La violenta mezcla cultural que devino del coloniaje en América Latina no sólo nos imprimió desiguales y racializadas estructuras sociales, también, en medio de la tragedia, surgió el barroquismo latinoamericano o esa simbiosis entre la infinita diversidad indígena, la complejidad de lo afro, la rica contrariedad de lo ibérico. Por ello, América Latina es una tierra tan llena de contrastes y sinsentidos donde no quedó otra que remitirse al barroquismo para definir su arte, su cultura y también su historia, como bien subrayó el ecuatoriano Bolívar Echeverría. La principal característica del barroquismo histórico latinoamericano es que la realidad suele ser tan peculiar y extraña que muchas veces se confunde con la ficción.
En ese sentido, hay bastante material para la literatura y artes latinoamericanos que están llenos de exquisitos retratos de nuestra formación social y política. La situación latinoamericana a veces es tan inverosímil que la libertad del arte calza más que los barrotes empíricos de las ciencias sociales. Y así nacen las Comalas, los Macondos, los San Garabatos y las Sucupiras.
Esta última es un pueblito ficticio de El bien amado, telenovela brasileña de Alfredo Días Gomes, con la banda sonora compuesta por Vinícius de Moraes y Toquinho, y parte de una saga que ya no se halla, cuando todavía estos productos audiovisuales eran arte y servían para algo más que entretener.
La novela retrata al típico caudillo déspota, charlatán y corrupto latinoamericano que por esas mismas razones era la máxima autoridad en su pueblo. Y, como sucede en la realidad, la autoridad era adicta al obrismo ostentoso, demagogo, caprichoso y de dudosa utilidad pública, pero que sí le permitía enriquecerse en poco tiempo y dar suficientes dádivas, pegas y chauchas al grupo de esbirros/as que suele acompañar a este tipo de personajes.
De esa forma, don Odorico Paraguaçu, que así se llamaba el alcalde en cuestión, construyó la “obra cumbre” de Sucupira: Un enorme cementerio innecesario para el pueblo y que quería inaugurar con pomposa parafernalia con algún finado que pudiera estrenarlo. Como nadie se moría, a nombre del “progreso” y de la “necesidad pública” (o cuanto palabrerío similar suele adornar las bocas de demagogos y politiqueros) decidió hacerse cargo del problema contratando un sicario para que acabara con algún desdichado que tendría el privilegio de estrenar su magna obra.
¿Cuánto hay de Odorico Paraguaçu en la gestión pública en Bolivia?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu los caudillos que fuerzan su perpetuación a toda costa en el poder así sea desconociendo referéndums populares, destruyendo la legitimidad de sus gobiernos o incluso socavando a sus propios partidos?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu esas gestiones que blindan de recursos a las FFAA, los ministerios de Defensa, Gobierno y demás instancias coercitivas mientras en los hospitales públicos los enfermos continúan muriendo en los pasillos por falta de atención adecuada y los/as bachilleres siguen emergiendo de las escuelas sin saber leer o escribir pasablemente?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu quienes arrasan con áreas verdes, cerros, torrenteras, bosques, selvas, patrimonios naturales para dar lugar a la especulación inmobiliaria y/o a la usura del petróleo, minería y agroindustria?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu quienes insisten en llenar de infructuoso concreto las calcinantes y deforestadas ciudades y comunidades bolivianas?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu las gestiones que presentan como gran cosa canchas de cemento y pasto sintético donde faltan áreas verdes, escuelas u hospitales?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu quienes impusieron un patinódromo inservible en plena laguna de Coña Coña, quienes sacaron árboles para construir un antiestético distribuidor vehicular y/o los/as que quisieron emplazar un suntuario y enorme mamotreto en un museo de historia natural?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu quienes insisten con tirar recursos públicos priorizando (otra vez) distribuidores vehiculares que restan árboles y áreas verdes en la ciudad más contaminada de Bolivia?
¿Cuánto tienen de Odorico Paraguaçu esas gestiones públicas de carísima propaganda y proselitismo y en las que se llegó a tal extremo que la omnipresente voz de un caudillo de turno, como el Gran Hermano de Orwell en 1984, hasta se imprime en los semáforos?