Con un déficit fiscal de 24%, inflación descontrolada, aparato productivo colapsado y muy pocas salidas posibles, el último país que se reivindica socialista en el mundo (China, Laos y Vietnam del Norte son socialistas sólo de nombre y Corea del Norte es una dictadura hereditaria) parece estar enfrentando los momentos finales de un ciclo histórico iniciado hace 65 años, y cuyo desenlace será tan dramático como inexorable.
Las protestas de los cubanos contra el régimen gobernante están en aumento y ya se han extendido desde la capital a las ciudades del interior de la isla. A diferencia de 1959 cuando los barbudos de la Sierra Maestra tomaban La Habana exigiendo “revolución y libertad”, los manifestantes de hoy piden “corriente y comida”, en un país donde la energía eléctrica se raciona hasta 16 horas por día y donde no es posible encontrar leche, pan, medicamentos, combustibles ni alimentos básicos, y si los hay cuestan 500% por encima del precio oficial que el Gobierno fija en la cartilla de racionamiento.
La situación es tan grave que el régimen ha pedido ayuda al Programa Mundial de Alimentos para que continúe “la entrega mensual de un kilogramo de leche destinada a niñas y niños menores de siete años en todo el país” ya que, según la ministra de Comercio, los menores no accedían a ese alimento desde febrero pasado, y en muchos casos lo reemplazaban con refresco vitaminado.
Los grandes problemas de “la Perla del Caribe” pasan por la caída de la producción de azúcar que ya no alcanza ni para el mercado interno, disminución de los ingresos del turismo, poca disponibilidad de financiamiento, iliquidez para la importación de alimentos y gasolina, falta de energía eléctrica por escasez de combustibles, déficit sostenido, parálisis y retraso tecnológico en su industria, corrupción, y tensiones en el aparato gubernamental.
Además, se suma el aumento de la migración a niveles que no se veían en varias décadas. Entre 2022 y 2023, un total de 530.000 cubanos han ingresado a EEUU y alrededor de 100.000 han optado por México, Brasil, Chile, Rusia, Uruguay e incluso Nicaragua. A diferencia de las anteriores olas de emigración por motivos ideológicos hacia Estados Unidos, que generaron remesas a Cuba de hasta 4.000 millones de dólares anuales, quienes hoy salen del país lo hacen escapando de la pobreza y del hambre.
El Gobierno de Díaz Canel está cada vez más debilitado y su legitimidad cuestionada. Sin el simbolismo que tenían los Castro y carente del apoyo que a su turno el país caribeño recibía de Moscú y Caracas, el mandatario actual ha heredado una crisis sostenida por 30 años, agravada por el bloqueo estadounidense que lleva 60 años, la debacle económica de Venezuela, la Covid-19, la guerra en Ucrania y el endurecimiento de las medidas dispuesto por Trump.
Incapaz de capear el temporal, Miguel Díaz terminará arrastrado por la indignación de un pueblo que se cansó de la propaganda y la pobreza, y para el que ya “el hambre es más fuerte que el miedo”.
Los intentos por realizar ajustes no han dado resultado, incluso la promulgación de su nueva Constitución en 2018, que recién reconoce la propiedad privada, aprueba la creación de empresas y asigna un papel más significativo a la inversión extranjera, adolece de mecanismos para su implementación y enfrenta enormes barreras de un régimen acostumbrado a un modelo vertical, partidario, clientelar y centralista que deja poco a la iniciativa privada.
Recientemente entró en vigencia un plan de ajuste que aumenta en 400% el precio de los combustibles, incrementa la tarifa de agua, electricidad y gas, y fortalece la dolarización; sin embargo, en lugar de aliviar la situación, la ha empeorado.
La crisis es estructural y multidimensional, pero sobre todo se explica por la continuidad de un modelo económico ineficiente, anacrónico y corrupto, que se basa en la economía centralmente planificada y la ausencia casi total del sector privado. Los ingresos públicos han caído sistemáticamente y el Estado ya no tiene capacidad para proveer bienes y servicios básicos, generar excedentes o mantener su propio funcionamiento, lo que deja en completa indefensión a la economía de un gran país como Cuba, cuyo futuro parece ser la recesión y el aumento de la pobreza a niveles nunca vistos.
Cuba es la última víctima del socialismo, un modelo que hace décadas fue abandonado como experimento fallido y que, no obstante, sigue siendo usado en el discurso demagógico de quienes persisten en la creencia de que un Estado absolutista, un partido que lo controla y un caudillo iluminado son la receta para el crecimiento y el desarrollo, aún en un mundo globalizado, interdependiente y muy lejano del que vieron Fidel Castro, Nikita Jrushchov o Mao Tse Tung.