Sabemos todos que un embajador es el máximo representante oficial de una nación ante otra. Es una costumbre —por lo menos en esta parte del mundo— que el embajador sea una persona que goce de la confianza del presidente, toda vez de que es su representante personal. Aun en países donde el servicio exterior es absolutamente profesional y se encarga de las designaciones de los jefes de misión, el presidente tiene la potestad de nombrar embajadores políticos. Es el caso de naciones importantes cuando sus embajadores son personas clave, en lugares donde existen asuntos muy grandes que les afectan. En suma, si bien los jefes de misión son diplomáticos profesionales, suele suceder que también sean políticos designados por el jefe de Estado.
En Bolivia —por lo menos en lo que me consta— la mayoría de los embajadores los nombraba el presidente. Pero, no solo eso, sino que hasta los cargos subalternos (ministros, consejeros, secretarios, cónsules), eran confirmados por el jefe de Estado. Un funcionario diplomático podía estar con todos sus papeles en regla para partir a su destino, pero tenía que sufrir hasta que el nombramiento regresara del Palacio de Gobierno con la firma presidencial. Muchas veces se dio con que, el presidente, por algún motivo, no firmaba el nombramiento y el aspirante debería esperar hasta que se produjera una nueva gestión gubernamental para volver a probar suerte.
En todo caso, las designaciones en el servicio exterior recaían mayormente en funcionarios de carrera. No así, repetimos, cuando se trataba de embajadores. Por lo tanto, cuando un gobierno llegaba a su fin, el embajador, que había sido nombrado por el mandatario saliente, presentaba su renuncia irrevocable o dejaba su cargo a disposición de la nueva administración. No hacerlo, era muy mal visto. Si el diplomático había sido nombrado por la amistad o la confianza del presidente, aferrarse al cargo era hasta vergonzoso. Pero así sucedió más de una vez.
Hoy, con esta revolución democrática y cultural que se campea por el país, y que nadie entiende porque es una estafa, la política exterior de Bolivia ha llegado a su fin. Ninguno de los mandantes sospecha de qué se trata. Como para Evo Morales era algo esotérico, impalpable, inútil, los masistas tomaron la Cancillería para disponer de pegas como si se tratara de un premio para que los fieles de los combates callejeros fueran a beber gratis en las embajadas. Fue pasar de la chicha al champán lo que les debió producir un efecto, antes que cultural, burbujeantemente placentero. Y, en cuanto a los destinos al exterior, esperado como un lugar privilegiado donde se ganaban muchos dólares, debieron advertir muy pronto que también se gastaba en moneda fuerte. Por eso mismo hubo embajadores, en esta época revolucionaria, que vivieron miserablemente en arrabales o que, teniendo residencias regias, las maltrataron hasta dejarlas inservibles porque no era lo suyo.
No habrá cambio de Gobierno hasta el 2025, cuando seguramente se acabe de una vez con la hegemonía masista. Pero ha salido a luz esto de las embajadas —que yo hubiera querido dejarlas de lado y dedicarme íntegramente al fallo del Tribunal Cuarto de Sentencia de El Alto, que rechazó el proceso de genocidio interpuesto contra la expresidenta Jeanine Áñez por el fiscal general y escurridizo sujeto, Juan Lanchipa, ya que debe ser juzgada en un juicio de responsabilidades, como sabe todo el mundo, dado su carácter de mandataria constitucional.
Esto ha hecho ver a la ciudadanía la gran canallada que Evo Morales y los masistas hicieron contra Jeanine Áñez, al haberla encarcelado nada más que por odio y revancha políticos. ¿Qué dirán ahora? Ya inventarán alguna excusa para esa conducta de roedores dañinos con que no dejan de manejarse.
Mas habiendo transitado parte de mi vida en la diplomacia, no puedo dejar de ver que en el MAS se ha presentado una situación sui géneris en cuanto a los embajadores. Y esto es realmente complicado porque se trata, no de diplomacia, sino de lealtades. La pelea entre Evo Morales y Luis Arce, ha llegado al plano diplomático y sin que haya existido un cambio de Gobierno está en juego una lucha de poderes.
Obviamente que Arce designó a varios embajadores que, seguramente, le sugirió Morales, cuando sus relaciones eran cordiales. Pero, además, a Arce, eso no le causaba ningún problema, porque varios de ellos habían sido sus amigos y colegas en el gabinete y fuera también. Pues sucede, por primera vez, que ahora los embajadores tienen que dar la cara, que elegir bando. Se han puesto a prueba sus lealtades. Y da toda la impresión de que, en cuestión de lealtades, el bolsillo y el futuro político pesan demasiado. Por lo que sabemos, a través de la prensa, los más conspicuos personajes, amigos de Morales de cama y rancho, y que se desempeñan como embajadores, han decidido quedarse en sus destinos en el exterior, bien pagados, en vez de venir a reunirse con Morales en el Chapare y a lo más tener alguna entrevista laudatoria del jefe en la radio Kawsachun Coca.
En esa Cancillería arrasada, descalabrada profesionalmente por el masismo, que ha perdido por ignorancia supina mares y ríos y se ha aliado con satrapías criminales, nada nos debería extrañar. En esa Cancillería donde el carnet del partido, el haber recibido una pedrada en un combate callejero, o haberse prestado a lanzar una calumnia infame contra un opositor, es suficiente mérito para convertirse en diplomático, y no queda sino esperar tiempos mejores, porque hoy esto no tiene remedio.
El autor es escritor