En los últimos días se ha producido en nuestro país un intenso debate público sobre el eventual uso del renminbi como moneda alterna al dólar estadounidense en las transacciones comerciales. El tema generó mucha controversia y varios analistas y políticos se apresuraron a apoyar o rechazar la sugerencia, que además puso muy nerviosos a destacados economistas que alertaron de una eventual desdolarización, obligando al Gobierno a aclarar que no existe una decisión en este sentido y que, de darse este extremo, sólo involucraría al comercio con el gigante asiático y no con el resto de países.
En el fondo, con este debate Bolivia ingresó a la confrontación geopolítica que actualmente están librando las dos potencias mundiales, concretamente en el frente monetario, el más reciente escenario de la ofensiva china.
Aunque cualquier análisis serio concluiría que es poco probable que Xi Jinping logre imponer el yuan como moneda dominante de reserva mundial o que el renminbi sobrepase al dólar en el comercio internacional, es evidente que tan sólo colocarlo como tema central en la agenda de las BRICS y haberse aprovechado de la crisis argentina en este tema, muestra su habilidad política y le da una ventaja comparativa en medio de la crisis que soporta la economía estadounidense.
Sin embargo, no debemos perder de vista que estos logros diplomáticos son producto de la coyuntura antes que de la estrategia. La decisión de Buenos Aires, por ejemplo, no tiene que ver con la mayor o menor confianza en “la moneda del pueblo” sino con su inmanejable sangría de dólares por las importaciones desde China, que será aliviada en parte con la activación del swap (mecanismo de intercambio de divisas entre dos países que actúa como una suerte de préstamo contingente, N. del E.) que evitará la salida de algo más de mil millones de dólares al mes.
Lo del Brasil, principal socio comercial de Beijing en Latinoamérica, también tiene motivos pragmáticos antes que ideológicos. Las exportaciones de China a Brasil superan los 60.000 millones de dólares y las de Brasil a China los 106.000 millones, y van en ascenso.
Lula, con el apoyo de Xi Jinping, ha logrado colocar a la expresidenta Dilma Rousseff como Directora del Banco de Desarrollo de los BRICS y le sugirió la responsabilidad de “Liberar a los países emergentes de la sumisión a las instituciones financieras tradicionales”, lo que en realidad significa incrementar la ya muy relevante presencia de China en la economía de la región.
En todo caso, reemplazar el dominio del dólar en Latinoamérica es un objetivo complejo y poco realista. Con tres países (Ecuador, Panamá y El Salvador) con economías dolarizadas, un importante candidato presidencial en la Argentina que ha prometido seguir el mismo camino si es electo, y la poca disposición de los países del Pacífico sudamericano de sumarse a la impronta china, el intento de destronar la moneda dominante parece una tarea por ahora improbable en la región.
Respecto a Bolivia, pese a la creciente influencia de Beijing como proveedor de créditos bilaterales e inversión, las relaciones de intercambio comercial son modestas. En 2022, las exportaciones a China sumaron 800 millones de dólares, y las importaciones 2.500 millones, es decir que, de materializarse la sugerencia del presidente, los beneficios serían marginales.
Por otro lado, y pese a la exitosa experiencia de la bolivianización, lo cierto es que nuestra economía nunca dejó de ser bimonetaria.
Las importaciones, exportaciones, cuentas macroeconómicas, transacciones de bienes inmuebles y automóviles, crédito internacional, remesas, inversión privada, macronegocios, etc. nunca dejaron de manejarse en dólares; incluso hoy, la crisis más grave que sufre nuestra economía en los últimos 20 años, se debe a la iliquidez de esa moneda.
Es innegable que la guerra por la supremacía comercial, tecnológica, militar, cultural, política y diplomática entre China y Estados Unidos recién empieza y que tendrá episodios en todas las áreas y en todos los países.
Uno de los campos de batalla será el dominio financiero y económico mundial, y allí no se debe perder de vista que estas dimensiones no tienen que ver sólo con el intercambio de bienes y el uso de la moneda, sino con muchos factores como la confianza, la libertad, la estabilidad, la credibilidad y el respeto por los derechos privados, y en esos campos también es evidente que la China está en desventaja.
Nuestra posición en esta confrontación no puede estar signada por la afinidad ideológica y menos por la improvisación o la ingenuidad, sino por la protección de nuestros intereses como país y la posibilidad de obtener el mayor beneficio posible, dentro de la racionalidad y la sensatez.