Existen algunos asuntos que deberíamos dejar pasar para que nadie se moleste ni tampoco molestarse uno mismo. Pero si tenemos la posibilidad de expresarnos en la prensa, ¿para qué servimos si dejamos pasar por alto lo que sucede en nuestra Asamblea Legislativa, por ejemplo? ¿No es un desbarajuste incalificable aquello? Seguramente, que, en Europa, para no hablar de Estados Unidos u otras democracias, un Parlamento al estilo boliviano hubiera sido clausurado en las primeras de cambio y se habría convocado a nuevas elecciones parlamentarias con el mínimo requisito de que sus postulantes hubieran terminado la educación primaria. Porque, quienes leemos periódicos y vemos noticias en la televisión, quedamos pasmados de lo que miramos y de lo que oímos.
El Poder Legislativo actual, ese que dice llamarse Órgano Legislativo Plurinacional, llega a tal nivel de miseria, que hubiera hecho arrepentirse al propio Montesquieu de haber sugerido la separación de poderes y dejado, para Bolivia, sólo el Poder Ejecutivo, la vieja autocracia feudal con patronos y siervos.
Convengamos, entonces, en que la Asamblea Legislativa se ha convertido en un circo desde hace tres legislaturas cuando menos. Porque provoca hilaridad la visible ignorancia de, por lo menos, la mitad de los “padres de la patria” y ahora, con el lenguaje inclusivo, muchas “madres de la patria” también. No se trata de que seamos sectarios, porque indígenas han formado parte del Parlamento nacional, por lo menos desde las épocas del MNR, y, si no brillaban, sabían que su función era levantar el brazo cada vez que se les ordenaba.
No era la turbamulta jaranera actual, que ocupa más de la mitad de los curules, y que actúa bajo consignas de sus jefes sin el menor decoro y hasta agresivamente. Son la mayoría de los diputados del MAS, a quienes se ha llevado a la Asamblea a sabiendas de que solo iban a obedecer, callando algunas veces y armando alboroto otras. Como están allí para dictar leyes, modificarlas o interpretarlas, y lo ignoran olímpicamente, adoptan una actitud que justifique lo que ganan y no encuentran nada mejor que hostilizar a la oposición, ya sea con gritos groseros o llevando todo a la chacota, el fraude, o a la violencia física.
No se trata de que los parlamentos sean una taza de leche, donde se elaboran leyes sin más. Precisamente el Parlamento está para parlar, para discutir, alegar, buscar consensos. Aunque pocos, tenemos diputados, hombres y mujeres, que entienden de su trabajo y de cómo comportarse, que saben vestirse y hablar. No se pide que el Parlamento sea una academia o un convento. Sabemos que nada menos que Churchill se mofaba irónicamente de sus adversarios en la Cámara de los Comunes provocando rabia seguramente, pero así es la política, exige ingenio y tolerancia al mismo tiempo. Muchos aplaudían su chispeante perspicacia, lo que no sucede en nuestro medio, hostil y falto de humor. Hasta en el culto y disciplinado Japón hemos visto alguna vez que los representantes se tranzaron a golpes. Y en los parlamentos de esta parte de América tampoco faltan los insultos ni congresistas iletrados, pero jamás, nunca, como lo que estamos presenciando hoy en Bolivia.
Nuestra democracia está perdida si es que se continúa con este tipo de parlamentarios. Lo grave —tan grave como lo que sucede con los magistrados— es que son elegidos a ocupar curules quienes van en las listas de los candidatos a la presidencia, y estos, los candidatos, incluyen muchas veces a quienes más afiches han pegado en las calles y más puñetazos y pedradas han repartido defendiéndolos. Distintos son los diputados uninominales que, también pringándose las manos con engrudo, hacen política y ganan su lugar con el voto que los ciudadanos les dieron y a quienes se sienten obligados a responder con obras.
Se ha hecho moda en Bolivia disfrazarse de indígena desde que a los indios les hicieron creer que eran los dueños del poder. Entonces, si antes las cholitas querían ser birlochas, es decir usar vestido corriente, de ciudad, ahora han vuelto a la pollera si aspiran a un cargo en la administración o en los “movimientos sociales”. ¿O existen Bartolinas importantes sin pollera? Y algo parecido ha sucedido con los varones que hoy aparecen en la Asamblea con ponchos, chulos, abarcas y chicotes. La vestimenta sobria, corriente, digna, ha dado paso a una serie de individuos inocultablemente disfrazados, que, además de su folklorismo en el atuendo, abusan de la chabacanería y ordinariez en su siempre amenazante oratoria.
Los bolivianos ya no podemos consentir que siga existiendo un poder del Estado donde muy pocos aportan y la inmensa mayoría duerme, se engolosina con el WhatsApp o chilla consignas. No es posible que el primer poder de la nación se haya convertido en un vergonzoso campo de improperios y grosería. La falta de educación y de cultura de la mayoría de sus componentes nos señala claramente que no se puede llevar a la Asamblea Legislativa a quienes nada tienen que aportar y que estarían mejor desempeñándose en los oficios que les corresponde de acuerdo a sus conocimientos y costumbres. Todo esto desprestigia enormemente al sistema de derecho y lo hace peligrar.