La alegría de la primavera que llega a Cochabamba se encuentra este año ensuciada por una cruda realidad: la basura que se acumula en las calles debido al conflicto con los vecinos de K’ara K’ara y la persistente humareda causada por los incendios forestales en el oriente boliviano.
En Cochabamba, el bloqueo del botadero ha desbordado la capacidad de los municipios para gestionar los residuos sólidos. Lo que normalmente sería un paisaje urbano lleno de vida, ahora es un escenario donde las bolsas de basura compiten por espacio en las esquinas y los fétidos olores colapsan el aire. Este problema, que se arrastra desde hace años, refleja la desconexión entre autoridades locales y sectores vecinales, que aún no logran una solución que equilibre el respeto al medioambiente, las demandas sociales y la responsabilidad de la ciudadanía.
Pero más allá del conflicto social que hay detrás de este tema, la acumulación de basura trae consigo peligros inminentes: desde la proliferación de plagas hasta la contaminación de ríos y fuentes de agua subterráneas. En medio de la primavera, donde deberíamos ver brotes y vida, estamos siendo testigos de la descomposición acelerada de nuestros entornos urbanos.
Por otro lado, los incendios en los bosques del oriente (que este año ya superaron las 4 millones de hectáreas quemadas) son un drama que se repite cada año. El aire se vuelve irrespirable, afectando la salud de quienes viven en estas zonas y poniendo en riesgo la biodiversidad que deberíamos estar celebrando en esta estación.
La relación de Bolivia con su medioambiente está en un punto de quiebre. La primavera nos recuerda la riqueza y fragilidad de la naturaleza que nos rodea, pero también nos obliga a mirar de frente los problemas estructurales que afectan a nuestras ciudades y ecosistemas.
Es hora de que las autoridades, tanto nacionales como locales, prioricen una verdadera política de gestión ambiental que no sólo reaccione ante las crisis, sino que las prevenga. Bolivia es un país de abundante riqueza natural, pero si seguimos en este camino de desidia, pronto la belleza de nuestra primavera será sólo un recuerdo sepultado entre montañas de basura y nubes de humo. Esta temporada debería ser un tiempo para renovar la esperanza, para replantear nuestra relación con la naturaleza y con nuestras propias responsabilidades como sociedad. La primavera no es sólo un cambio de estación; es una oportunidad para actuar, para florecer en medio de la adversidad.
Bolivia no puede permitirse seguir esperando. Es tiempo de limpiar nuestras calles, apagar los incendios y proteger el futuro de nuestra tierra.