El domingo pasado, en varios periódicos de Bolivia fue publicada una separata pagada por el expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada, quien está en su nonagésimo tercer año de vida. Los últimos 20 años los ha pasado fuera del país que gobernó en dos oportunidades, y no ha vuelto porque aquí le esperaría la cárcel, no por delitos o crímenes cometidos por él, sino porque la justicia que ya es canalla con casi todos los bolivianos, lo sería aún más en su caso. Sánchez de Lozada no ha podido volver a Bolivia, porque aquí no impera la ley.
El documento que ha publicado el expresidente, un proyecto de una nueva Constitución, es una propuesta interesante, aunque seguramente inviable para la Bolivia de hoy. Es difícil de imaginar que los departamentos pudieran estar de acuerdo en no elegir a sus gobernadores, detalle no menor.
Hay quienes han visto en este documento, una maniobra de la derecha, otros una propuesta de un cadáver político, muchos se han mofado simplemente, porque la sola idea de leer más de un párrafo les parece o algo imposible o una afrenta.
Pero esta propuesta de Constitución meditada y pensada por este anciano puede ser vista desde otra perspectiva. Empezando por admirar la increíble lucidez de alguien que ya está plenamente en la décima década de su vida. Dedicar sus días y sus horas para crear un texto que condensa sus ideas y sus preocupaciones por el país, es un “pasatiempo”, (o algo más), muy loable, muy importante.
Pero estamos hablando de “algo más”, en realidad de una especie de testamento político, de un conjunto de ideas para mejorar, para reencausar, la vida política de nuestro país. Y con una gran característica, que va, además, completamente en contra de la corriente que ha arrasado a buena parte de Sudamérica, es un documento exento de cualquier rasgo demagógico o populista. Y eso no es poca cosa en nuestros días.
Sánchez de Lozada se presenta, se despide, como un líder aristocrático, (y por lo tanto anacrónico), en el más puro sentido de la palabra. Su propuesta no es para acceder al poder, no tiene un plan político, tampoco tiene tiempo para ello. Tiene experiencia y un cierto tipo de sabiduría, producto también de los terribles momentos que le tocó protagonizar en el aciago octubre de 2003.
Ahora 20 años después que ya sabemos en que quedó la aventura subversiva que empezó con la guerra del agua en el año 2000. Hoy los derechos de las personas están más maltratados que nunca desde el llamado “retorno” a la democracia en 1982. Ahora que vemos que la institucionalidad está siendo estrangulada, que la Constitución de Evo no era otra cosa que un instrumento que facilitaría la eternización de este en el poder, vale echar una mirada a la Constitución reformada durante el primer gobierno de Sánchez de Lozada, y preguntarse seriamente en qué mejoró la vida de los bolivianos, la que fue impuesta por Evo. Como vale también recordar la Ley de Participación Popular, que fue sin lugar a dudas uno de los más grandes hitos de búsqueda de progreso y equidad para todo el país.
Los luctuosos sucesos de 2003 empañaron la figura de Sánchez de Lozada, ante todo, porque se trató de una subversión exitosa, que destrozó la figura de un presidente que había logrado un cambio positivo sustancial en el país. El manejo, para frenar esa subversión fue pésimo, pero no fue bajo ningún punto de vista un “genocidio”.
Reitero, a mi este documento se me antoja como un testamento, recuerdo a Pepa Saavedra, la primera abogada de Bolivia, referirse a éste no solo como un texto para distribuir los bienes que se deja a los herederos, sino como un testimonio de la vida, del pensamiento, como un mensaje para la posteridad.
Ahora bien, lo que otros pudieran hacer con ese testimonio, ya poco tiene que ver con su autor.