En estos días de septiembre se multiplican en las redes sociales personales e institucionales los agradecimientos a Noel Kempff Mercado, el profesor que amaba la naturaleza y convirtió a su ciudad en un jardín para alegrar a sus habitantes y a sus visitas.
El florecimiento de los tajibos y alcornoques saluda a la primavera. Kempff tuvo la iniciativa de aprovecharlos para dotar de estética cotidiana al crecimiento de la antigua aldea que se convertía en una gran metrópoli. Al mismo tiempo, organizaba el mejor Jardín Botánico de Bolivia.
Se daba tiempo para llenar de palmeras y flores los jardines de los colegios, de los centros deportivos y también de las casas particulares. Cuánta gente recuerda a ese hombre de gruesos lentes que se detenía en su caminar matutino para decirle: señora, acá le falta una dalia; mañana le puedo traer un bibosi, una enredadera. Cuántas novias lucieron las perfumadas orquídeas que cultivaba en su finca.
Kempff amaba a los animales y organizó el zoológico cruceño que tuvo su esplendor cuando él era su director. Conmueve la foto de él compartiendo el mismo espacio con un felino. Era amigo de las fieras y de las aves, de los monitos y de las serpientes.
Para él, la divinidad estaba en la naturaleza, en la creación.
Desde sus años mozos, como joven agricultor, fue un curioso y un buscador de respuestas. No se contentaba con plantar y cosechar, sino que investigaba sobre las plantas, las especies, anotaba todo lo que observaba.
Sorprende cómo fue un ambientalista pionero mucho antes de que ese asunto fuese parte de la agenda mundial. Defendió siempre la agricultura sostenible, que puede combinar la producción y la generación de riqueza con el respeto al bosque. Hace medio siglo ya advertía de que talas indiscriminadas provocaban vientos desconocidos, cada vez más violentos.
Al mismo tiempo, no fue nunca un fundamentalista. Comprendía las necesidades de los indígenas y de los campesinos que cazaban animales para su alimentación cotidiana. Condenaba a los dueños de mascotas que no las educaban adecuadamente, el problema no eran los animales, decía, sino sus dueños.
Amó el mundo de las abejas y escribió sobre ellas. Obsequió ejemplares de reinas a decenas de apicultores y aún quedan esas herencias repartidas en la ciudad, el departamento, Bolivia y países vecinos.
Kempff fue un ser preocupado por la cultura y respaldó las iniciativas para tener en Santa Cruz una casa especializada donde se den conciertos, con salas de exposición, con escuelas de teatro y otras artes.
Sobre todo, fue un ser humano representante del grupo de notables que hicieron de Santa Cruz de la Sierra un espacio de esperanza para el resto del país. Generoso con sus conocimientos, amable con los aficionados, hospitalario con los expertos que llegaban desde el exterior.
Apenas tenía 62 años cuando las balas del narcotráfico cortaron todo ese impulso vital. El 5 de septiembre de 1986, los cruceños, los bolivianos, los amantes de la naturaleza en diferentes partes del mundo, conocieron estremecidos el asesinato del Profesor.
Su muerte detuvo algunos meses la tolerancia social con los narcotraficantes infiltrados en clubes y comparsas, en estancias y en festejos.
Han pasado 37 años. ¿Qué diría don Noel de las novedades en estos tiempos?