Un día ordinario en Bolivia provee de suficientes evidencias respecto de la catastrófica situación en la que se encuentra el país. El primer ámbito de tal experiencia la viven todos y cada uno de los ciudadanos. Se produce en un acto recurrente en la cotidianidad, por encima de las diferencias que los distinguen. En la compra de cualquier objeto en alguna tienda o mercado, simple actividad que lleva a la constatación del alza de los precios de las mercancías en general, el dólar dentro de ellas, por supuesto, señal inequívoca de que el valor de la moneda boliviana está en caída. Paulatina y constante. De a poco. Como el agua aquella calentándose a fuego lento, donde una desventurada y poco precavida ranita corre el riesgo de morir cocinada.
Se siente en carne propia o se escucha a terceros hablar del desabastecimiento de hidrocarburos, no siempre disponibles en las estaciones de servicio. Por eso, a veces, varias y muchas, se produce una tardanza indeseable, perjudicial, en la llegada de las encomiendas a sus destinos, porque las flotas de transporte no pueden viajar en los tiempos previstos sin los líquidos fuente de energía, según explican los empleados que atienden a los clientes, casi siempre parachoques de la furia de estos. Se difunden las quejas de los choferes de las cisternas que esperan largamente, pasando severas penurias hasta el extremo de haber muerto alguno por ellas, en los países vecinos donde tendrían que llenarlas para retornar al país. Son signos claros de la falta de dinero de Bolivia para pagar por la gasolina y el diésel, prueba del descenso de los ingresos públicos. Es que vendemos poco y compramos más.
Se difunden en campañas publicitarias incesantes y onerosas, los anuncios de aquel que descansa sus posadoras en esa silla dentro del más horrible edificio construido como símbolo del pluriestado, proclamando en tono triunfal que se abrirán por centenares nuevas empresas estatales. Anuncios que aterran porque se tiene evidencia de que las ya existentes acumulan pérdidas astronómicas que llegan a ¡¡¡Bs 2.737.274.138,73!!!, por malas inversiones, despilfarro y corrupción.
Se anoticia la entrega de los recursos naturales a la voracidad imperialista de Rusia y China. Se vende la patria. Los saqueadores hasta envenenan el agua. Se viola a la Madre Tierra una y otra vez. ¿No saben lo que hacen? ¡Lo saben! Quieren matar dos pájaros de un tiro: hundirnos más y más en la miseria para ponernos de rodillas y aplicar sobre nosotros la maquinaria de opresión hasta el fondo, mientras la cúpula malhadada del poder violento se enriquece ilícitamente para financiar su estrategia de dominio expansivo, liquidador de la libertad.
Los jóvenes no encuentran trabajo. Se marchan. Primero a Santa Cruz, que crece sin medida ni clemencia, sin planificación alguna posible. Después, al extranjero. A la aventura. No hay empleo, no sólo por falta de políticas de incentivo a la iniciativa privada, sino por la agresión permanente contra ella, para aniquilarla con cargas sociales, administrativas e impositivas. Cierre de empresas. Traslado -¡fuga!- de otras al extranjero. Hipertrofia del aparato de gobierno, donde se ingresa por nepotismo y afinidad sectaria para ser siervo del poder. Probando incompetencia y sumisión.
Pérdida de las reservas internacionales. El régimen echó mano de ellas hasta casi desaparecerlas por completo, quedando tan sólo $us 231 millones según difunde la red Internet el 11 de julio pasado. Más abuso aún: el TGN se “prestó” -confiscó- los recursos de los jubilados de la Gestora, sin seguridad alguna de que vayan a ser devueltos. Al contrario, con la certeza de que no.
En paralelo, se vive con la inseguridad ciudadana y la criminalidad en ascenso. La única industria floreciendo en el país, es la de “la blanca”, con sus muchas ramas anexas. Por eso, Bolivia será “país de la industrialización”. La ocupación del territorio con bandas de avasalladores bendecidas por el poder suma y sigue. Amplía sus alcances la violencia en todas sus formas. Ya se instaló aquí el “Tren de Aragua”, red delincuencial de origen venezolano, nacida, crecida y auspiciada por la dictadura hermana de la de Bolivia, dedicada al tráfico y trata de personas, especialmente de mujeres con fines de explotación sexual, y otros crímenes. De película. Se añaden al inventario del desastre la administración de (in)justicia subordinada al régimen, corrupta e incompetente, la policía y el sistema penitenciario convertidos en eslabones de la cadena criminal. El desvalimiento del ciudadano decente es cada vez mayor.
Lo dije y lo repito: el MAS ha destruido al Estado pervirtiendo a Bolivia en un sitio. Peor aún, en las últimas horas se ha corroborado la sospecha: Bolivia ha perdido su soberanía y ha sido ocupada por Cuba y Venezuela cuyos agentes ejercen en ella su poder violento.
No hay lugar a dudar: el objetivo es sacar al MAS del poder en 2025. Como dicen los tarijeños: “¡A la banda o al infierno!”. Que sea a la banda. Por nuestra vida y el futuro de nuestros hijos.