Los retos de la gobernabilidad en Bolivia son de naturaleza muy variada. No hay duda de que existen serios obstáculos a una gobernabilidad moderna, democrática e institucionalizada en el país, y que una parte considerable de esos obstáculos tiene que ver con lo que se denomina la identidad nacional. Esta última es un fenómeno muy complejo y se la asocia a menudo con una inclinación colectiva al conflicto y al mismo tiempo, una baja aceptación de la ley. La identidad social sería entonces uno de los escollos más serios para una gobernabilidad que correspondiera a nuestro tiempo.
El debate en torno a la identidad se vincula a menudo con la tesis de que coexisten dos Bolivias: una premoderna, autoritaria, conservadora y de origen rural (o de urbanización reciente), que se contrapone a una Bolivia moderna (o en vías de modernización), favorable a procesos políticos institucionalizados, abierta a los procesos de innovación y mayoritariamente urbana.
Las dos Bolivias representarían lo siguiente: por un lado la Bolivia corporativista, colectivista, clientelar, centrada en torno a la economía informal y parcialmente basada en el sector delictivo, que responde a élites conformadas por intereses tradicionalistas, y por otro la Bolivia moderna —o que quiere modernizarse rápidamente—, individualista, proclive a conformar una ciudadanía democrática y que postula una administración pública meritocrática, libre de corrupción y burocratismo.
La tesis de las dos Bolivias apareció a mediados del siglo XIX, esbozada por el Partido Rojo del presidente José María Linares (el antecedente del Partido Liberal), y fue retomada en la segunda mitad del siglo XX por pensadores indianistas como Fausto Reinaga y Felipe Quispe (el Mallku). A partir de la crisis de 2019 han sido publicados más de doscientos textos que incluyen esta denominación, ensayos que provienen de intelectuales muy diversos entre sí, como Carlos Hugo Molina, Javier Medina, el sacerdote Francisco Dardichon, el liberal cubano Carlos Alberto Montaner y la jurista Erika J. Rivera.
Por supuesto que, muy en el fondo, hay una sola Bolivia. Este país, formado por varias culturas en siglos de convivencia no siempre pacífica, exhibe una notable fortaleza que no desaparecerá fácilmente. Este sentimiento de comunidad o sentido de pertenencia más o menos estable no estaba garantizado ni por la diversidad geográfica, ni por la variada composición étnica, ni menos aún por las erráticas direcciones políticas que tuvo la república desde su fundación en 1825. Ha sido, como la gran mayoría de las creaciones histórico-culturales, la obra de muy distintos factores y hasta de la contingencia.
El resultado es una cultura sincretista que también tiene sus dilemas: por ejemplo, se adopta la más moderna tecnología, pero no así el espíritu crítico y científico que la ha posibilitado. En ambas Bolivias se advierte claramente la carencia de un racionalismo enfocado en el largo plazo. Por un lado, la Confederación Sindical Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia (Csutcb) y organizaciones afines de base indígena jamás se han opuesto a la quema de millones de hectáreas para hacer avanzar su frontera agrícola o para facilitar la prospección de minerales en los ríos tropicales. Por otro lado, los gremios empresariales de Santa Cruz siempre han exhibido una total indiferencia ante la destrucción continuada de la cubierta vegetal.
Casi todos los sectores sociales bolivianos se muestran desinteresados ante la amenaza global que representa la alianza autoritaria de Rusia, China e Irán. En el ejercicio del poder los representantes de ambas Bolivias se han plegado de modo igual a la corrupción sistemática, al rechazo de la meritocracia y al fomento del autoritarismo.
La dilatada identidad colectiva, llamada curiosamente originaria, a veces construida artificialmente, tiene un porvenir ambiguo. Las comunidades rurales campesinas, por ejemplo, están cada vez más inmersas en el universo globalizado contemporáneo, cuyos productos, valores y hasta tonterías consumistas van adoptando de modo inexorable. Casi todas las comunidades campesinas y rurales en la región andina se hallan desde hace ya mucho tiempo sometidas a procesos de aculturación, mestizaje y modernización, lo que ha conllevado la descomposición de su cosmovisión original y de sus valores ancestrales de orientación.