Se llama millennials a los nacidos entre 1982 a 1994 y son parte de las generaciones de nativos digitales con las que todos hemos ingresado en la era de la Inteligencia Artificial. En estos días de la segunda (¿o tercera?) ofensiva final del MAS opositor, encarnada en la marcha que partió de Caracollo, un pequeño grupo de políticos millennials se asoma la posibilidad de ocupar un sitio central en los acontecimientos.
El que tiene mayores oportunidades —igual que insondables amenazas— es el presidente del Senado. Demasiado parco, para algunos, o taimado para otros, juega su más difícil carta en un momento complicado en exceso. Empujado al ruedo por su actual mentor, ha aparecido en primera fila del inicio de la marcha que, de Caracollo a La Paz, tendría que llevarlo a conducir el país, si se cumplen los deseos y vaticinios de Morales Ayma, quien ya lo ha expuesto como reemplazante legal, si consigue que Arce y su vice renuncien, aplastados por la crisis y con ayuda de la marcha.
Pero, mostrando la vena de la concentrada dosis de ambición y habilidad que lo ha llevado de ser cabeza de la marcha cocalera que enfrentó al gobierno interino de 2019 hasta el sitial que ocupa en la jerarquía del estado, ha declarado con énfasis que no sería parte del plan de Morales Ayma, a quien reitera su adhesión, pero buscando tomar una distancia perceptible y un espacio propio. Esto reitera la fórmula que le ha permitido lograr entendimientos con los grupos parlamentarios no masistas, construyendo un discreto, pero claro perfil dialoguista y moderado.
Esa imagen, muy significativa para un electorado empachado con los largos años de campaña electoral incesante, en enfrentamientos y violencia impuestos por el régimen masista, lo habilita. La trayectoria forjada por semejante heraldo, uno de los figurines políticos más retorcidos e intrigantes de la historia del país, no queda claro si lo hizo como precampaña del involucrado o buscando que los celos e intolerancia de Evo Morales frenen en seco su ascenso.
Dicha carrera seguramente explotará, si la marcha de Morales logra una violenta ocupación de la sede de gobierno, gracias a la pusilanimidad del presidente y vice del Estado. Ambos son algo más asustadizos que Morales y no entienden que la única forma de enfrentar creíblemente a su excompañero es dejando caer el mito del golpe de 2019 y reconociendo que Morales, al mando de su bancada y digitando al Tribunal Constitucional Plurinacional (TCP), fue quien quebró el orden constitucional (golpe de Estado) en 2017, al desconocer la soberanía popular y reformar ilegalmente la Constitución.
Ese reconocimiento es la ruta necesaria para una reestructuración de fuerzas que ubica exactamente a Morales Ayma en el sitio donde está hace años al margen y en contra de las leyes. En cambio, si el presidente del Senado asume la conducción del país su gestión, tachada de golpista, de inicio será más desastrosa que la actual, digitada por las imposiciones de Morales, con su carencia completa de propuestas y entendimiento necesarios para encarar cualquier aspecto de la crisis.
En ese escenario quedará nuevamente comprobado que la edad de los personajes no resuelve problemas y que, si fue útil para proyectar una imagen, fue insuficiente para conducir una respuesta eficaz del Legislativo al ser maniatado por el gobierno actual, gracias a su alianza con los jueces autoprorrogados, con cuyos fallos amputaron sus facultades fiscalizadoras y limitaron su capacidad legislativa.
Encima, el presidente del Senado comparte limitaciones de formación y visión de otros dirigentes jóvenes del MAS que simplemente no aparecen ni se pronuncian sobre problemas esenciales del país, como los ya crónicos y descomunales incendios, que sólo este año ya superan las cinco millones de hectáreas, calcinando más de 400 millones de árboles y 10 millones de animales.
Jóvenes, pero ajenos al sentir de la sociedad, como el ministro de Gobierno, más empeñado en promocionarse como candidato de reemplazo del actual presidente del Estado que en cumplir sus obligaciones de enfrentar, y poniendo fin a la acción de comandos civiles y milicias armadas que hoy impiden a bomberos y personal de salud ingresar al área de incendios del Bajo Paraguá.
La falsa tregua ambiental declarada por el Gobierno no abroga las leyes incendiarias que Evo lanzó, diciendo que son indispensables para la agricultura, omitiendo que en el Chapare no hay fuegos ni incendios. Una pausa ambiental verdadera debe obligar a que la tierra quemada no será utilizada económicamente, al menos por veinte años, e imponiendo la reversión, cuando los propietarios sean probados causantes del fuego, junto al cese de cualquier nueva licencia o título en ella.
Muy jóvenes, o nada jóvenes, con jerarquía o sin ella, tenemos que actuar para impedir que la mezquindad de la dirigencia política y económica, en su sentido más amplio, nos arrastre por su letal trayectoria.