Los requisitos para ser político militante han venido cambiando con los años, lejos ya de aquellos cuando era necesaria la profesionalidad y experiencia, (incluso la sabiduría). En la actualidad, más bien son necesarias las “habilidades” que con el correr del tiempo están convirtiéndose en “destrezas”, poco edificantes, por cierto.
¡Ya es un abuso! dicen propios y extraños cuando leen y escuchan el promontorio de hechos delincuenciales, sumándose mentiras, cinismo e hipocresía; están conectados: mentir es no decir la verdad, el cinismo es defender la mentira de manera descarada, y la hipocresía es fingir. Buscan acostumbrarnos a toda esta tramoya y nos tienen confundidos, disgustados, cansados ante tanta reincidencia; es imposible ignorar: sin disimulo se distorsionan los hechos, se embauca a los incautos, se niegan realidades, rayando en el engaño. En fin...
Poniéndonos a analizar cuántos son los autores de tal desbarajuste, vemos que no son muchos, aunque su ruido es tremendo por el sitial donde se encuentran, por el cargo que ocupan. Son los mismos que organizan conferencias de prensa y aparecen continuamente en la televisión. Y ante tanto protagonismo los temas económicos pasan a segundo plano, al punto de creer que es deliberada la intención: distraer a la opinión pública.
Preocupa la imagen del país que se proyecta con los titulares de prensa. A los protagonistas les importa una pizca el desprestigio nacional.
La mentira y el cinismo oficial ya están instalados, lo peligroso es que empiece a cundir el mal ejemplo que, por ahora, es patrimonio de políticos, algunos cada vez más avezados. Lastimosamente, este producto no se contabiliza en el PIB (Producto Interno Bruto), aunque visto de otra manera puede incrementar la B. Por ahora estos personajes son parte del festejo, están en auge, entre ellos compiten y, por si fuera poco, se ponen pendencieros, y si no alcanza, se ponen bravucones (amenazan tumbar Gobiernos, puñetes de por medio). Ellos marcan la agenda, están siempre en la palestra, con ese oficio de engañar, como se ha dicho más de una vez: perdidos en su laberinto.
El boliviano, el ciudadano común, es de otra manera: es laborioso, solidario, sencillo, religioso, hogareño, criollo en su mesa, gustoso con la cerveza, el vino la chicha o el chuflay. Sin embargo, no puede escurrirse ni negarlo, son sus representantes quienes provocan el ruido, conforman la mayoría, y también integran la gobernanza desde un cargo público, pero está confundido frente al espasmo político del día a día; es parte de una comunidad preocupada, buscando justificación a tantos hechos escandalosos que se publican ya como rutina.
La prensa internacional habla de la economía boliviana, de sus reservas monetarias, de los índices de pobreza y de libertad económica, se refiere al acoso a la prensa, se refiere a las reservas de litio y sus buenas perspectivas, al mantenimiento de la cotización del dólar, los bajos índices de inflación y, naturalmente, al tráfico de cocaína sobre lo cual ya tenemos fama. Por supuesto que también informa sobre la corrupción, la pederastia y la preocupación del Papa. Los corresponsales de agencias noticiosas hacen sus despachos y mencionan la división entre militantes de la misma sigla, que ventilan sus discordias cada vez en tono más agresivo, y la hipocresía de cada quien para decir, en cada momento, que no existe división, todos soportando el vendaval, bien prendidos a la tabla de salvación: “el proceso de cambio”.
Desconsiderados con el ciudadano, irrespetuosos con la sensibilidad social. Los hechos ya suman bastante y a ello se agregan las actitudes. Por favor, que ya cese la perversidad del discurso, el país se está manchado en su dignidad por la mentira, el cinismo y la hipocresía, de los politicastros.