Paloma Del Molle terminó de desencantarse de su país cuando el municipio trabó sus cuentas bancarias, destruyendo los ahorros de toda una vida. Por aquel entonces la mujer ya cargaba en las espaldas más de 80 años y vivía de los ahorros que de manera justa y honrada supo lograr a lo largo de toda una vida de dedicación y sacrificios.
—¡Qué país de porquería! —exclamó, a tiempo que su hija le decía que un Estado que casi nada le daba, le estaba quitando lo poco que le quedaba.
Paloma Del Molle poco entendía de la pantallita diminuta en la que su hija le mostraba los códigos y vainas que se supone significaban el accionar ocioso del gobierno municipal. Para ella la cosa era simple: ser emprendedora en un país así, era una reverenda porquería.
Tenía razón, y lo sabían los cientos de empresarios y pequeños emprendedores que en su momento habían sabido animarse a sacar el temible número tributario o la nefasta licencia de funcionamiento.
Cuando se presentó a las oficinas de recaudación, de poco sirvió su edad ante las infinitas filas que buscaban atención, porque en muchas de estas eran más los viejos quienes buscaban alguna ayuda o solución.
—¿Cómo es posible que el alcalde me quiera quitar los ahorros de toda mi vida? —reclamó ante un joven de cuello y corbata que no reparó en los años de experiencia ni en las canas de la vivencia, pero que bien supo explicarle que es obligación de todo ciudadano cerrar las licencias y/o actos administrativos emanados por autoridad competente.
Poco quiso entender el servidor público de las más de dos décadas que habían pasado desde que ella misma, definida por quién sabe qué motivación, decidió cerrar el emprendimiento que en su momento parecía buena idea.
Lo cierto y evidente era que el Estado, sea la manifestación que sea y tenga la jurisdicción que tenga, era un inútil que sólo servía para asfixiar al ciudadano honrado, al vecino decente y a la persona justa. Así lo demostraba el contrabando que inundaba las ciudades, los políticos que seguían cobrando los sobornos cotidianos y los narcos que se deleitaban en su regocijo.
—¡Qué país de porquería! —volvió a decir, cuando animada por un hombre de poca fe y escasa moral, decidió pagar la coima de rigor que le permitiría acceder a sus ahorros por un tiempo y que le dejaba la eterna lección, de que nunca más abriría una cuenta bancaria.
El autor es escritor, ronniepierola.blogspot.com