Este 21 de junio es el “Año Nuevo Andino Amazónico Chaqueño” 5532, eso dice la versión oficial, que, al menos en el discurso, pretende con esta festividad reivindicar los conocimientos astronómicos y la cultura ancestral de los pueblos precolombinos.
Los datos, sin embargo, han sido objeto de frecuente polémica, debido que tal reivindicación tiene sólo unas décadas de historia (algo parecido al debate con la wiphala y la discusión sobre la validez de la historia que se le atribuye).
El “Willka Kuti” (retorno del Sol) o Machaq Mara (Año Nuevo), aunque en otros ámbitos se la conoce también como Inti Raymi, nació en los años 80 cuando jóvenes de un movimiento indigenista aymara, encabezados por Germán Choquehuanca, quisieron restaurar los saberes ancestrales supuestamente sincronizados con el calendario agrícola de esas culturas.
La fecha del 21 de junio tiene un alto grado de “demostrabilidad” tomando en cuenta los calendarios dejados por estas culturas, como las almenas del canchón de Kalasasaya en el Tiwanaku y que estarían dispuestas en confluencia con el lugar en que sale el sol cada mes.
Lo que sí es imposible de demostrar es el año, al menos no desde un punto de vista histórico. Ningún historiador que se precie de serio puede dar testimonio o prueba de que éste sea el año 5532 del calendario andino.
Al contrario, los mismos creadores de esta contabilización explican cómo lo hicieron: calcularon que antes de 1492 (año del descubrimiento de América), posiblemente ya se vivieron cinco ciclos de mil años cada uno. A esos 5.000 años le suman los 532 restantes hasta la fecha. Y eso es todo. De ahí que este dato no puede atribuirse como logrado a partir de un rigor histórico, sino más bien hilvanado con elementos simbólico, incluso ideológicos, y para los más negativos, arbitrarios.
En ese contexto, y tras esta admisión, ¿es incorrecto celebrar el Año Nuevo Andino? No, si se respetan expresiones culturales, nuevas o ancestrales, propias o apropiadas. Finalmente, cada persona, población y cultura es libre de plantearse si se suma a esta actividad, si cree que los rayos del sol le darán una nueva energía o si celebra algún ritual en sitios considerados sagrados o si, finalmente, da forma simbólica a su fe. Y la fe no se rige a cánones científicos e históricos. Simplemente, hay que ver dónde comienza lo uno y termina lo otro.
Que pretenda imponerse esta creencia a otras personas ya es otra cosa; que hubo intención de sacarle un rédito político al tema también está para una larga discusión. Pero cortar de tratar de cortar de cuajo un conjunto de actividades que van dando forma a una cultura parece muy apresurado.