Durante los últimos años se ha logrado avances en la técnica optogenética, lo cual ya se probó para manipular la memoria de los roedores.
“La implementación de la optogenética exige la combinación de terapia génica y cirugías de implantes cerebrales. Los principales desafíos incluyen encontrar el vector correcto para las células correctas, y diseñar el implante justo que sea lo suficientemente seguro y eficiente. Como la optogenética implica alterar permanentemente la información genética en las células, la preocupación de seguridad de la que estamos hablando aquí es de por vida. Personalmente trabajo con dos modelos animales diferentes, roedores y primates. Por lo tanto, diría que la diferencia de especies realmente importa. Los virus que funcionan en roedores no garantizan la misma eficiencia en otra especie”, explicó Albert Hiu Ka Fok, investigador en neurociencias en la Universidad McGill, Canadá, a Infobae.
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Para entender el alcance de la optogenética, basta con detenerse en los experimentos ya realizados en roedores. En uno de ellos, los investigadores lograron implantar un “recuerdo falso” en un ratón, haciéndolo que tenga miedo de un lugar en el que nunca había tenido una experiencia negativa. Esto se logró activando un grupo específico de neuronas en el cerebro del animal mediante luz azul.
En el centro de la optogenética se encuentra Steve Ramírez, neurocientífico de la Universidad de Boston, su trabajo en el mapeo de engramas es clave para entender cómo se almacenan y manipulan los recuerdos a nivel celular. Según explica Ramírez, la optogenética “consiste en utilizar la ingeniería genética para hacer que las células cerebrales que creemos que almacenan recuerdos adquieran un color diferente”.
El cambio de color facilita el estudio de las células con microscopios minúsculos, que se pueden implantar directamente en el cerebro de roedores para examinar sus funciones de cerca. Gracias a esta técnica, Ramírez y su equipo observaron que los recuerdos negativos o dolorosos tienen características neuronales distintas a los positivos y lograron alterar de forma artificial su valencia. Es decir, los convirtieron de negativos en positivos e incluso “apagaron” las células que contenían los malos recuerdos.
Claro que, por ahora, por su naturaleza invasiva, el procedimiento no puede aplicarse en seres humanos. Pese a la dificultad, Ramírez es optimista. “Es probable, si no inevitable, que dentro de unas décadas se puedan obtener resultados similares en humanos para tratar trastornos como el síndrome de estrés postraumático o la depresión”, le dijo el neurocientífico a Wired.
Así se manipula una memoria
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La manipulación de recuerdos, un concepto que alguna vez pareció exclusivo de la ciencia ficción, hoy es posible al menos en animales pequeños. Los científicos experimentan con roedores para entender cómo se forman, alteran y eliminan los recuerdos y abren, a su vez, un nuevo horizonte de posibilidades terapéuticas.
1) Etiquetar la memoria que se pretende manipular, lo que implica una cirugía para introducir un virus que produce opsinas en las células cerebrales.
2) Sesión guiada por un profesional para etiquetar la memoria de interés.
3) Segunda cirugía para implantar un dispositivo emisor de luz en la región cerebral correcta.
4) Régimen de estimulación lumínica cuidadosamente diseñado para manipular la memoria etiquetada.
Según el especialista, el procedimiento variará de acuerdo al tipo de memoria que se quiera alterar. El tratamiento puede consistir en una ráfaga corta de estimulación de alta frecuencia o de días de estimulación más crónica.
¿Alterar la identidad?
Con la posibilidad concreta de modificar la memoria más cerca, se plantean también interrogantes éticos y, por qué no, filosóficos. Lo que está en juego, en última instancia, es la identidad individual y alterar tan solo un recuerdo podría afectar nuestras historias personales. Al fin y al cabo, alterar quiénes somos.
Uno de los dilemas éticos más relevantes es el impacto en la integridad de las experiencias personales. Freudenthal alude a la ficción, que ya exploró estos temas de forma anticipada. En el libro La hierba roja de Boris Vian, una máquina que borra recuerdos lleva a la pérdida de la identidad de quienes la usan. “El problema es definir cuándo es una cura y cuándo el individuo deja de existir”. Por tal razón, el debate ya no se da solo como una charla de café o una conferencia científica, sino que alcanzó el ámbito legal, donde ya se habla de “neuroderechos” para proteger la privacidad y la integridad de los recuerdos humanos.
Hiu Fok explica que hay seis formas en que se ha logrado manipular la memoria en roedores: desde el borrado hasta la creación de memorias artificiales completas, pasando por la modificación parcial de una memoria específica. Los avances plantean, de por sí, diferentes tipos de dilemas éticos y morales que cuestionan los límites de cada intervención.
Un caso relevante en la discusión de estos avances es el tratamiento del EPT, un trastorno en el que el paciente desarrolla una sensibilidad patológica a las señales que recuerdan experiencias traumáticas. Los tratamientos actuales para el EPT, como la terapia cognitivo-conductual y la terapia de exposición, buscan rehabilitar al paciente sin borrar el pasado. Según Hiu Fok, “para la mayoría, el deseo de superar el sufrimiento y hacerse más fuerte es una virtud”. No obstante, si se pudiera borrar la memoria traumática en un futuro, la pregunta es ineludible: ¿convendría hacerlo?
La optogenética tiene carácter de irreversible. Al apuntar a grupos específicos de células, se pueden activar o desactivar circuitos neuronales vinculados a recuerdos puntuales. Tal permanencia implica que si un conjunto de células se utiliza para almacenar otra vivencia en el futuro, podría no ser accesible para una nueva intervención. “Eso añade un nivel de riesgo y limitación a estas técnicas”, advirtió Hiu Fok.
A medida que avanzamos hacia un futuro en el que la manipulación de la memoria es una posibilidad, surgen preguntas sobre cómo preservar la identidad personal. Los posibles beneficios se difuminan entre los riesgos y los posibles efectos secundarios. Lo que durante mucho tiempo fue un argumento habitual de la ciencia ficción, pronto quizás sea la premisa de una película realista.