Cada noche, en el espacio abierto entre la Basílica catedral y la Plaza de Armas de Puno, jóvenes de esta ciudad del sur de Perú se reúnen para ensayar danzas folklóricas, la mayoría de ellas con el fin de participar en diversas fiestas patronales, especialmente la más importante de ese país, que es la festividad de la Virgen de la Candelaria. Se trata de una actividad sana y de fomento a la cultura propia, pero existe un detalle: muchos de los bailes que se ejecutan en esa fiesta no son peruanos, puesto que se originaron en otro país, Bolivia.
La apropiación de elementos de la cultura boliviana por parte de Perú se ha intensificado en los últimos años. El punto de inflexión visible es noviembre de 2014, cuando el Comité Intergubernamental para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco, por sus siglas en inglés) decidió incluir a la Festividad de la Virgen de la Candelaria en la Lista Representativa del Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad. A partir de entonces, tanto el gobierno nacional de Perú como los subnacionales del Departamento y provincia de Puno han destinado una buena cantidad de recursos económicos para promocionar internacionalmente la fiesta.
Promocionar la fiesta de la Candelaria significa, especialmente, mostrar sus danzas y aunque Perú tiene, indudablemente, un vasto y nutrido acervo folklórico, existe notoria predilección por solo algunos bailes como la diablada y morenada, probablemente porque estos tienen características de espectacularidad que los ponen por encima de otros. Este año, por ejemplo, hubo un concurso de composición de letra y música solo de esas danzas.
Tanta importancia se les da en Puno a estas danzas que, a la fecha, las han convertido en parte de su identidad regional. Hay estatuas, o bien enormes máscaras, de morenos y diablos en lugares públicos como la terminal de autobuses, parques y avenidas. En la municipalidad provincial hay una pareja de morenos en medio de dos escudos, repetidos, de Puno, y miniaturas de bailarines aparecen en los escritorios del alcalde y los regidores, a tono con los que son ofrecidos, como suvenires, en las tiendas de artesanías de Parque Pino.
Las ofrecen como suyas, como parte del patrimonio de su festividad, pero, como bien sabemos a este lado del Titicaca, esas, y otras danzas, tienen su origen en nuestro país.
Antigüedad
La clave para definir la pertenencia de una manifestación cultural es la antigüedad.
La festividad de la Virgen de la Candelaria fue inscrita en la lista de la Unesco en 2014 pero, años antes, en 2008, lo propio ocurrió con el Carnaval de Oruro, así que esos años no son una referencia válida. Si se toma en cuenta a estas festividades por lo que son actualmente, se encontrará que la de Oruro es más antigua, puesto que los reportes de su celebración se remontan a fines del siglo XIX y principios del XX mientras que, hasta ahora, no se conoce de referencias similares para la fiesta de Puno, por lo menos hasta mediados del siglo pasado.
Pero las danzas cuya propiedad intelectual está en juego no se limitan a esas festividades, sino a otras, como la de Jesús del Gran Poder, inscrita en la Unesco en 2019, y la de Ch’utillos, que logró anotar su nombre apenas el año pasado. Las investigaciones sobre las danzas que son ejecutadas en estas fiestas arrojan datos con mucha mayor antigüedad:
1 Morenada
Los constantes reportes de apropiación de esta danza por parte de Perú motivaron una investigación documentada que fue publicada, en su parte conclusiva, por la Asociación de Fraternidades Folklóricas y Autóctonas de Potosí. El libro “Origen de la morenada”, de mi autoría, plantea que la absorción de mano de obra que representaba la mita determinó el ingreso de una importante cantidad de esclavos africanos al Potosí del siglo XVI, cuya existencia y comercialización fue documentada por el investigador colombiano Hermes Tovar Pinzón. Esta migración africana forzada se estableció en gran número en las haciendas que surgieron alrededor de Potosí con el fin de proveer alimentos y bebida para las minas. Los volúmenes de explotación de plata son innegablemente superiores a los de las escasas minas de Perú, así que el origen de la cultura afroamericana del sur, que incluye a la danza de la morenada, está en Bolivia y no en Perú. Los documentos al respecto son de 1611, pero se remontan a medio siglo antes.
