San Matías, la última población que sienta soberanía antes de llegar al Brasil, se ha convertido en una herida del narcotráfico por el historial de asesinatos conectados con esa actividad —tan ilegal como dinámica— que se cometen y que retratan la violencia que está unida a este flagelo.
Sólo en lo que va de este año, siete personas han muerto violentamente a manos de sicarios y traficantes. El asesinato más reciente el de dos jóvenes: de 20 y 23 años, que fueron martirizados. Uno murió con un impacto de bala y otro fue ahorcado.
Su secuestro en Las Petas y su hallazgo sin vida en San Fe, cerca del centro de San Matías, acaparó titulares en los medios por el rescate que pedían sus captores: su vida a cambio de 79 kilos de cocaína y su dramático desenlace: torturados y asesinados.
¿Dónde están los asesinos? Sueltos, libres, sin responder por las muertes. Y, esa es la historia que repite en casi todos los crímenes vinculados con el narcotráfico.
Las muertes de Marcio R., y de Wilber Ch., no son las únicas y probablemente no sean las últimas. Antes se registraron al menos 10 asesinatos, en 2023. En tanto, en 2022 se reportaron cuatro muertes violentas.
Muchas de las muertes han ocurrido en plena población y ante decenas testigos. A pesar de ello son muertes difíciles de resolver no sólo porque es una zona fronteriza, sino por el desamparo en el que se hallan los municipios alejados, donde el delito encuentra un terreno ideal para extenderse.
La violencia que va unida al narcotráfico no ocurre sólo en San Matías o en otra población del oriente en Santa Cruz, o de Cochabamba, o de Oruro, o del Beni. Es una señal clara de la expansión de la herida que lastima a otros países de la región, como México y Ecuador, donde el mercado de las drogas ha desatado una pesadilla.