La resiliencia es un concepto antiguo que proviene del latín resilio (volver atrás, rebotar, resurgir) y se ha utilizado en diversas ramas del conocimiento humano. En las ingenierías se lo relaciona con la resistencia a la presión, la flexibilidad y el proceso de recuperación de la forma original en la materia. La sicología fue la primera ciencia social en incluir este término en su glosario científico, como una capacidad humana para superar las adversidades o los eventos traumáticos enfrentando los acontecimientos de una manera positiva.
Uno de los precursores fue el gran psicoanalista judío Víctor Frankl, que puso algunas bases de la resiliencia –él hablaba de resistencia– basadas en su propia experiencia al borde de la muerte en los terribles campos de concentración nazis. El austriaco señalaba la importancia de la actitud frente a las circunstancias más difíciles y la necesaria búsqueda del significado de la vida. Él mismo fue un ejemplo de ello reconstruyendo exitosamente su vida –no con pocas dificultades– tras su paso por cuatro Lager –campos de concentración– y la muerte de casi toda su familia y amigos a manos de las temibles Einsatzgruppen.
Boris Cyrulnik, reconocido neurólogo, psiquiatra y psicoanalista francés, profundizó aún más el concepto de la resiliencia como el inicio de un nuevo proceso personal luego de un trauma. Habló de las condiciones para generar este desarrollo, la importancia del entorno y las terapias, sobre todo en niños que sufrían eventos traumáticos. Cyrulnik también fue uno de los supervivientes de campos de concentración nazis. Michel Rutter incorporó el concepto en estudios psicológicos en los años 70 del siglo XX, sobre todo en personas que vivieron en situaciones límite, como torturas, pobreza, violencia o campos de concentración. Está demás decir que hubo varios autores más que vieron en la resiliencia un nuevo espacio teórico y práctico para la sicología.
Pero a fines del siglo XX los “gurús” de la autoayuda y la superación personal tomaron este concepto y le dieron un contenido mercantil, en el marco de la ampliación del neoliberalismo a todos los ámbitos de la vida y del conocimiento. Los “coach” o los “líderes” del crecimiento personal extendieron el término de resiliencia como una forma de adaptación al contorno hostil del mercado y una oportunidad para reinventarse de acuerdo a los cambios externos.
El resiliente, dicen estos gurús, es una persona que se enfrenta a toda clase de vicisitudes adaptándose al entorno y buscando terminar en una situación mejor a la inicial. El ejemplo de resiliencia por antonomasia es el emprendedor. Adaptación, flexibilidad, control de las emociones, coraje, gratitud son algunas de las competencias que el resiliente debe tener, según las tablas de mandamiento de los apóstoles del llamado “desarrollo personal”. Mantenerse en calma, en paz y aprender de los problemas, adaptarse a la adversidad son sus máximas.
Diego Fusaro, filósofo italiano, autor de Odio la resiliencia, apunta varios vacíos de esta imposición capitalista de la resiliencia. Una de las principales críticas es que el modelo liberal de la resiliencia se olvida o excluye las condiciones estructurales sobre las cuales las personas viven su día a día. Así, la adaptación resiliente significa aguantar y sufrir circunstancias que parecen irreversibles. Se transforma la injusticia en algo inalterable y lo convierte en una situación aceptable. La resiliencia de los “gurús” pretende que aceptemos el mundo tal y como es sin pretender en ningún momento cambiarlo.
Para Fusaro, la resiliencia es hijo del desencanto posmoderno, de la muerte de los relatos totales, de las grandes utopías. El resiliente se dobla, pero no se quiebra. Es optimista, uno de los valores del sujeto neoliberal que siente que no hay otra alternativa y debe acostumbrarse. Se cae y se levanta, pero no cuestiona el porqué de la caída. Está convencido del status quo. Es adaptativo y flexible, pero nunca contestatario.
La resiliencia, en este contexto, no es un concepto neutro. Tiene un fuerte componente ideológico pues busca que soportemos el mundo tal como es, nos sometamos a aceptar la injusticia y que los individuos carguen con toda la culpa de sus fracasos. Todos los problemas son individuales y no hay ya problemas colectivos, por lo tanto, tampoco hay soluciones colectivas. Convierte la injusticia social en malestar individual. El resiliente es funcional, se adapta en lugar de cuestionar y cambiar las causas estructurales que lo agobian.
También se ha utilizado el término para la ecología y el medio ambiente. La resiliencia ambiental es la capacidad de los ecosistemas de adaptarse a los cambios, preservar el medioambiente y absorber perturbaciones (según la ONU), generalmente ocasionadas por el hombre. Hasta en eso es el ambiente el que se tiene que adaptar al mercado.
La resiliencia es una herramienta poderosa para superar eventos traumáticos, pero se convierte en un arma de doble filo cuando los gurús del mercado se apropian de su contenido.