2 Diablada
En 1991, el investigador Freddy Arancibia Andrade ubicó el origen de esta danza en las poblaciones de Aullagas, Jankonasa y Colquechaca, vinculándolas con leyendas coloniales del arcángel San Miguel enfrentándose al diablo, pero, años después, ya en el siglo XXI, presentó una nueva tesis sobre la base de los “tinku-diablos”, personajes que habrían formado parte de las huestes de Tomás Katari, que se sublevó en Macha y Pocoata el 24 de agosto de 1780, iniciando los grandes levantamientos indígenas. Esta nueva versión incluye al combatiente del tinku, cuyo origen es todavía más antiguo, pero se lo considera mestizo por incorporar al personaje del diablo, o Lucifer, que llegó con los españoles, así que es posterior a 1532. Los estudios de Arancibia no son los únicos respecto a esta danza, puesto que existe documentación de fines del siglo XVI y principios del XVII sobre esa manifestación, pero los investigadores la están manejando con reserva, precisamente para preservarla de posibles apropiaciones peruanas.
¿Una sola cultura?
Si se les pregunta por el origen de estas danzas a los jóvenes que ensayan todas las noches entre la catedral y la plaza mayor de Puno, estos dirán, inequívocamente, que son peruanas y no son los únicos. Además de los investigadores, cuyo trabajo ahora es cubierto con los recursos asignados a la Festividad de la Candelaria, también las personas mayores afirman que se trata de bailes peruanos, puesto que ellos los vieron bailar desde siempre en lugares como Puno y Juliaca. Si tomamos como parámetro una persona de 80 años, esta habrá nacido en 1944 y los recuerdos de su infancia llegarán hasta mediados del siglo XX, cuando quizás esa fiesta ya era muy conocida en Perú, pero eso no valida nada, puesto que los orígenes de las danzas se remontan a siglos antes.
Uno de los argumentos esgrimidos por los peruanos es el del origen conjunto, basándose en el hecho histórico de que Bolivia y Perú fueron uno solo en el pasado. Eso es cierto, pero a medias.
El territorio hoy boliviano formó parte del Tawantinsuyu, un gigantesco Estado, que muchos llaman imperio incaico, que abarcó 2.500.000 kilómetros cuadrados, pero lo que pocos dicen es que este se formó por la fuerza, sobre la base de invasiones de los incas a territorios vecinos. La invasión a esta parte del continente es de tiempos de Tupaj Inca Yupanki, entre 1471 y 1493, así que no se puede hablar de un mismo origen. Esa dependencia terminó en 1532, cuando Pizarro conquistó el imperio incaico con la ayuda de muchos de los pueblos que habían sido sometidos por los incas, incluyendo los de esta parte del Titicaca.
La siguiente relación es la del Virreinato de Perú, creado en 1542, y del que dependió Nueva Toledo, que después se llamó Real Audiencia de Charcas, hoy Bolivia. Esta dependencia duró hasta 1776, cuando se creó el Virreinato del Río de la Plata y Charcas pasó a depender de este.
Ya en la República, Perú invadió Bolivia dos veces y, en tiempo de Andrés de Santa Cruz, se creó la Confederación Perú-Boliviana, que apenas duró tres años, de 1826 a 1839.
Con esas simples menciones se puede ver que el origen común no existe. Perú y Bolivia tuvieron periodos de existencia conjunta, pero obligados por las circunstancias y, finalmente, llegaron hasta nuestros días como países con desarrollos diferentes.
Es más, la festividad de Ch’utillos, inscrita en la Unesco en 2023, tiene una antigüedad mayor, incluso, a las del Carnaval de Oruro, Gran Poder y, por consiguiente, de la Virgen de la Candelaria, que es eminentemente colonial. Según las investigaciones que acompañaron a su postulación, Ch’utillos se remonta hasta los tiempos de la cultura qaraqara, que es anterior a los incas.
