como entregar una hija a un prostíbulo, y le pregunto si sentía esa profanación, aun cuando los profanadores fueran Campanella o Darín. Contesta que no, que las interpretaciones de sus tramas y personajes por parte de los productores (a momentos tan disímiles con sus intenciones) lo alertan sobre el particular sentido que cada lector le da a sus novelas.
Como una coda a lo anterior, le transmito una inquietud. Cómo participa Francella en una película (El secreto de sus ojos) en la que el violador y asesino es hincha de Racing, el equipo de sus amores. Eduardo no me permite continuar, necesita explicar que en Argentina existen cinco equipos grandes, que por un asunto de guion ese personaje perverso debía ser de uno de ellos y sólo quedaban Racing e Independiente, y que bueno… en Independiente no hay hijos de puta.
A Alejandro Dumas hijo lo criticaban por su falta de rigor histórico al escribir, y él solía responder que sí, que a veces violaba la historia, pero que le hacía hijos muy bonitos. Lo que me provocó preguntarle al invitado si creía que los hijos de sus libros con los productores cinematográficos habían salido tan bonitos como esperaba. Después de una risa acompañada de falsa vergüenza, reveló que, aunque los reconocía, sentía que esos hijos ya no le pertenecían.
La charla entre los tres no quiere acabar, pero los organizadores de la Feria, que no parecen bolivianos con esa puntualidad, ya están nerviosos y le hacen caras a las anfitrionas de que nos quedan diez minutos antes de desalojarnos por las buenas o por las malas (o eso expresa su mirada). Pese a que ninguna de las obras que le ofrezco existe (igual me preguntaban luego dónde conseguirlas), Sacheri no duda en decir que a una isla se llevaría la biografía novelada de Messi escrita por Ricardo Piglia en vez de la biografía novelada de Maradona escrita por Manuel Puig (a los que también estima, claro).
Ya por partir, arrojamos al autor al público, uno que por lo general prefiere exponer que indagar. Él no opone resistencia: se sabe admirado y está cómodo. Desde ahí nos echa su última sonrisa inteligente.
La autora es abogada