Yo pienso que no. Creo que yo tampoco, a juzgar por el cartucho de improperios que esta mañana descargué contra el taxista al que descubrí dando una vuelta en U. Nuestra ciudad está cada vez más poblada y puede ser aún más caótica si los habitantes no aprendemos ni aplicamos las normas básicas de buena vecindad. ¿Cómo aspirar a vivir en una ciudad ordenada y segura si tenemos una actitud egoísta y violenta? Al respecto, un amigo me mandó un documental sobre el cambio drástico que experimentó Bogotá entre 1994 y 2004 en las gestiones de los alcaldes Mockus y Peñalosa, que priorizaron la educación urbana y transformaron el sistema de transporte, precisamente dos aspectos deficientes en la Cochabamba actual
Antanas Mockus, un outsider que no tenía la menor intención de participar en política, pero que tras renunciar a la rectoría de la UNAL por haberse bajado los pantalones en un auditorio repleto de manifestantes que interrumpieron su discurso, cobró una popularidad impensada en una población hastiada de los políticos tradicionales, que lo catapultó a la alcaldía con altísima votación. Como no se debía a un partido ni a alianzas políticas, tuvo la libertad de elegir a un grupo de profesionales destacados para acompañarlo en su gestión, sin la obligación de pagar con empleos los favores electorales de los típicos vivillos que invierten en los candidatos como si fueran inmuebles en preventa.
En una urbe de altísima criminalidad, donde los narcotraficantes eran protegidos por las autoridades, Mockus se dedicó con obstinación a la educación urbana, con la idea de cambiar el pensamiento y la actitud de los habitantes para que ellos mismos transformaran su ciudad. Entre otras ingeniosas medidas: llenó las calles de mimos que amonestaban con gracia a los infractores de normas de tránsito, entregó a los ciudadanos un bono a cambio de sus armas y municiones, habilitó distintas vías de comunicación para que los niños denunciaran la violencia en su hogar e hizo una campaña muy efectiva por el ahorro voluntario de agua.
Tres años después, Enrique Peñalosa tomó la posta y encaró con valentía el problema del transporte. Tras descartar una carísima propuesta japonesa para construir autopistas elevadas y un tren subterráneo, implementó Transmilenio: un sistema de autobuses articulados (BRT) que se desplazan sobre las avenidas principales y que en la actualidad trasladan alrededor de 2 millones de personas al día. También restringió el uso de vehículos privados en horarios pico, prohibió la circulación de buses con más de 30 años de vida y separó un carril exclusivo para bicicletas en avenidas y calles principales, bajo el principio de que una bicicleta tiene los mismos derechos y el mismo valor que un auto de lujo.
Peñalosa también recuperó enormes superficies de terreno —que estaban mañudamente anexadas a clubes privados o apropiadas por la delincuencia— y las convirtió en parques públicos. Asimismo, construyó numerosas bibliotecas en distintos puntos de la ciudad, con la noble intención de cambiar la perspectiva, los valores y los referentes de los ciudadanos jóvenes, que suelen mirar con admiración a aquellos sujetos con ropa llamativa, relojes caros, vehículos ostentosos y jerga de gángsters, metidos en el narcotráfico y la corrupción
El desarrollo humano es tan importante como el desarrollo material. No hay parque ni infraestructura que sobreviva a una población de incivilizados. La educación urbana es un tema pendiente en los Gobiernos municipales. Cuesta menos que la construcción de un puente, de un teatro o de un edificio, y el resultado es mucho más trascendente. Pero no volquemos toda la responsabilidad en los alcaldes. Enseñemos a nuestros hijos a convivir en sociedad: no hacer fiestas ruidosas, cuidar el agua, separar la basura, reciclar, no tocar la bocina, cederle el paso al peatón, respetar los semáforos, cuidar los parques y las aceras… Los buenos vecinos se fabrican en casa.