A diferencia del tiempo cronológico, que simplemente ordena los eventos de manera secuencial según el calendario, el tiempo histórico tiene en cuenta las circunstancias sociales, políticas, culturales y económicas que rodean esos eventos.
Y si esto es así ¿Nuestra temporalidad histórica como bolivianos nos hace caer en la cuenta de nuestro presente, mirando nuestro pasado?
¿La democracia plena en Bolivia es una eterna aspiración, una constante espera, o una derrota inminente?
No había bastado pues, hacer ejercicio de la democracia a base de procedimientos, conceptos e inclusive prácticas para poder avanzar hacia una sociedad más evolucionada y universal.
Había sido necesario y determinante contar con sociedades instruidas, educadas e informadas, para que, a través de esos comportamientos, puedan interpretar correctamente el concepto y la práctica de una democracia participativa, pero, sobre todo, hacer ejercicio pleno de sus derechos y obligaciones mediante instituciones objetivas e independientes. Pesos y contrapesos que le den a la democracia ojos para vigilar, boca para denunciar y manos para defender.
El ejercicio de la democracia en Bolivia es un eterno interrogante, un gran enigma, una infinita espera y un eventual principio.
¡Nada cambió, nada cambiará!
El futuro de la patria se transporta en una calesita sin fin.
Bolivia, desde hace 19 años, ha ingresado a una etapa de oscurantismo casi imposible de aclararse. Desde ese 2005 en que el dirigente cocalero, Evo Morales Ayma, asumió el poder producto de una serie de mecanismos atropellados y atropelladores. Se instauró un nuevo desorden social, político, económico y cultural.
Teniendo como mecanismos de poder la corrupción y las elites al servicio del gobierno. Una dualidad que le sirvió a Evo como un blindaje para presentar una política oficial y otra extraoficial.
El Estado pasó a ser el patio trasero de un gobierno desarticulador. Se convirtió en un instrumento político para menoscabar la democracia y silenciar a la oposición. Ese inicio nefasto de conseguir desmembrar por completo los poderes del Estado fue y sigue siendo el palo blanco de una administración oscura que continúa dañando la poca estructura de país.
El 21F de 2016, marcó con rojo la consolidación de un país fracturado, herido y profundamente polarizado.
El referéndum por el No a la re-reelección de Evo Morales, fue la mecha que encendió una lucha cívico democrática (que hasta ahora continua) de un pueblo que se cansó de las arbitrariedades, la opresión, la injusticia y la corrupción. Así como la contienda de muchos personajes de nuestra historia fue la acción colectiva de resistencia en contra de la injusticia y opresión hacia un sistema de dominación, los movimientos cívicos, la desobediencia y la convicción democrática y libre fueron determinantes para decirle no a un gobierno que pretendía eternizarse en el poder.
No a una oclocracia que se sustentaba bajo un trípode nefasto: “hybris”, caracterizado por una violencia específica. La ilegalidad o “paronimia”, violación reiterada de la ley y, finalmente, la tiranía de la mayoría.
Una vez más, el pueblo democrático y libre dejó claro que las revoluciones se construyen a base de coraje, de convicción y casi siempre esa lucha se libra en el escenario de la resistencia y las movilizaciones de masas.
El pueblo pone la batalla, la defensa, los muertos y las convicciones y el gobierno la represión, la cárcel y la impunidad.
La acción cívica de los bolivianos a través del voto el 21F, dejó en evidencia que su pugna por defender la democracia apenas comenzaba.
El MAS y Evo Morales, jamás aceptarían esa decisión del supremo.
Entonces, una vez más la voz del pueblo brotaría vigorosa. Ese grito encabronado que reclama (ba) respeto y obediencia al poder del pueblo, para el pueblo y desde el pueblo.
Las primeras jornadas efectivas ya se habían producido años atrás, sin embargo, la decisión de Evo Morales por eternizarse en el mando consolidó el gran peligro en el que se encontraba la institucionalidad de la patria, las libertadas y, fundamentalmente, la frágil democracia que tanto dolor y muerte causó recuperarla de manos de los dictadores.
El 21F marca un punto de inflexión sin retorno. El no, a un cuarto mandato de Evo, convertía el escenario político en un campanazo inminente. Todo lo que ocurriría posteriormente estaría bajo la responsabilidad de un gobierno opresor, corrupto y dispuesto a todo para imponer su ley.
El 21 de febrero de 2016 se realiza el referéndum consultando si el país aceptaba cambiar el artículo 168 de la Constitución Política del Estado (CPE) que establece que sólo puede existir la reelección presidencial por una única vez.
2.682. 517 de bolivianos (51.3% los votos) le dijeron no a la modificación de la CPE.
2019, marca otro hito histórico, en donde la sociedad democrática fue protagonista del cambio y le dijo basta a un régimen nefasto.
Desconocer eso, o desvirtuarlo, sería (es) una canallada mayúscula. Tergiversar esas jornadas de lucha, es ignorar la historia oficial que nos tocó vivir, donde el poder del pueblo se reflejó en las calles, en las esquinas, en las puertas, en los hogares y en las conciencias.
En Bolivia, las plataformas ciudadanas y la lucha por el respeto al 21-F nacieron de ese hartazgo general hacia un gobierno corrupto y ambicioso. Los movimientos sociales, articulados a través de plataformas, se fortalecieron a la luz de un discurso casi homogéneo que reclamaba y aún reclama transparencia, justicia, igualdad de oportunidades y democracia.
Su reclamo jamás había sido tan legítimo, tan fidedigno, hacia un propósito colectivo.
Nadie los empoderó, ni los apadrinó. Por sí mismos lograron ser artífices de su propio poder, de su legitimidad y de su propósito hacia un cambio real de sistema.
Todo poder es una conspiración permanente, decía el escritor francés Honoré de Balzac. Por eso también el poder posee una propensión natural a concentrarse, y a medida que se agiganta se hace menos benéfico, más corruptor y pernicioso.
Han pasado 8 años desde que al evomasismo se le dijo no a la reelección. Y ahora ese mismo masismo, “reencauchado”, pretende ignorar nuevamente el referendo del 21 de febrero de 2016.
La propuesta del presidente Arce de llevar a consulta la reelección presidencial como “continua o discontinua”, es inaceptable.
Ya existe jurisprudencia al respecto. Hay un principio unificador y unificado. Desvirtuar los resultados del 21F es desconocer la voluntad democrática del pueblo. ¿Entonces por qué se pretende soslayar ese referendo?
Quizá porque dentro del evomasismo, el no a la reelección fue el principio de la derrota y del desgate más profundo como movimiento social. A eso se sumó que en 2021 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) establecía que: “La reelección presidencial indefinida no constituye un derecho autónomo protegido por la Convención Americana sobre Derechos Humanos ni por el corpus iuris del derecho internacional de los derechos humanos”.
Entonces ahora se hace necesario borrar ese punto de inflexión y reabrir el debate en un escenario de profunda crisis política y económica, donde los desencuentros y la supuesta fractura del masismo han sido trasladados hasta la mesa diaria de todos los bolivianos.
Arce debe reordenar su Gobierno en lo que le queda de administración, y asumir sus responsabilidades y sus obligaciones. Esta coartada política, propuesta por el presidente, no lo redime ni lo disculpa, lo inculpa más y lo condena.
El 21F tiene que seguir siendo el tiempo histórico que cuenta y tiene en cuenta las circunstancias sociales, políticas, culturales y económicas que rodearon y ordenaron esos eventos. Sólo así lograremos percibir, interpretar y organizar los hechos del pasado, relacionados, indefectiblemente, con nuestro contexto histórico.
El autor es comunicador social