Seguramente que me caerán algunos palos por referir mi opinión sobre Nayib Bukele, pero a mi edad y alejado de la política y de la diplomacia desde hace más de 20 años, poco me importa lo que me puedan decir.
Apoyo, desde mi escritorio, al salvadoreño Bukele, como también, sin duda alguna, a Milei en Argentina, aunque al primero se le pueda cuestionar su reelección que, sin embargo, fue admitida por la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de El Salvador. Lo de Milei fue perfecto.
Envidiables, ambos, como paradigmas necesarios en naciones agonizantes como la nuestra. Dirán que soy contradictorio si tanto critico al Tribunal Constitucional Plurinacional porque obedece a los mandatarios de turno, pero existe un gran abismo entre declarar “derecho humano” a la reelección indefinida de un ignorante y pícaro sujeto como Morales y otorgar ese derecho a un patriota como Bukele, que no busca la reelección eterna.
He escuchado el discurso del domingo de Bukele y leído la prensa anunciando su triunfo electoral por más del 85% de la votación y de haber obtenido 58 de los 60 diputados posibles.
Las encuestas de Gallup, que esta vez no se equivocaron, dijeron que Bukele tenía el 90% de aceptación.
El candidato vencedor expresó que la oposición había quedado “pulverizada” y que continuaría con el estado de excepción, hasta terminar su guerra contra las pandillas (las maras) que cometían decenas de miles de asesinatos hasta hace pocos años, que dominaban la mayoría del territorio, y que tenían aterrorizada a la población.
El resultado es que más de 70 mil pandilleros están rapados y presos, como deberían estar, lo antes posible, Morales y sus jenízaros. Manifestó que El Salvador, de ser el país más peligroso se había convertido en el más seguro de América. ¿Se puede comparar a Bukele con Evo, el pandillero del Chapare?
Nayib Bukele, político y empresario de 42 años, fue un hombre de izquierda, perteneciente al Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) de donde fue expulsado, seguramente por su eclecticismo en materia política, cuando, además de las ideas, le importan la acción concreta, las realizaciones.
Hoy está catalogado en la derecha indeseable, pero, claro, como un delito que le atribuye la frondosa prensa izquierdista, las poco confiables ONG de derechos humanos, y todos los gobiernos “ratas” como las satrapías de Nicaragua, Venezuela, Cuba y con toda probabilidad el presidente del gobierno español.
Como Bukele ha requerido el concurso en pleno de la Policía y del Ejército para enfrentar a las maras que pululaban cometiendo robos y crímenes de manera indiscriminada, así también Bolivia necesita un presidente que gane unas elecciones limpiamente y mande con toda autoridad sobre la Policía, pero, sobre todo, que haga cumplir la Constitución Política del Estado a las Fuerzas Armadas, incorporándolas a imponer el orden interno, permitiendo una nación sin bloqueos, que pueda desarrollarse. “Que muevan el culo”, les dirían en España.
En Bolivia las pandillas todavía actúan como raterillos principiantes que roban celulares o les quitan sus carteras a las señoras que están solas en la calle; pero ya se ven señales de humo, ajustes de cuentas entre narcos y otros maleantes.
Si bien algo como las maras salvadoreñas no existe aún en Bolivia, sí están los cavernarios disfrazados de defensores de la democracia que bloquean las carreteras todas las semanas, estrangulando las principales arterias de la nación.
Para ser gráficos, en el ser humano los bloqueos camineros son como trombos, como coágulos que al obstruir el flujo sanguíneo al corazón provocan un accidente cerebrovascular y la arterioesclerosis final. No es cosa de alarmar, pero Bolivia, a este paso, va hacia una parálisis y su destino inevitable es una silla de ruedas.
Si se quiere salvar la democracia, no es con aleluyas al Señor. Tampoco es cosa de poner a un matón sádico en la presidencia.
Lo que sí se necesita es elegir en las urnas a una persona con el suficiente carácter como para hacer cumplir las leyes de la república.
Porque todos los bolivianos nos preguntamos qué sucede en el país, qué nos pasa. Y lo que sucede es, simplemente, que hay miedo.
Miedo a unos badulaques que han destripado a la nación, que le han cambiado el nombre, también los símbolos patrios, han excluido a las minorías creando algunas inexistentes, pero, sobre todo, que ignoran lo que es Bolivia, cómo es su historia, y solo se miran el ombligo andino-centrista y se quedan bizcos.