Pasividad boliviana
Los reportes sobre la apropiación del patrimonio cultural de nuestro país no vienen de 2014, sino de mucho antes, cuando Chile presentó la diablada como propia, mereciendo el reclamo de la colectividad boliviana.
Sin embargo, no se conoce que los gobiernos bolivianos hayan presentado quejas formales a sus similares de Chile y Perú por lo que se presenta como una clara apropiación indebida de manifestaciones culturales con origen en nuestra patria.
Desde que la Festividad de la Virgen de la Candelaria fue declarada patrimonio inmaterial de la humanidad, en 2014, las presentaciones de danzas bolivianas como peruanas han crecido de forma exponencial, pero los reclamos se limitan a los gestores culturales, tanto en medios como en redes sociales, puesto que no se ha actuado a través del Ministerio de Culturas o la Cancillería.
Sabina Orellana Cruz fue ministra de Culturas, desde noviembre de 2020 a marzo de 2024 y, durante ese tiempo, nunca asumió una sola acción formal de defensa del patrimonio boliviano apropiado por Perú. En octubre de 2021, incluso se realizó, en La Paz, una reunión de gabinete biministerial con su entonces colega de Perú, Andrea Gisela Ortiz Perea, pero no se tocó el tema de la apropiación de las danzas.
Orellana solo se quejó una vez de acciones peruanas: cuando un congresista de ese país insultó a la wiphala.
Por ahora, la única acción anunciada es la de un gestor cultural, Napoleón Gómez Silva, que está organizando, para el 4 de agosto, una entrada folklórica boliviana en el sambódromo de Sao Paulo, Brasil.
En el ámbito de los comités de salvaguardia de las festividades bolivianas inscritas en la Unesco, se ha pedido al Ministerio de Culturas que convoque a una reunión de emergencia para analizar el tema de la apropiación del patrimonio cultural boliviano.
Otras danzas
La apropiación de Perú de danzas bolivianas no se limita a la diablada y morenada. El presidente del Comité de Salvaguardia de la Festividad de Ch’utillos, Santiago Cruz, dijo que las danzas que ahora se presentan como peruanas son la kullaguada, waca waca, caporales, llamerada, tobas y una que deviene de un milenario ritual qaraqara: el tinku.
Aprovechando la inacción del gobierno boliviano, el Ministerio de Cultura de Perú ya está trabajando en la declaratoria de patrimonio cultural de las danzas de caporales, tobas y tinku como un siguiente paso en la apropiación de estas manifestaciones culturales.
En el caso del tinku, no solo ha tomado la danza para mostrarla como una danza con origen peruano, sino que fomenta una práctica de pelea denominada Takanakuy que ya se ha popularizado en el vecino país, lamentablemente con la participación de grandes cantidades de bolivianos.
En un “Informe sobre incidentes suscitados en la celebración de la Fiesta de la Cruz y el Tinku en Macha”, el comité advierte que “los investigadores del Perú desean aprovechar que, a finales del siglo XV, bajo el reinado de Pachacutej Yupanqui, miles de guerreros Charkas y Qhara Qharas fueron incorporados al ejército de los incas y muchos otros fueron trasladados a las regiones cercanas al Cuzco bajo el sistema de mitimaes. Muchos Charkas y Qhara Qharas jamás volvieron a sus comunidades y se quedaron a vivir en el actual territorio peruano. Ese es el fundamento histórico que tienen para poder afirmar que ellos también son descendientes de los guerreros Charkas y Qhara Qharas y que por lo tanto también son herederos de los ‘Tinkus’”.
Si los gobiernos bolivianos no fomentan la investigación sobre las danzas bolivianas, ni las promocionan, Perú y otros países tienen grandes oportunidades de apropiarse con éxito de nuestro patrimonio.