Si tuviéramos que aceptar como ciertos los titulares de los medios de comunicación y las noticias que circulan en las redes sociales, tendríamos que reconocer espantados que nuestra democracia se encuentra en un momento de crisis extrema: resulta que ella depende de la discreción, mesura y equilibrio de una persona perseguida por narcotráfico que ha lanzado una sentencia mortal al Gobierno.
Convengamos, además, que después del asesinato de Fernando Villavicencio en el Ecuador y luego de realizar un repaso de otras situaciones similares, no parece ser muy responsable confiar en la palabra de alguien que se juega la vida armado, literalmente todo el tiempo. Si ese es el valor que le asigna a su existencia, por su propia conducta, está más allá del bien y del mal.
Estos son los momentos que nos preguntamos ¿cómo es que hemos llegado hasta aquí?, cuando, además, el mayor acusador del Gobierno es una personalidad que ostentó durante 14 años la presidencia de la república, es el jefe nacional del partido que gobierna Bolivia, y pretende volver a hacerlo.
El expresidente de marras ha acusado con nombre y apellido al responsable de la seguridad de la sociedad y del Estado, señalando un monto astronómico que recibiría mensualmente del personaje perseguido. Mi abuela decía: “lo poco asusta y lo mucho amansa”, y la moraleja de Pedro y el lobo resulta oportuna también para no jugar con una circunstancia que ya es más que evidencia, estamos perforados por el narcotráfico.
Recuerdo que debió ser asesinado don Noel Kempff Mercado —en 1986— para que hayamos realizado un esfuerzo colectivo y nos saquemos de encima a los extraditables de entonces, que compartían generosos con todos, sin que nadie se diera cuenta de su calidad.
Junto con esta situación, está llegando el momento de recuperar el valor de la democracia y la importancia de su ejercicio. Es ahora que debemos exigir a nuestros líderes que lo sean de verdad. Se están cumpliendo los plazos para resolver la designación de quienes resolverán nuestros litigios, de manera diferente al remedo de justicia que actualmente tenemos, mientras parece que el poder quiere seguir imponiendo su voluntad.
Mientras, hay quienes tenemos esperanzas firmes de reconquistar el modelo imperfecto que nos permite dialogar, continuar sembrando café y suponer con ingenuidad que Bolivia puede vivir del turismo. Los militantes de este movimiento republicano, barroco, criollo, indígena y mestizo, sabemos que el 60% de la población boliviana es menor de 30 años, el 80% de los habitantes vivimos en ciudades. Sabemos que debemos exportar para no morir, mientras nos comunicamos a través de la inteligencia artificial y estamos perdiendo el temor a asumirnos clase media, burguesía, productores y obreros del arte, la música y la poesía.
Esta es una apuesta por nosotros mismos y nuestro futuro.