De cada 100 habitantes que hay en el mundo, casi cuatro son migrantes, de acuerdo con los últimos datos de la Organización Internacional de las Migraciones (OIM) de la ONU, cuya Asamblea General declaró el 18 de diciembre como el Día Internacional del Migrante, el año 2020.
No es casual que esta celebración haya sido instaurada al comenzar este milenio, pues “la migración internacional ha pasado a ser uno de los rasgos distintivos del siglo XXI. Muchos factores hacen de este fenómeno un problema de política de primer orden”, afirma un documento de la OIM.
Este “problema de política de primer orden” no es nuevo, pues la migración es una práctica tan antigua como la humanidad, aunque ahora, por su magnitud y complejidad, se constituye en un verdadero desafío para los Gobiernos, las organizaciones no gubernamentales involucradas en el tema y los habitantes de los países que son destinos preferentes de los 281 millones de migrantes internacionales.
Muchas personas abandonan su país “en busca de trabajo o de nuevas oportunidades económicas. Otros se van para escapar de conflictos, persecuciones, del terrorismo o de violaciones o abusos de los derechos humanos. Algunos lo hacen debido a los efectos adversos del cambio climático, desastres naturales u otros factores ambientales”, afirma la ONU en su web. Y, en la mayor parte de los casos, los migrantes, con “su esfuerzo, talento y resiliencia enriquecen las sociedades en las que viven y trabajan, aportando diversidad cultural, crecimiento económico e intercambio de experiencias”.
“Celebrar las contribuciones y las oportunidades de la migración” es precisamente el lema elegido por la ONU para la celebración de hoy, en el afán de “reconocer las valiosas contribuciones que millones de personas migrantes realizan a las comunidades y economías de todo el mundo”.
Pero ese reconocimiento desaparece cuando los Gobiernos de países receptores de migrantes deben aplicar políticas que frenen su arribo.
Así, por ejemplo, en EEUU, entre 2017 y 2021 el Gobierno de Trump separó a más de 4.600 niños y niñas de sus padres inmigrantes y hay aún 1.360 de ellos cuyo paradero se desconoce.
Y en la Unión Europea se está analizando el costo financiero de instalar campos de deportación para migrantes que no tengan derecho a protección internacional y que están en territorio de algunos de los 27 países que la conforman.
Medidas como ésas, sumadas a la discriminación que sufren con frecuencia los migrantes evidencian que la migración es un desafío de humanidad que debe interpelarnos.
No sólo a escala internacional, sino también al interior de los Estados. Como en Bolivia, donde en menos de tres décadas la migración de las áreas rurales a las urbanas transformó al país en uno eminentemente urbano, con más del 70 por ciento de su población viviendo en ciudades.