La muerte es un tema siempre presente, vigente y cuestionador. Se lo acepta con mayor resignación en las personas que vivieron muchos años, aunque la separación física lacera el corazón, se comprende que era lo mejor para quien partió. Sin embargo, cuando esa partida se da en personas jóvenes o no tan jóvenes, pero aún con mucha historia por escribir junto a quienes ama y la aman, cuesta entender la razón y lo único que queda por aceptar es el hecho que siempre viene con la etiqueta que nos recuerda que sabemos la fecha de elaboración, pero nunca la fecha de expiración. Solo sabemos que llegará, el cuándo, cómo y dónde son ilustres desconocidos, no nos queda más que la aceptación del suceso que sucederá y que esperamos jamás suceda en la sucesión de nuestra vida..., pero sucederá, es lo único cierto. Y sucederá, dicen, el día que tiene que suceder.
Mientras escribo esta columna podría ser mi tiempo, o el tuyo cuando la estés leyendo. Simplemente, “hoy” –cualquier día– podría ser el último día. No pretendo ser fatalista, por favor, no me malinterpretes, tampoco quiero abordar este tema con morbo, sino con el mayor de los respetos y seriedad posible. Y con esa seriedad afirmo que nadie quiere morir y que no importa cuánto hayamos vivido siempre encontraremos algo lindo para seguir disfrutando la vida aquí en la tierra. Aunque muchos, entre ellos yo, queremos ir al cielo, nadie tiene apuro. Se viene a mi mente Jacob que con 132 años dijo que eran “pocos y malos los años de su vida”, con la calidad de ella no me meto ahora, pero con la cantidad sí, ¿132 años son pocos? (Gen. 47:9)
En esa línea entonces, ¿qué podríamos decir nosotros cuando consideramos lo que escrito está en Salmos 90:10? “Los días de nuestra edad son setenta años; y en los más robustos son ochenta años”, ¡caramba! con esos números ya transité el 70% de mi vida si es que llegara a vivir los 80, que con su gracia y su favor espero sean más.
La fragilidad de la vida nos recuerda que cada día es un regalo precioso, una oportunidad enorme para vivir con plenitud y autenticidad en medio de tantas ocupaciones y preocupaciones diarias; y la incertidumbre de la muerte nos recuerda que ella no espera un momento conveniente para llegar, por tanto, debemos estar preparados para ella inspirándonos a vivir con propósito y gratitud aprovechando cada precioso momento que se nos ha dado en este viaje llamado vida, porque ella aquí terminará el día que lo tenga que hacer, no antes y tampoco después, nadie se muere en la víspera, aceptar esto se convierte en un consuelo para quienes se quedan (Con amor para la familia Chaín Dajbura).