1.- Los líderes tradicionales de la oposición antimasista no tienen incentivo alguno para jubilarse. Su vigencia no depende de los porcentajes de respaldo electoral, sino de su largo recorrido. Ellos están ahí para contar: “ya lo dijimos en 2005 y nadie nos hizo caso”. Están ahí para elaborar el museo de resistencia que venció el 21F y en 2019, pero que fue aplastada cuando el edificio de Áñez se desmoronó sobre sus espaldas.
2.- Los rostros emergentes, con excepción de Böhrt, no tienen nada que mostrar. Pasaron estos años en la penumbra, renegando en el zaguán de su casa. Peor aún, ninguno tiene un discurso estructurado que aborde los grandes problemas nacionales ni datos de coyuntura, y desconocen por completo el país que el MAS ha producido desde hace décadas.
3.- Por más que lo diga, la oposición al MAS no puede organizar primarias porque carece de padrón con los nombres de sus militantes y de niveles básicos de organización interna. Una vez alquilaron una oficina en la plaza Murillo y sólo pagaron un mes de renta.
4.- Sólo le quedan dos salidas: primarias abiertas o encuestas. En ambos casos, la militancia del MAS tendría las puertas abiertas para incidir. Como preguntarle al MAS con quién quisiera enfrentarse.
5.- Conclusión: los presidenciables de la oposición al MAS tratan de instalar el debate sobre el candidato único en la opinión pública boliviana para que los periodistas los entrevisten y así gozar de cierta cobertura que le dé fuerza a su campaña. No les interesa la unidad, sino la figuración. Saben que no hay condiciones propicias para que la oposición despegue un solo candidato.
6. A este paso, Arce y Evo pasarán a disputar la presidencia en 2025 en una segunda vuelta electoral. Ahí sí, en ese momento contará el voto de la oposición al MAS, y gracias a él sabremos qué MAS es el que conviene o el que menos daño hace.