Tengo la suerte de tener padres lectores, por tanto, es desde la niñez que tengo acceso a una variada biblioteca. Así, también fui descubriendo el mundo a través de un laberinto de páginas alimentadas por el insomnio crónico del que padezco.
Una de las puertas que se me abrió fue América Latina, a través de sus grandes escritores/as. Clarice Lispector y Jorge Amado desde el gigante Brasil me obnubilaron con sabias fantasías. De Perú me enamoró la sensibilidad naturalista de José María Arguedas, descubrí las complejas sutilezas de la música con el cubano Alejo Carpentier, volé por el universo con los argentinos Sabato y Borges, me sumergí en mares profundos de melancolía con el chileno Bolaño, me extravié con los cuentos del hondureño Monterroso, aprendí a pensar con Rulfo, Fuentes y Paz de México. Y, por supuesto, en la pléyade fecunda de maravillosos escritores que parió América Latina, el colombiano Gabriel García Márquez es una de las estrellas más brillantes. Este abril se conmemora que dejó este mundo terreno hace nueve años y por ello quise hacer este breve homenaje.
Lo más notable de los/as escritores/as latinoamericanos/as es que tienen la magistralidad de escribir muy ligados y comprometidos con la historia de sus países y, en ese sentido, ser verdaderos cronistas de sus tiempos y sus contextos, pero con la magia de volverlos metáfora, ficción, arte. De ahí el término “realismo mágico” o la idea de que en América Latina se convive con lo inexplicable y asombroso en el meollo de su dura cotidianidad.
En la primera mitad del siglo XX, el venezolano Uslar Pietri, el cubano Alejo Carpentier y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias se hicieron amigos en París. Alejados de sus países, todos añoraban su tierra y decidieron enunciarla en su literatura, inspirando un término que pudiera definir a esa nueva literatura con raíces latinoamericanas profundas y que sus características no se adecuaban cabalmente a ningún género literario existente y menos europeo. De ahí acuñaron el término “lo real maravilloso”. Igualmente, Pietri bautizó como “realismo mágico” a lo peculiar de los autores de la región que después marcaron el “Boom latinoamericano” y en el que Gabo era uno de los escritores más destacados.
Aparte de escritor, Gabo también era periodista y tenía otras facetas desde una personalidad compleja. Tal vez por ello es experto en acuñar “novelas totales” o aquellas obras literarias profundas que abarcan tanto el contexto social e histórico colombiano y latinoamericano como el embriagante universo subjetivo, todo ello adornado con situaciones y seres completamente extravagantes, pero que sabemos perfectamente posibles en una América Latina colorida y misteriosa.
Cómo olvidar a todos los arquetipos humanos sabiamente retratados en Cien años de soledad o la profundidad de una historia de amor situada en el sortilegio de un país difícil en El amor en los tiempos del cólera. O la desgarradora denuncia social que encierra El coronel no tiene quién le escriba o la historia de una niña prostituta en La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. O la sabiduría al retratar personajes históricos como en El otoño del patriarca. Y sus cuentos de tramontanas de muerte, mareas de luz, gotas de sangre en la nieve, la poesía hecha hojarasca.
Otro plus mayor es poder leer en nuestro idioma. Y enorgullecernos por una América Latina que no solamente ha dado grandes escritores/as, sino que inventó uno de los géneros literarios más dulces, más creativos, más mágicos.