La guerra de Israel contra el territorio de Gaza y otros espacios ocupados se ha convertido en el exterminio de miles de niños palestinos. Si en las pasadas Intifadas las agresiones contra chiquillos causaban indignación, ahora la muerte se extiende al uso del hambre como arma mortífera. Hasta el 7 de octubre de 2023, existían decenas de adolescentes palestinos presos, previa tortura física y psicológica. Algunos fueron liberados en la corta tregua. Actualmente, los prisioneros vuelven a ser sometidos a vejámenes. Las denuncias de Unicef y Amnistía no alcanzan a rastrear todos los casos.
Entre los más de 33.000 civiles asesinados en la Franja de Gaza y en Cisjordania, la mayoría son menores de doce años y mujeres. Las estadísticas son cada vez más complejas. Se tiene la cifra de 13.000 cuerpitos cubiertos por blancas mortajas teñidas de rojo sangre por las heridas en las cabecitas, los cuerpecitos, a veces diminutos. Una fila de niños asesinados por el único delito de ser palestinos.
Hay familias que han enterrado hasta 103 de sus miembros, entre padres, abuelos, tíos y los hijitos, las nietas, los recién nacidos, los aún no natos que esperaban las madres también ametralladas. Los testimonios son tan terribles como las peores escenas de las películas más dramáticas sobre niños moribundos.
Los niños sobrevivientes entre cero y dos años padecen desnutrición crónica y varios han muerto sin poder acceder a un vaso de agua, al seno de su madre, a una vacuna, a un jarabe. Los pocos médicos internacionales que resisten la presión para abandonar Rafah o Jan Yunis cuentan historias que parecen imposibles, mientras al fondo, en un camastro se ven niños con signos de insania mental, uno de las primeras consecuencias de la hambruna.
El Estado de Israel asesina a los trabajadores humanitarios que se atreven a llevar raciones de comida para que los niños tengan algo que llevarse a la boca al menos una vez al día. Con insólita maldad, drones bombardearon la caravana enviada por el chef José Andrés, que ya había tenido que sortear decenas de obstáculos desde su salida de Chipre, el control permanente de las tropas judías, los informes de cada movimiento.
Jóvenes activistas, otros veteranos dedicados a asistir a la humanidad más indefensa, hombres y mujeres, fueron destrozados con las bombas. Ante la indignación mundial, Tel Aviv no pudo explicar por qué los mandó ajusticiar. ¿Cuál era el delito de repartir panecillos? José Andrés, el fundador de World Central Kitchen, la ONG que llevaba los alimentos, se preguntaba: ¿dónde están los otros israelíes?, sin entender cómo los descendientes de los que sufrieron hambre en 1939 ahora se quedan tan callados.
World Central Kitchen se ha visto obligada a dejar de ayudar a los chicos palestinos. Incluso los organismos internacionales bajo el sello de Naciones Unidas tienen cada vez más dificultades para actuar. La inteligencia judía arma las trampas para acorralar a los palestinos, siempre bajo el cartel del “terrorismo”, del “antisemitismo”, sea para que los países ricos dejen de aportar a la Unrwa (la organización de la ONU para los refugiados palestinos) o para provocar a Irán matando a sus connacionales en Damasco: el gran juego de ajedrez.
Entre esas naciones que se apresuraron a creer en la propaganda israelí esta Alemania, el país que precipitó este conflicto directa e indirectamente hace siete décadas. El mismo Berlín que entrega armas a Benjamín Netanyahu para que continúe el exterminio. El mismo Reichtag donde se aprueba el apoyo incondicional a su Gobierno: cristianos, socialdemócratas, verdes, liberales. El mismo Munich, donde los ciudadanos no se atreven a protestar por temor al sanbenito de “antijudío”; igual que prefirieron el silencio cuando hace un siglo se Incubaba el huevo de la serpiente.
Según encuestas, la mayoría de los habitantes de Israel respalda la decisión de no permitir el ingreso de ayuda humanitaria a los dos millones de gazatíes que fueron expulsados de sus casas en estos siete meses. Es más, los colonos que se apoderan ilegalmente de territorio en el Este del país, tienen el permiso para arrancar de sus hogares a ancianos beduinos, a sus hijos y nietos, previa campaña de hostigamiento y humillación.
Con soberbia, una judía explica a la BBC que entre sus amigos preparan la repartición de terrenos cerca de la playa. Gaza es muy bonita, al borde del Mediterráneo, arguye. Es “nuestra” asegura. Que los sobrevivientes se vayan a Canadá o al África, expresa.
La guerra de exterminio contra Palestina se extenderá hasta matar a los últimos descendientes y hasta sacarlos de sus territorios. Así evidencia el mapa desde 1948 y así contempla el mundo en 2024. La indignación de la mayoría de la humanidad, de muchos gobernantes, de miles de periodistas, no alcanza para detener el negocio de la guerra y a sus capitanes.