Para entender y actuar en economía, en los aspectos más básicos e importantes, no se requiere mucha ciencia. He conocido analfabetos comerciantes y empresarios significativamente prósperos. Ellos se guían con la lógica de dos de los factores más básicos e importantes en economía: los ingresos y los gastos.
Del manejo de estas dos variables esenciales depende el equilibrio, la prosperidad y la crisis. Las familias, en gran porcentaje, manejan muy bien esas dos variables. Sus gastos siempre se ajustan de acuerdo a las circunstancias y escenarios. Casi nunca gastan más que sus ingresos. En épocas de crisis, ajustan sus presupuestos. Si bajan sus ingresos, disminuyen sistemáticamente sus gastos, procurando el rápido equilibrio.
Salvando las distancias, la economía de un país depende, en gran medida también, de esas dos variables. Los países, así como las familias, siempre alcanzarán prosperidad cuando logren más ingresos, que no sólo les permita cubrir los gastos, sino contar con grandes superávits, iniciando un virtuoso proceso de acumulación.
Sin embargo, aquí hay una gran diferencia. Los Estados tienen siempre esa perniciosa tendencia de gastar más de lo que tienen. No lo hacen una vez. Como necios, lo hacen siempre. Es como un círculo vicioso, cuyo final inexorable es la quiebra. Por ello, la cantidad de Estados que todos los años hacen fila en las puertas del Fondo Monetario Internacional (FMI), el banco, dicho sea de paso, de los Estados quebrados. En esa situación, es al único al que pueden acudir para equilibrar su economía momentáneamente.
Al contrario de las familias que, sin gran estudio, en épocas de crisis, ajustan sus economías, los Estados más bien, mantienen e incrementan sus niveles de gasto. Esto sucede en todas partes. En gran medida, empero, en los regímenes denominados populistas. Las ilustraciones de este pernicioso proceso son Venezuela, Argentina y Bolivia.
Veamos, brevemente, el caso de Bolivia, utilizando esas dos variables. Nuestro país vivió, del 2008 al 2014, una fenomenal e irrepetible bonanza económica. Los ingresos, a través del Impuesto Directo a los Hidrocarburos (IDH), experimentaron un insólito crecimiento. El acumulado, mínimamente, se multiplicó por 10. Evo Morales, en ese periodo, fue el presidente que tuvo la fortuna de gobernar, como nunca ningún otro, con gigantescos recursos. Fue el periodo de “vacas obesas”, pues el apelativo “vacas gordas” queda corto ante la magnitud del tamaño de la bonanza económica.
Asu vez, acompañando el crecimiento de los ingresos, los gastos también se incrementaron exponencialmente en bonos, subvenciones, nuevas empresas estatales y enorme gasto público improductivo. En una primera fase, los ingresos permitían ese nivel de gastos. La falta de planificación e ingeniería financiera, para una utilización racional y eficiente de esos fenomenales ingresos, provocó un escabroso e irracional crecimiento del Estado. Hoy tenemos, sin duda, un Estado hipertrofiado.
Ese escenario, de ingresos extraordinarios, concluirá el 2014. Desde el 2015, los ingresos, sobre todo los que provienen del IDH, sufrirán una drástica y sostenida caída, fundamentalmente por la fuerte reducción en la producción y envíos de gas a Argentina y Brasil. El gas se está acabando. Si no encuentran nuevos campos en el corto plazo, el futuro es sombrío. Podríamos pasar a ser importadores.
Pues bien, los gastos, a su vez, nunca fueron ajustados a la nueva realidad. No sólo se mantuvieron. Incluso, en algunos casos, se incrementaron provocando un enorme desequilibrio que se manifiesta en el déficit público. Del 2015 al 2023, el déficit fiscal promedio es de 8% anual con relación al Producto Interno Bruto (PIB). Son nueve años continuos de déficit acumulado.
En una primera etapa, ese nivel de gastos fue financiado con las Reservas Internacionales Netas (RIN), que, el 2014 alcanzaron la suma de 15.000 millones de dólares. Para el 2023, el monto disminuyo a cerca de 1.700 millones, de cuyo total, un gran porcentaje todavía está en oro. Hay una terrible carencia de divisas.
Ahora, para mantener ese nivel de gastos, sin ningún ajuste frente a la realidad, se está apelando al crédito externo que, básicamente, significa más deuda. Al cierre del 2024, se prevé que la deuda externa bordeará los 17.500 millones de dólares. Desde el 2008, la deuda se habría multiplicado por cinco.
En la economía de una familia, esto no habría sucedido. El equilibrio y el ajuste entre gastos e ingresos, ya se habría producido. Sin embargo, vean ustedes, dónde los irresponsables gobernantes nos están conduciendo.
Si esto no se detiene, el desenlace será igual al que experimentó el gobierno de la Unidad Democrática y Popular (UDP) en la primera mitad de la década de los ochenta del siglo pasado.
¡Las familias aprenden, los Estados nunca!