Tras casi dos décadas de una relación diplomática marcada por la frialdad, la desconfianza y la inercia, el gobierno boliviano observa con disimulado interés la elección de este martes en Estados Unidos, donde más de 168 millones de personas elegirán al próximo presidente, el número 47 en su historia. La pregunta central es inevitable: ¿quién de los dos candidatos, Donald Trump o Kamala Harris, resulta más conveniente para los intereses bolivianos?
Para el gobierno del MAS, podría parecer irrelevante quién ocupe la Casa Blanca, pero la realidad sugiere lo contrario. Aunque no lo admitan abiertamente, en la Casa Grande del Pueblo, los jerarcas del MAS saben que cualquier plan serio para estabilizar la economía, tras años de políticas fallidas, deberá mirar hacia occidente, hacia esas instituciones financieras globales creadas en la conferencia de Bretton Woods en 1944, el FMI y el Banco Mundial. Por ahora, el grupo BRICS no tiene la capacidad institucional para reemplazarlas.
Con los demócratas (2009-2017 Barak Obama y 2021-2025 Joe Biden), la relación boliviana/estadounidense ha sido una constante mezcla de paciencia y diplomacia calculada. A lo largo de estos gobiernos, Bolivia fue observada con una actitud de tolerancia, pese a los constantes gestos antiimperialistas de los líderes del MAS. Desde Washington, hubo algunos intentos serios de elevar las relaciones diplomáticas a nivel de embajadores, aunque sin necesitar de Bolivia que, por ahora, pinta como un país carente de productos estratégicos para la economía estadounidense, como sí lo es el petróleo, en el caso de Venezuela.
Durante la administración Trump (2017-2021), la relación fue tensa y distante, marcada por la desconfianza mutua y la ausencia de cooperación bilateral significativa. El gesto más notable de Trump fue el rápido reconocimiento del gobierno de Jeanine Áñez en 2019, tras el fraude electoral y la huida de Evo Morales, un acto que exacerbó las tensiones con el MAS.
Una eventual victoria de Trump podría representar un desafío considerable para los más de 100 mil bolivianos residentes en Estados Unidos, muchos de los cuales aún viven en situación irregular. Trump endureció su discurso contra lo que denominó “la invasión inmigrante” y prometió tomar medidas rápidas, lo que podría desencadenar una crisis migratoria y mayores tensiones bilaterales. Además, parece poco probable que su eventual administración busque una colaboración profunda con países que presentan democracias frágiles, con instituciones cuestionadas y una criticada imagen de presos políticos, como ocurre en Bolivia.
Por su parte, Kamala Harris parece tener un enfoque de menos confrontación. Aunque la vicepresidenta no manifestó un interés explícito en Bolivia, su postura hacia la región sugiere una política exterior menos polarizadora. Sin embargo, esto dependería de cómo decida enfrentar los complejos retos internos y las demandas geopolíticas globales.
Mientras Trump apeló en su campaña a una economía más proteccionista y lanzó preguntas directas como: “¿Están mejor ahora que hace cuatro años?”, Harris intentó recuperar el centro, polarizado por la radicalización del discurso republicano.
En esta recta final, ambos candidatos llevaron sus ataques al límite, con los demócratas tildando a Trump de fascista, mientras él prometía la recuperación del “sueño americano”.
En un Estados Unidos cada vez más dividido y con la mira puesta en los estados clave, la elección de este martes tiene el potencial de marcar un punto de inflexión no solo para su política interna, sino también para la geopolítica mundial. Para Bolivia, los resultados pueden implicar desde nuevas tensiones bilaterales hasta una inusitada oportunidad de redefinir la relación diplomacia. El desenlace, cualquiera sea, añadirá una pieza trascendental a la compleja trama del Nuevo Orden Mundial.