Cuando las palabras no son amables, suaves o gentiles, lastiman.
Cuando las palabras no son calmadas, consideradas y respetuosas, duelen.
Cuando las palabras tienen una connotación de dureza o brusquedad, hieren.
Cuando las palabras son violentas, asustan.
Las palabras no son “sólo” palabras, ellas tienen un significado en nuestras vidas porque van más allá de su significado literal. A través de ellas comunicamos emociones e intenciones. Tienen una capacidad enorme para influir emocionalmente y, por supuesto, psicológicamente también, ellas inspiran, motivan, sanan o hieren; levantan el ánimo o lo dejan caer; dan esperanza a quien la está necesitando o parten por la mitad a quien guarda un poquito de ella, apurando de esa manera la desilusión por la vida o el enojo contra Dios.
Es impresionante entender que las palabras tienen un impacto también en las relaciones, mejor dicho, las moldean. ¡Leíste bien!, las palabras moldean las relaciones. Un elogio puede fortalecer un vínculo, mientras que un comentario insensible puede debilitarlo. ¡Qué cautos debemos ser con ellas! La elección de las palabras en una conversación no sólo puede cambiar el rumbo de la misma, sino también el rumbo de la relación. ¿Cuántos matrimonios no se han desecho únicamente por el mal empleo de ellas? Y si no están disueltos ante tribunales, lo están dentro de sus paredes en la intimidad de su alcoba.
Las palabras reflejan nuestros valores y pensamientos, ellas reflejan nuestras intenciones y quiénes somos, palabras amables pueden indicar empatía y compasión, mientras que palabras ásperas no sólo dañan a quienes la reciben también son señales de frustración y enojo de parte de quien las emite… ¡ah!, sea dicho de paso, generalmente se lanzan a quienes no son responsables, lo que genera aún mayor interferencia entre las personas (llámese padre/ hijo, esposa/esposo, jefe/empleado, amiga/amigo… no importa la relación, enfóquense en el ruido que generan en ella… un ejemplo es que discutas con el jefe y te desquites con el hijo).
Las palabras crean realidades porque tienen el poder de cambiar las percepciones. Habitualmente pido a mis clientes que cambien la palabra “problema” por “desafío” y ese ejercicio por sí solo cambia la actitud de las personas y la manera de afrontar su situación. Escenario que puede ligarse al trabajo, estudio, matrimonio o cualquier otro contexto. Cuando hablamos en términos de “problema” la sensación es de dificultad, connotación negativa y nos lleva a un estado pasivo o reactivo; sin embargo, cuando hablamos en términos de “desafío”, miren cómo cambian las cosas: se siente optimismo, sensación de crecimiento y además nos pone en un estado activo y de control del momento.
¿Qué desafíos estás enfrentando en este momento? ¿Qué desafío está enfrentando tu amiga, esposo, colega, compañero, cuñado o mamá? ¿Cómo tus palabras pueden afectar su estado de ánimo? ¿Cómo tus palabras pueden cambiar el rumbo de la relación? ¿Tienes un problema con alguien o prefieres verlo como un desafío? ¡Decide tú! (Sólo recuerda no ser áspero contigo ni con nadie).
Sé que es un tema álgido y poco comprendido, pero si tan sólo te quedaras con que no salgan de tu boca palabras ásperas sería suficiente. Las palabras ásperas, como cualquiera otra aspereza, cuando rosan, dañan, duelen, sangran y dejan cicatrices.
Si bien Pablo se refirió a los varones al decir “maridos amad a vuestras mujeres y no seáis ásperos con ellas”, la relación bilateral respetuosa eleva el matrimonio a niveles que muchos anhelarían alcanzar. Y si ampliamos la práctica a todas las demás relaciones, elevaríamos las mismas a niveles que muchos ni soñarían poder lograr.