Los derechos humanos existen para recordarnos que la condición de persona está por encima de las diferencias que ubican a los seres humanos en distintas categorías de acuerdo a su situación y posición en el mundo.
No está demás, recordar a Federico Mayor Zaragoza, ex- Director General de la Unesco, quién señalaba que “ no habrá verdadera cultura democrática en tanto que la mayoría de los individuos no los hayan incorporado como fundamento de su concepto social, porque los derechos humanos constituyen el fundamento moral de la ley común sobre la que se asienta el estado de derecho”. Y ciertamente, no solamente para pensarlo.
Por eso, una apología del presidente Bukele en un mundo desconcertado y desigual es cuanto menos peligroso. Tiene miles de seguidores en las redes sociales que celebran sus medidas justicieras para poner a salvo a su país de la delincuencia, que ciertamente ha cobrado miles de vidas.
Si bien es cierto que las llamadas “maras” brazos operativos del crimen organizado en Centroamérica han causado estragos y han puesto a El Salvador entre los países de mayor violencia en el continente; sin embargo, la tremenda desigualdad ha generado un caldo de cultivo donde la pobreza y la falta de educación tienen su parte. No es menos preocupante que exaltar la violencia gubernamental y el uso permanente de la fuerza policial, para mantener a raya los brotes delictivos, es altamente nocivo y puede generar falsas ideas de que la violencia se encuentra bajo control férreo.
En circunstancias ideales, la vida en sociedad debería ser en un ambiente de garantía de bienes públicos y seguridad social donde las oportunidades no escaseen y se encuentren distribuidas con justicia en los sectores más deprimidos, sin necesidad de que aparezcan versiones modernas de Robin Hood o populistas radicalizados.
Los delincuentes jóvenes en las cárceles de máxima seguridad deberían tener acceso a completar su escolaridad. Cuando las autoridades salvadoreñas han presentado las cárceles gigantescas que albergan a centenares de jóvenes no he visto en ninguna de ellas una biblioteca.
Se ha mostrado guardias especializados y tecnologías de control altamente sofisticadas para evitar fugas, pero el componente de humanidad aparece ausente.
También me preocupa que cuando existen allanamientos en barrios pobres de El Salvador se detiene en algunos casos a jóvenes inocentes e indefensos que luego entran a las cárceles sin oportunidad de retorno a sus hogares, provocando desazón, desconcierto y temor en sus familias humildes que desconocen su paradero o si en donde se encuentran se respetan sus derechos elementales.
El componente de humanidad no debería perderse ni en las peores circunstancias. Tampoco, el exceso de triunfalismo, en la lógica de que están haciendo las cosas bien, debería impregnar las acciones de los gobernantes para despojarlos de humanidad y humildad.
Tengo la esperanza de que en lugares como las cárceles se podría rescatar la humanidad de las personas y dignificar sus vidas.
Educar a las personas, aún a aquellas tachadas de delincuentes incorregibles, debería ser una política pública en América Latina. Si la educación cumpliera su rol transformador en la vida de las personas, las construcciones gigantescas para albergar personas privadas de libertad serían innecesarias. La educación puede transformar las vidas, hacerlas distintas y darles sentido de futuro. Tiene un poder tal que siempre ha asustado a los totalitarios y a los tiranos. Por eso, en el pasado, la educación era elitista y reservada a las personas ubicadas en los quintiles más altos de ingreso. Luego de incansables luchas, los gobiernos liberales cumplieron con los estándares mínimos de educación para todos, pero aún con asimetrías y diferencias profundas entre clases acomodadas y estado llano.
Hoy, afortunadamente los aires democratizadores en los estados establecen que la educación es un derecho irreversible e irrenunciable. Y que refundar la esperanza en generaciones jóvenes no es una quimera, sí una responsabilidad estatal y social. Afortunadamente somos muchos los que sostenemos qué sin educación en diferentes ámbitos, incluso en reductos carcelarios, el mundo sería más sombrío y fanático de lo que ahora parece.