Por nuestra tormentosa historia, nuestros abuelos repetían que “en todas partes se cuecen habas (un refrán castellano clásico), pero en Bolivia solo se cuecen habas”. De una manera resignada y, a la vez, pícara y campesina, transmitían así que en todo el globo se presentan líos políticos intrincados y extravagancias en la vida pública, pero solo en Bolivia son la regla, o eso creemos.
En 1958, el vicepresidente estadounidense Richard Nixon se lanzó a una gira latinoamericana de “buena voluntad”. A diferencia de los duros de la administración estadounidense, Nixon apostaba al fomento de los países menos desarrollados. El tour vicepresidencial se proponía rehabilitar las relaciones de Washington con Sudamérica. Se presumía que era un asunto de relaciones públicas, reversible con cordialidad y buenas razones, en pro de la democracia y el capitalismo.
Estados Unidos temía la creciente incursión soviética con acuerdos económicos en la región. Milton Eisenhower, el hermano del presidente, consideraba que, si Estados Unidos no variaba su política, otorgando créditos blandos, ayuda social e impulso al desarrollo, Sudamérica se inclinaría por las ideas radicales. En su visita de 1953 a Bolivia, este Eisenhower fue clave para que Estados Unidos reasumiera las compras de estaño boliviano, pese a la nacionalización de la Patiño Mines, que tenía accionistas norteamericanos.
La ronda de Nixon comprendió Uruguay, Argentina, Paraguay, Bolivia, Perú y Venezuela (en estos dos últimos, Nixon bebió en las calles del antiamericanismo más destilado). Y pese a los esfuerzos del Departamento de Estado, Chile y Brasil quedaron fuera. Ibáñez del Campo, presidente chileno, andaba furia con los americanos porque Eisenhower pretendía retomar los impuestos al cobre.
La necesidad primaria de Washington era enviar un alto representante al juramento del nuevo mandatario argentino, Arturo Frondizi. Estados Unidos admiraba su resistencia a Perón, pero a la vez recelaba de sus tintes nacionalistas, izquierdistas. Criticando el aperturismo petrolero de un Perón escaso de dinero, Frondizi había insistido en la nacionalización, y más con el éxito de su libro de 1954: Petróleo y política. Sus consignas repercutirían en Bolivia y, tal vez, en los libros del propio Sergio Almaraz. Ya en el Gobierno, Frondizi reculó, fue llamado traidor y celebró contratos con las transnacionales petroleras. La necesidad tiene cara de hereje.
Después de recorrer Montevideo, Buenos Aires y Asunción (en una estadía breve porque el dictador Stroessner no daba buena prensa), Nixon aterrizó en La Paz, en mayo de 1958. Lo recibió el presidente Hernán Siles Zuazo. Bolivia estaba “al borde de la bancarrota y experimentando agudos desórdenes internos”, según reseña un artículo de una revista de historia diplomática del año 1989. De ella he extractado un buen trozo de esta información.
Siles Zuazo compartió sus desvelos con Nixon: Bolivia caería en las fauces del comunismo en los siguientes ocho meses, si Estados Unidos no le proveía un préstamo de doscientos millones de dólares y apuntalaba el mercado internacional del estaño con compras “masivas”. Bolivia había recibido desde 1953 una ayuda de cien millones de dólares, pero los americanos estaban preocupados por el mal manejo económico boliviano. La crisis nacional se acentuaba. Sumando la inflación y los sindicatos mineros de Lechín en insurgencia, Nixon concluyó que los problemas de Bolivia “parecían desafiar incluso el comienzo de una solución”. Nixon reforzó esa percepción en una reunión con dirigentes sindicales, gerentes de empresas públicas, estudiantes y, luego, con líderes de opinión. En esta última, dos de los asistentes se enzarzaron en una ácida bronca por las políticas del MNR.
Richard Nixon dejó Bolivia con su mente retumbando por un fugaz comentario de Siles Zuazo. Este le hizo saber que uno de sus predecesores se había suicidado y que otro fue colgado de un poste frente al Palacio. Siles le confió a Nixon: “A menudo me pregunto cuál será mi suerte”. El mismo miedo sombrío, compañero de ruta de tantos mandatarios bolivianos.