Se suele asumir de manera muy amplia y fácil que la primera respuesta sería casi siempre positiva, pero temo que la realidad tiende a ser más enredada y difícil de entender.
Un lacerante ejemplo contemporáneo que alienta esas dudas son las acciones del gobierno de Benjamín Netanyahu, exterminando, hambreando y torturando a miles de gazatíes, con la coartada de aniquilar a los milicianos del Movimiento de Resistencia Islámico (Hamas por sus siglas en árabe), que asesinaron a mil doscientos israelitas y secuestraron a doscientos cuarenta el 7 de octubre de 2023. La revancha, expresada en una sistemática campaña de exterminio muestra que embanderarse con el pasado, puede servir para repetirlo, con furor, ya no como víctima sino como verdugo.
La despiadada guerra declarada por el primer ministro Benjamín Netanyahu, acusado de crímenes de guerra por el Tribunal Penal Internacional, igual que el máximo dirigente de Hamas, Yahya Sinwar, alcanzaba hasta el 24 de junio la suma de 37.262 muertos y 21.000 niñas y niños desaparecidos, según, este último dato, la ONG Save the Children.
El precio pagado por los habitantes de la Franja de Gaza, por cada israelita asesinado o secuestrado superaba, hasta el mes pasado, como mínimo, más de veintiséis gazatíes. El primer ministro Netanyahu, cuyos juicios por corrupción están congelados, ha reiterado que no detendrá ni los bombardeos, ni la política de hambre y acoso, “mientras no extermine a Hamas”.
La responsabilidad de tanta muerte y dolor abarca ciertamente a Hamas, consciente de que su violento asalto acarrearía un huracán de venganza. Aparentemente, la sangre y lágrimas de su pueblo serían parte del cálculo que guió sus pasos, como forma de avivar su causa y “fortalecerse políticamente”.
La hipocresía de las grandes potencias, principalmente del gobierno estadounidense, limitada a lanzar comunicados y advertencias retóricas, la impotencia de Naciones Unidas para hacer cumplir sus instrucciones de alto el fuego, así como la omisión y el silencio de gobiernos árabes, siembran desasosiego y desesperanza que se extiende en un mundo, atónito frente al avance de las atrocidades y la agresividad con que se justifican.
Una muestra elocuente es que la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina (Unrwa, según su acrónimo en inglés) ha denunciado que 193 de sus funcionarios han muerto en Gaza y casi 200 de sus edificios han sido demolidos por la fuerza de ocupación israelita.
Las interrogantes sobre las enseñanzas de la historia nacen en este tipo de escenario, porque resulta incomprensible que Estado y ejército de un pueblo que ha padecido tanto, por siglos antes del Holocausto, justifiquen como legítimas tanta crueldad y ensañamiento.
La historia de los hebreos ha surcado períodos de esclavitud, de sobrevivencia desesperada ante casi todas las formas de sojuzgamiento, humillación y discriminación, inclusive allá donde buscaron refugio y alivio. Desde antes de las cruzadas afrontaron en Europa hostigamiento y masivas expulsiones, previas a la de España en 1492. De allá en adelante, los ciclos de discriminación y odio se sucedieron hasta alcanzar su cumbre con el nazismo. En Rusia los pogromos son célebres por lo sanguinarios e implacables.
La lista puede extenderse inacabablemente, y mientras más se la analiza resulta cada vez menos inteligible, cómo los perseguidos y los humillados de ayer están ahora encabezados por una dirigencia política y militar que reproduce los horrores que sufrieron, aterrorizando y causando desolación deliberada entre sus víctimas.
El punto que aquí se plantea es tratar de identificar cuál sería el aprendizaje histórico de los protagonistas y también de los testigos y espectadores, ante la explosión institucionalizada de asesinatos y destrucción.
Entonces: ¿Quiénes asimilan las lecciones del pasado? ¿Los pueblos? ¿Los filósofos, los historiadores? Porque no cabe duda que profesionales de la política no lo hacen; en realidad, se muestran más bien como agentes activos de la amnesia selectiva y la confusión. Frente a ello, las teorías sobre el poder como resultado de relaciones de fuerza, de la dinámica imperialista y prácticamente cualquier otra que intente basarse en lógica resultan insatisfactorias
Las cavilaciones que puede generar lo que ocurre en la Franja de Gaza aparecen, con perfil propio, en situaciones tan diversas como la invasión de Ucrania, guerras internas en África, las reiteradas frustraciones y represiones focalizadas en América Latina, igual que en la corrosiva disputa intestina en que está sumergido Estados Unidos, en cuanto tiene que ver con preguntas sobre las lecciones que deja la historia y como las asimilamos.
Si “la lucha de la humanidad contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido” como lo resume Milan Kundera, en este momento las señales sobre el que lleva la delantera, son demasiado grandes y frecuentes.